eire y Unai han crecido juntos. No son hermanos pero ellos sienten que son mucho mejor que eso. Apenas se llevan unos meses y son como uña y carne. Les encanta pasar horas hablando y a veces ni siquiera les hace falta hacerlo para entenderse. Casi siempre les apetece jugar a los mismos juegos, les apasionan las mismas historias, les gusta leer los mismos cuentos, hasta comparten gustos en la comida. Por supuesto, también tienen sus discusiones. Pero disfrutan de ese tipo de amistad que envidias abiertamente desde tu mirada, porque no está contaminada por las dobleces de los adultos. Este año han tenido que acostumbrarse a no verse tan a menudo, a no comer en la casa del otro, a no quedarse a dormir, a no improvisar tardes de juego, a encontrarse apenas un momento en el parque, a no poder abrazarse, a celebrar sus cumpleaños con una video llamada... A vivir cada uno en una burbuja, separado del otro. Precisamente hoy nos encontramos en el parque y nos felicitamos el Año Nuevo. Nos decimos que este 2021 no necesita esforzarse mucho para ser mejor que el año que se ha ido. Leire tiene una postal para Unai. Se la da y la leen juntos, a distancia. Unai se acerca a ti y te dice “Begira amatxo!”. Y tú lees la postal de Leire, una niña de 9 años que durante estos últimos meses seguramente habrá madurado tan deprisa como Unai. “Kaixo Unai! Desde marzo no he podido verte tanto como me hubiera gustado. Pero todo este tiempo te he visto con el corazón. Urte berri on!”. Y me miras. Y sé lo que estás pensando. Y te echas a llorar sin querer. Y Unai y Leire no entienden muy bien qué pasa. Y yo decido saltarme todos los protocolos ante sus ojos atónitos para darte un abrazo. Y te digo “No te preocupes, te juro que esta Nochevieja no me puse las puñeteras bragas rojas de la buena suerte”. Y nos echamos a reír. Porque a partir de ahora todo irá a mejor. Debería.