Este trabajo del periodismo se suele traducir en que te caen leches por todos los lados. Es más, si no pasa eso, algo malo estás haciendo. Lo que pasa es que en muchas ocasiones la situación termina siendo una pequeña locura incontrolable, sobre todo cuando te ponen a parir por el mismo hecho desde diferentes voces, que entienden que has hecho mal las cosas pero cada uno por distintos motivos. Te critican por criticar. Te critican por no criticar. Te critican por criticar con demasiada dureza. Te critican por ser demasiado blando en la crítica. Te critican porque lo que deberías hacer es solo informar. Te critican por ser aséptico a la hora de informar y no mojarte... Esto se suele traducir en un juntaletras con cara de pikachu cada dos segundos que es fácilmente identificable por la calle. Seguro que hay un estudio por ahí que lo certifica. Esto, que antes terminabas por aprender a pasártelo por el arco del triunfo según pasaban los años de oficio, ha alcanzado cotas inimaginables gracias a las redes sociales. Hostias como panes, oiga. Y da igual si te dedicas a una parte de la información u otra. Así que termina uno un tanto esquizofrénico, pensando en aquel día que no le hizo caso a su ama con aquello de: “Mejor para abogado hijo, que esos ganan pasta”. ¡Ja!