ada año, con el comienzo de octubre, llega la ciencia a los titulares de la mano de la concesión de los premios Nobel. Una vez más, todo señores, lo que confirma la necesidad de medidas radicales para corregir este machismo de una vez por todas.

En cualquier caso los premiados lo merecían y en especial resulta notable el premio de física a algunos de los pioneros en la modelización del cambio climático y en el análisis de sistemas complejos como nuestro clima.

Y como ya saben que soy pejiguero, les confieso que me resulta curioso constatar que nunca antes los premios Nobel hubieran reconocido los avances en climatología de forma directa.

Por ejemplo, a James Edward Hansen no se le reconocerá el papel importantísimo en concienciar al mundo del problema del calentamiento global con este galardón, posiblemente porque resulta un perfil demasiado activista para las galas suecas. Esto no quiere quitar valor y prestigio a Syukuro Manabe y sus modelos pioneros, o a las precisas predicciones que derivaron de los estudios de Klaus Hasselman pero, como suele pasar, los premios hablan más por lo que ignoran que por lo que destacan.

El italiano Giorgio Parisi consiguió (y sigue haciéndolo) hacernos entender a los físicos que nuestro reduccionismo metodológico de separar las cosas en sus partes y analizar las interacciones, tan útil a menudo, se tornaba inviable en sistemas complejos, en concreto en el clima.

Pero muchos otros fueron también abriéndonos los ojos y mostrando las evidencias, hace ya medio siglo, no anteayer, de que los efectos de la actividad humana en el clima llegarían a ser desastrosos y eran evitables. Ojalá que estos reconocimientos sirvieran para que en las conferencias del clima se tomen las decisiones urgentes y necesarias, pero me temo que ni con Nobel vaya a ser así.