stos días tengo el dietario de lo más ajetreado. Lleno de horas, actividades, intervalos, zonas en rojo y otras en verde, acotando tramos e incluyendo recomendaciones. Parece la agenda de un profesional atareado de verdad. Y sí, cada vez que la abro, me doy ciertos aires que, habitualmente, me están vetados. Pero no se engañen. Mi vida laboral sigue siendo la misma. Casi parezco parte del mobiliario de la redacción, junto a los escritorios y las sillas. Tampoco ha mejorado mi vida social. Dadas las circunstancias, mis impulsos de socialización más atrevidos se ciñen a ojear el patio de vecinos o dilatar el regreso a la sala cada vez que salgo al mirador de mi casa a aplaudir a aquellos que se lo merecen, que son miríada estos días. La profusión de apuntes en el cuaderno que pretende guiar mi vida se debe a las recomendaciones y normas elaboradas por el Gobierno central para pasear durante estos días. Hay tal cantidad de posibilidades que, de no ser por agenda, necesitaría el mejor dispositivo de inteligencia artificial del mercado para no meter la pata con las ventanas habilitadas por los dirigentes para desescalar pa-seando alrededor del bloque de viviendas en el que resido embutido en mi chandal de los años 80. En fin, como de costumbre, paciencia.