l otro día hablaba con una persona a la que admiro mucho sobre la esperanza. Sobre la dificultad y, al mismo tiempo, la necesidad de mantenerla. La esperanza es la gasolina que nos hace funcionar cada día, porque sin ver botellas medio llenas es fácil ahogarse en el vacío. Aunque mantener la esperanza no es tan fácil como a veces nos quieren hacer creer los libros de autoayuda o el nuevo ejército de coaches que nos rodea. No es fácil, mucho menos en medio de una pandemia, pero, no nos engañemos, tampoco antes. No es fácil mantener la esperanza cuando ves a un hombre joven tirándose de lo alto de un semáforo en una exaltación de rancia masculinidad, cuando escuchas a un fiscal revictimizar y señalar con el dedo acusador a una chica que ha sufrido una violación múltiple, cuando ves a la ultraderecha cada vez más envalentonada y con más espacio en los medios de comunicación, cuando algunas mujeres que alzan la voz son brutalmente insultadas en las redes sociales, cuando ves el vídeo de un niño de diez años llorando tras ser abandonado en la frontera de México y Estados Unidos, cuando compruebas que los centros comerciales están llenos y las bibliotecas vacías€ No es fácil mantener la esperanza, y, por eso, no nos tenemos que sentir culpables por no ver siempre la botella medio llena, como nos exigen los gurús de la felicidad. Es necesario permitirse el dolor que se siente ante muchas cosas injustas y desesperantes que ocurren en el mundo y, a pesar de ello, guardar en algún lugar escondido, unos gramos de esperanza, como se guardaba antiguamente el pan en un armario de una Nochebuena a otra. Porque sin ese alimento para nuestra alma es difícil despertarse cada mañana creyendo que lo que hacemos tiene algún sentido. Quizá intentar cambiar lo que no nos gusta puede dar sentido a nuestras vidas. Aunque, anda que no tenemos trabajo. Necesitamos gasolina porque nos quedan muchos kilómetros por recorrer.