ice mi hija que Trump es como Franco, pero amarillo. Me lo lanza así, como si nada, mientras vemos en la televisión a miles de manifestantes frente a la Casablanca protestando contra el racismo y por el asesinato de George Floyd. Y, por un momento, me paro a pensar sobre la imagen del mundo que puede tener una niña de diez años que va recopilando información de conversaciones de las personas mayores, de los telediarios, de lo que le cuenta la Youtuber de turno… Me pongo a pensar que a veces actuamos y hablamos ante ellos sin pensar que están construyéndose una imagen del mundo y que depende de lo que oigan en casa, de lo que les cuenten en la tele o en internet, de lo que aprendan en los libros, la imagen puede ser radicalmente distinta. Con las familias ocurre como con los coches, los peatones y las bicicletas. Depende de si vamos en coche, en bicicleta o andando, nuestra opinión sobre el bici-carril, sobre el estrechamiento de una carretera, sobre los pasos de cebra… es totalmente distinto. En las familias, igual. Para una niña cuyo padre es un importante empresario, los trabajadores que queman neumáticos a las puertas de Nissan en Cataluña le parecerán gente muy peligrosa; para un niño con una madre a la que acaban de echar del trabajo y un padre en paro, el peligro está en las familias ricas, que, incomprensiblemente para él, acumulan más dinero del que pueden gastar mientras su familia se está muriendo de hambre. Pero ¿por qué no deja a los negros en paz? ¡Si él es amarillo!, insiste mi hija. Y yo no sé qué decirle. Espera que le responda con palabras rotundas, una explicación de buenos y malos que le ordene el mundo. Pero he pensado que a esta edad es mejor hacerles preguntas que darles respuestas cerradas. ¿Estás segura de que es amarillo?, le he preguntado. Ha vuelto a mirar a la pantalla y al ver que aparece el bronceado presidente, me ha respondido: Bueno, un poco naranja también ya es.