a sé que no está el horno para bollos y que la situación excepcional que nos ha tocado en suerte padecer está desquiciando todo y a todos. Es una evidencia que el dolor se ha socializado de una manera inimaginable entre muchos alaveses y que, ni siquiera los más aventurados, conspiranoicos o utópicos líderes del imaginario colectivo habrían pensado en algo parecido al marasmo que el covid-19 ha provocado en este planeta. En estos lares hay miles de infectados, muchos enfermos, decenas de muertos y un sistema sanitario que combate a pie y hasta la extenuación en una batalla que está generando héroes en cada UCI, planta hospitalaria, centro de salud o ambulancia. Pero no son los únicos. De los que están en mi mundo, hay alguna cajera del supermercado al que voy a abastecerme que merecería medallas al valor por su trabajo ante, en ocasiones, una marabunta irresponsable. En el mismo saco voy a meter a los agentes policiales que se esmeran en flexibilizar el día a día con una ciudadanía, en ocasiones, respondona y asustada, y a aquellos vecinos que, cuando han de arrimar el hombro, son los primeros en echar un cable con aquellos que ahora son más vulnerables, como las personas mayores, ahora desangeladas. En fin, yo también les aplaudo cada día a ellos.