manece. El viento sopla fresco. Es domingo. El primero desde hace tiempo en que uno puede andar de aquí para allá, pero sin dejar de ser vasco. O sea, sin salir de la comunidad.

Hablando de comunidades. Uno se sorprende cuando de pronto, antes de escuchar el canto de los pájaros se oye una puerta que se abre y unos pasos que caminan. Y surca el aire una voz que dice: "buenos días" y otra que le responde. Y se te alegra el alma. Los pueblos, esos espacios de convivencia cuya invasión nos han vuelto a autorizar, siguen enseñándonos que la sociedad es algo más que cifras. Somos personas. Vecinos. Cada cual con su misión. Un grupo humano, con división de tareas con cierta tendencia a la autosuficiencia en lo fundamental y a la globalización en lo ornamental. Pero lo primero es lo primero. Y así, donde todos miramos lo que nos interesa como turistas, cuando paseas te das cuenta de que sigue viva la tienda de frutas y verduras, y la carnicería, "carnecería" que dirían algunos. Y está el pescatero, y una pena, ya no hay sastres, modistas ni zapateros. Pero eso sí, todo nos llega por internet.

Ahora que podemos de nuevo salir a visitar los pueblos de los que en alguna vez salimos, importa pensar en lo que es una sociedad sostenible. Y cuando desde la capital hablamos de nuestros pueblos, empezamos hablando mal, porque no son nuestros, son suyos, y pensar que su futuro es el turismo es no haber visto Bienvenido Mister Marshal. Los pueblos son comunidades de vecinos. Personas que habitan en sus casas y que forman una comunidad. De la pandemia, los que peor han salido son los que vendían souvenirs y recuerdos, y los que mejor, los que no vendían pueblo sino que lo vivían. Salgamos, vivamos y aprendamos, pero recordad todos€ el futuro de las zonas que se despueblan nunca está en el "ave de paso sapataso", sino en el dame tú hoy que mañana te daré yo, que somos vecinos.