odos necesitamos héroes, pero no todos tenemos ni el valor ni las ganas de serlo. Ser héroe sale caro. Como decía mi amigo Iñaki los héroes no dejan hijos sino sobrinos. Y es que, aunque como bien cantaba Bowie todos podemos ser héroes un día nada más, no siempre es fácil encontrar el momento y los arrestos suficientes para ponerse a la tarea de pasar a la historia. Es más, lo de ser héroe tiene su complicación, porque no todo el mundo entiende la heroicidad de similar manera, y hablando de arrestos, de igual forma que puedes ir a por lana y salir trasquilado, puedes ir a por fama y terminar arrestado, que hay gente que tiene muy poco sentido del humor. Hay además héroes de enciclopedia y estatua en plaza y otros de andar más por casa. Yo recuerdo por ejemplo que cuando era pequeño montábamos un gran belén. Uno de los de figuritas, no de los voces y tumultos. Había un concurso y el jurado pasaba casa por casa para valorar la obra. Como ocurre a menudo en estos casos creo recordar que ganaban siempre los mismos, que hasta para lo de los concursos hay clases, enchufes y prebendas. Pero a lo que vamos. En el proceso de construcción se implicaba toda la familia. El uno iba a por musgo, el otro guardaba los papeles de las chocolatinas para hacer el río, el otro traía hojas, y mi abuelo subía del taller unas bolsas con arena, que para la cosa del desierto venían muy bien. En el momento de extender la arena, aparecía una excavadora de juguete, con su pala y sus orugas, y con magistral pericia alguien se encargaba de extender la arena sobre el tablero manejando aquel mando cargado de pilas de las gordas que se unía a la máquina con un grueso cable trenzado. Yo miraba embelesado la maniobra, y el maquinista era mi héroe y el destino de mi infantil envidia y la cosa es que estos días, no sé muy bien por qué, he vuelto un poco a mi infancia.