En la cosa política, la escenificación se ha convertido en algo tan importante -o más- que el puro ejercicio político. Desde el cinismo y el pesimismo, hablaría de postureo. Pero quizá no sea del todo justa. La comparecencia de Quim Torra el miércoles, episodio continuador de la shakespeariana tragedia del pleno del lunes en el que fue desposeído del escaño y JxCat y ERC proclamaron su divorcio -no pude evitar pensar en el letal final de Hamlet-, fue también un notable despliegue de escenificación, de construcción de relato o de precampaña, lo que prefieran. Fue Torra un magnífico equilibrista, anunciando elecciones cuya fecha no concretó -dando aire a su propio “espacio político” para organizarse, teniendo en cuenta su situación jurídica y la de Puigdemont-, en función de la aprobación de los Presupuestos que el Govern ha pactado con los comuns, apelando al discurso de la responsabilidad. Por otro lado, cargó sin piedad contra sus ya exsocios: “Estoy convencido que la represión se combate sin doblegarse”. ERC se ha doblegado, ha sido desleal y ha roto la unidad, acusó Torra, imputando toda culpa sobre Esquerra, que respondió evitando una confrontación que probablemente no le beneficiaría. Todo, a la espera de la reunión del día 6 con Sánchez -cita convertida en otro juego de tronos- y de que el TS se pronuncie sobre la inhabilitación de Torra.