La Cumbre del Clima (COP25) que se ha celebrado hasta ayer en Madrid pasaba por ser la cita de la ambición en la lucha internacional contra el cambio climático. El resultado de estas dos semanas -un día y medio más de lo previsto- es, sin embargo, decepcionante, aunque quizá sea exagerado calificarlo de fracaso. Las duras y complicadas negociaciones en las que han tomado parte representantes de casi 200 países se han saldado finalmente con un consenso de mínimos que, aunque hay que valorar, queda muy lejos no ya de las expectativas más optimistas, sino de la urgencia debida. Unas esperanzas levantadas ante el interés que había despertado la cumbre y las multitudinarias movilizaciones -sobre todo por parte de jóvenes de todo el mundo en un movimiento liderado por Greta Thumberg, que ha tenido un especial protagonismo en Madrid- que se han producido en los últimos meses y que, junto a las contundentes advertencias realizadas por la comunidad científica sobre la urgencia de tomar medidas drásticas, invitaban a pensar que podría llegarse a compromisos reales contra las emisiones de gases de efecto invernadero, tal y como exige el Acuerdo de París. Nada de eso ha sucedido. Lo más a lo que han llegado los países involucrados, incapaces de alcanzar un consenso más audaz, ha sido la aprobación del documento Chile-Madrid. Tiempo de actuar, que en realidad no deja de ser un tímido llamamiento a los gobiernos a aumentar su “ambición” y a que hagan esfuerzos en sus planes contra el cambio climático, de manera que puedan alcanzarse mayores compromisos de cara a la siguiente Cumbre del Clima (COP26) que se celebrará en Glasgow en noviembre de 2020. La mayor decepción, sin duda, ha sido la imposibilidad de cerrar un acuerdo sobre los mercados de CO2 que, según el Acuerdo de París, debe regular los derechos de emisiones de los países. Un punto vital pero muy controvertido, que queda pendiente para la próxima cita, lo que ha evitado, al menos, un mal acuerdo. En definitiva, la Cumbre ha mostrado la evidente desconexión entre los gobiernos del mundo tanto con la comunidad científica como con la ciudadanía, que exigen compromisos urgentes ante el alarmante y progresivo deterioro del planeta. Diez meses hasta la COP26 son mucho tiempo que no se puede ni se debe desperdiciar. Como dice el título del acuerdo de Madrid, hay que “actuar”. Pero hay que hacerlo ya.