l patio está muy revuelto. Pedro Sánchez está jugando con fuego dentro del Gobierno con la patata caliente de la reforma laboral y, fuera, estirando al límite la goma de las enmiendas a la totalidad de sus socios parlamentarios de cabecera. Pablo Casado tampoco le anda a la zaga en cuanto a despropósitos. La insólita sublevación del batallón de infantería de Díaz Ayuso parece zarandearle cuando mejor le pintan esas encuestas que seguirán siendo insensibles a la enésima sentencia vergonzante por la corrupción secular del selecto grupo de golfos cobijados en Génova. Con todo, el ciudadano medio empieza a temer las consecuencias de una desaforada escalada de precios que genera el poliédrico conflicto energético con la capacidad suficiente para aguar la pronosticada recuperación y las optimistas previsiones de crecimiento. Paradójicamente, cuando veinte millones de personas ya tienen trabajo tras superar la quinta ola del virus, aunque mejor no curiosear en los contratos de la gran mayoría.

Acostumbrado a acercarse al precipicio, como es harto sabido, el presidente socialista ha repetido semejante osadía con ERC y PNV, y le ha vuelto a salir bien. Podía haber resuelto hace semanas el compromiso de proteger el catalán en la futura ley audiovisual y, de otro lado, cumplido lo escrito en la transferencia completa del Ingreso Mínimo Vital, pero ha preferido tensionar unas relaciones que siguen transitando por la senda de la desconfianza. Quizá, en el fondo, dilata los tiempos porque juega arteramente con el as en la manga de las consecuencias de un revolcón presupuestario para el actual bloque de la mayoría parlamentaria. O resulta, sencillamente, que Sánchez frivoliza en exceso porque se ampara en su permanente baraka. Sin embargo, muchas voces lo reducen a una camaleónica política adaptable a cada situación de alarma.

Sin incendio en los Presupuestos, más allá de las escaramuzas que dejarán las negociaciones de las enmiendas y el debate ensordecedor de las siete propuestas de totalidad de la oposición, el auténtico fuego prende con fuerza por culpa de la reforma laboral. Bien podría apostarse ahora mismo que no se llegará a su derogación. Triunfará finalmente una sutil modernización de la norma. Se trata de un eufemismo paliativo para evitar más dentelladas entre una coalición de gobierno que empieza a resentirse demasiado. Es inimaginable Nadia Calviño con la cabeza política cortada. Es inverosímil ver a la radiante Yolanda Díaz besar el suelo, derrotada. Hay que habilitar un hueco para el armisticio entre las presiones sindicales, empresariales y de la UE. Se conseguirá. Hasta entonces, ríos de tinta, de tuits y de tertulias, bravatas incendiarias, brindis al sol, diálogo de sordos durante meses entre método y contenido, entre el quién y el qué. Y así ir tirando de la cuerda hasta que Sánchez diga basta. Lo puede decir, incluso, adelantando las elecciones cuando considere que la alternativa de Unidas Podemos más le puede convenir: en ese punto de cocción exacta que ni pierda escaños porque continúa sin consolidar su nueva estructura electoral de pactos ni tampoco empieza a pavonearse al calor de los sondeos quitando votos al auténtico PSOE de izquierdas. También dependerá del análisis de futuro que haga Ione Belarra y su consultor de cabecera, Pablo Iglesias, sobre la suerte de su formación que camina abocada a subsumirse. Hasta el momento, la palmaria fricción que unos y otros trasladan al gallinero público simplemente les degrada. Ocurre, además, en un delicado momento donde más certidumbre se anhela ante tanto desasosiego acumulado, sobre todo en el ámbito privado que empieza a inquietarse por los frecuentes ataques a la seguridad jurídica y por saber cuál es la auténtica realidad de los fondos europeos.

Para quema, la que se avecina en el Parlament. La maniobra de Laura Borràs para salvar el cargo ante su muy posible deflagración judicial vuelve a emponzoñar las endiabladas relaciones entre los independentistas catalanes. La presidenta de la Cámara catalana, auténtico caballo de Troya contra los intereses de ERC, empieza a ver acercarse las llamas y parece que puede quedarse desamparada en su intento de blindarse.

Cuando avance la justicia, siempre quedará el recurso fácil de la algarada y el discurso aprendido de la opresión de los poderes del Estado español. La pérdida de este significativo escaño desencadenaría una furibunda respuesta de los sectores más intransigentes. Borràs puede acabar quemada.