ste pasado jueves se presentaba el Centro Vasco de Inteligencia Artificial (Basque Artificial Intelligence Center-BAIC), con sede en el Parque Tecnológico de Miñano (Araba), que, en palabras del lehendakari Iñigo Urkullu, "se propone liderar el desarrollo y aplicación del conocimiento en inteligencia artificial y ser una palanca de transformación real para los agentes económicos y sociales de Euskadi, con una decidida referencia y conexión internacional".

La creación de esta entidad supone un paso más, de indudable valor, en la configuración progresiva y permanente de lo que está viniendo en denominarse "Ecosistema Vasco", espacio colaborativo, activo y abierto, desde y para el conjunto del tejido económico, empresarial, académico e institucional, que habría de facilitar el desarrollo exitoso de nuestra economía al servicio de un "modelo vasco de desarrollo inclusivo".

Como no podía ser de otra manera, una iniciativa de este tipo no es fruto de una moda o carrera espontánea por constituir entes y etiquetas al amparo de potenciales recursos transformadores, para "poner la inteligencia artificial y las principales tecnologías exponenciales y disruptivas en nuestras vidas". La propia presencia promotora de una veintena de empresas relevantes en nuestro país, presentes ya, de una forma u otra, en su uso, con la incorporación de jugadores clave en el entorno ciencia-tecnología del país, BERCs incluidos, la Universidad (aún con tímida presencia directa) y las administraciones publicas vascas lo posibilitan y ofrecen mimbres básicos para su apuesta de futuro. Apuesta que según sus propias declaraciones fundacionales y compromisos responde a una "base y fortaleza real sobre la que construir": un tejido empresarial sólido e innovador alineado con el marco prioritario del RIS3 (Marco de regionalización inteligente de Euskadi que el Gobierno vasco y el apoyo de Bruselas promueve en la prioridad orientada hacia la manufactura avanzada, la energía, las biociencias y sus elementos transformadores asociables desde, en forma simplificada, la digitalización), los movimientos aceleradores de la propia sociedad 5.0, e industria 4.0 y los diferentes proyectos-iniciativas favorecedoras de la conectividad ultrarrápida y el propósito o sentido que conlleva entender y usar de manera adecuada las bondades de esta tecnología y herramienta disponible, sensibilizar y monitorizar sus aplicaciones, capacitar y alfabetizar a los profesionales y sociedad en general que habremos de coincidir con ella, fortalecer el desarrollo de industrias y servicios asociables, conectar con las redes internacionales imprescindibles, atraer talento de vanguardia y, por supuesto, constituir un foco de pensamiento en torno a sus consecuencias éticas, legales y, evidentemente, democráticas. La presencia, además, de los gobiernos habría de facilitar una actitud transformadora no solamente para aplicaciones puntuales en la administración pública, sino como elemento esencial en una imprescindible reinvención de la administración pública vasca, un nuevo catálogo de posiciones y competencias, innovación de servicios pensando en el ciudadano, la sociedad y aportando el enorme salto requerido para una gobernanza del siglo XXI.

En estos días y al hilo de esta iniciativa, merece la pena recurrir al interesante debate Rediseñando la inteligencia artificial: trabajo, democracia y justicia en la era de la automatización, que acaba de publicar la Boston Review Forum en colaboración con la entidad sin ánimo de lucro, AI and Shared Prosperity Initiative (Iniciativa para la prosperidad compartida en la Inteligencia artificial), a partir de las reflexiones básicas de Daron Acemo?lu. Acemo?lu, prestigioso economista, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, ya nos ha venido iluminando desde su reconocida e instructiva publicación: ¿Por qué fracasan las naciones? (Why Nations Fail), que nos acompaña a lo largo del tiempo, analizando desde el rigor económico, el origen del poder, la desigualdad y la prosperidad y el enorme potencial diferenciador que supone el contar o no con instituciones (entes, normas, comportamientos, riesgos, gestión...) del que se doten o no los diferentes países y su implicación en la ordenación de los elementos clave y "mercados posibles" que determinarán su impacto (se espera que sea beneficioso para todos). En esta ocasión, la publicación en cuestión incorpora críticas, líneas alternativas de acción, consideraciones de enorme transcendencia desde un variado y nutrido grupo de prestigiosos académicos y profesionales, tanto favorables a sus tesis, como críticos con ellas.

Acemo?lu, como todos ellos, parten de asumir la realidad: la inteligencia artificial no solo está entre nosotros, sino que será pieza relevante en nuestro futuro y, sin duda, cabe esperar enormes beneficios generales. Dicho esto, la duda está en su distribución y mitigación de aquellos efectos negativos que pudiera generar. Básicamente, se pregunta si la inteligencia artificial, en su actual orientación, esencialmente ligada a la automatización, es o puede ser una amenaza para el empleo y la democracia. Su visión, optimista, reside en su convicción de que el futuro no está definido como un bien o mal predeterminado, sino que está en nuestras manos y propone una apuesta decidida para hacer que la AI (Inteligencia Artificial) pueda crear prosperidad inclusiva e impulsar libertades democráticas. Esta apuesta exige políticas acertadas de los gobiernos, un redireccionamiento de norma y comportamientos de profesionales, tecnólogos, industrias y empresas implicables y, por supuesto, un control democrático sólido y decidido.

Hoy, no cabe duda de que una enorme preocupación pasa por la percepción de un "mundo con menor empleo y trabajo" ante la supuesta creciente robotización y el poder sustitutivo por las máquinas. Aumento que lleva a un debate de gran magnitud en términos iniciales de compartir y distribuir la renta, así como el verdadero sentido del trabajo-empleo. Definir un propósito social, viable, resulta imprescindible. Si, por ejemplo, en Estados Unidos un 53% de los trabajadores con empleo dicen no sentirse identificados con su proyecto laboral y no encuentran propósito alguno en lo que hacen, más allá de un determinado nivel de ingreso, y se generalizan propuestas en torno a mecanismos de renta universal o salarios garantizados al margen de la empleabilidad, renacen alternativas de gran calado por definir. Ni qué decir al desequilibrio geográfico entre jugadores de primera (tanto en software clave, como en diferentes grados de aplicabilidad) y el resto en el mundo de estas tecnologías críticas.

Sin duda, el propósito que ha de reorientar el uso de estas tecnologías exige que tecnólogos, gestores, gobernantes señalen el camino y forma de uso de estas potentes herramientas capaces de hacer un mundo mejor. ¿Desacoplar trabajo-renta es una buena solución inspiradora y motivadora de vida? ¿Reorientar modelos de desarrollo compartido y canalizar la inversión pública hacia una nueva relación de la tecnología que nos lleve a no competir contra las máquinas, sino a competir usándolas e incorporándolas a facilitar su contribución, logrando mayor y mejor valor inclusivo?

Como en tantas otras áreas, no son tiempos para dejar que las cosas sucedan sin más, tal y como vienen, sino, por el contrario, anticiparnos a intentar reorientar un futuro deseable.

Sin duda, el BAIC de reciente creación tiene por delante un extraordinario e ilusionante campo de juego. Euskadi está a tiempo de elegir el tipo de ola que coger.