Se dice que la semántica es la rama de la lingüística que estudia el significado de las palabras, frases y oraciones. Se enfoca en cómo los signos lingüísticos transmiten sentido y en las relaciones entre el lenguaje, el pensamiento y la realidad. Y el lenguaje lo carga el diablo. Fíjense si no en por qué hablamos de antisemitismo pero en cambio hablamos de islamofobia. Es decir, conceptualmente, tenemos una palabra para estar en contra de los judíos y en cambio respecto a quienes profesan el Islam como religión se les ha de temer. Ello es tan sólo un ejemplo de semántica para introducir lo que quiero tratar hoy.
Y de lo que quiero reflexionar hoy es sobre la fina y difusa línea que separa los conceptos de antisionismo y antisemitismo. Es una línea que a priori debería ser clara, pero interesa difuminarla a muchos, a unos y a otros.
Conceptualmente debería estar claro. Ser antisionista es ser contrario al sionismo, ideología y un movimiento político que propugna el establecimiento de un Estado judío en Palestina, y que, desde la fundación de dicho estado, se centra en el apoyo al mantenimiento de su existencia. El antisemitismo, en el sentido amplio del término, hace referencia a la discriminación, hostilidad, prejuicio y odio hacia los judíos en sentido amplio, basada en una combinación de prejuicios de tipo religioso, racial, cultural y étnico.
Hay historiadores que acotan el uso del término antisemitismo a la Edad Contemporánea —cuando surgen los conceptos de racismo (y del antisemitismo como un derivado del mismo). Para designar el odio a los judíos en periodos anteriores proponen utilizar el término antijudaísmo. Pero tampoco hay unanimidad al respecto, hoy también hay quien prefiere el uso del término antijudaismo al de antisemitismo, acaso porque aparentemente parece ser más preciso.
Así expuesto, las diferencias deberían estar claras, pero bajas al fragor de la discusión, y ahí la demarcación se puede volver difusa si no se tienen claros los conceptos. Y más aún desde el ataque del 7 de octubre y del posterior genocidio en Gaza. Habrá quien ya me califique de antisemita por hablar de genocidio. Estoy dispuesto a conceder la precisión de presunto genocidio ya que es la Corte Internacional de Justicia por un lado y la Corte Penal Internacional quienes deben dictaminar al respecto, pero, aún a riesgo de equivocarme, creo que se trata de un genocidio de los de libro. En el fragor de la discusión, sobre todo en redes sociales, se ve cómo se distorsionan por algunos los conceptos de antisionismo y antisemitismo, que deberían estar claros. No niego que pueda haber casos en que haya posiciones antisionistas que sean antisemitas, algunas incluso muy cercanas –como veremos luego- pero para nada el antisionismo lleva automáticamente al antisemitismo, al menos si se manejan las definiciones que manejo y que he enunciado anteriormente.
El caso es que el antisionismo abarca puntos de vista muy diversos. Los hay religiosos, morales y políticos, pero su diversidad de motivaciones y el hecho de que se expresa de formas muy diversas y distintas hace que no quepa considerarla per se como una única ideología coherente como tal.
Hay quien afirma en cambio que el antisionismo se ha convertido en un tipo actual de antisemitismo (neoantisemitismo). Y esto desde posiciones no solamente sionistas. Es lo que hace esa difusión de conceptos. Desde posiciones sionistas se argumenta que el antisionismo es meramente un varniz elegante y presentable bajo el que subyace claramente el antisemitismo. Y que paulatinamente se va tornando en antisemitismo.
Noam Chomsky, que también era judío, argumentaba bastante antes del 7 de octubre que los partidarios israelíes a menudo tratan de equiparar el antisionismo con el antisemitismo, para silenciar a la oposición a las políticas del Estado de Israel. Los sionistas tienen un término para los judíos que no son sionistas o que son contrarios al sionismo: judío que se odia a sí mismo. De lo que no me cabe duda es que Israel ha perdido la batalla del relato en el escenario social internacional y que eso va a tener sus consecuencias, por mucho poder militar y económico que tenga.
La ley de Godwin establece que mientras más extenso sea un debate en Internet, es más probable que alguien mencione al nazismo como parte de su argumento. En las discusiones que he visto en redes –y no sólo en redes- he visto multitud de comparaciones entre las políticas de Israel y del gobierno de Netanyahu con el nazismo. Lo dicho, ley de Godwin pura y dura. También el propio Netanyahu ha calificado a Hamás de Nazi. Y Putin califica al régimen de Ucrania de nazi también. Todo ello emborrona la distinción.
Puestos a manejar hechos históricos, hablemos de la Declaración Balfour del 2 de noviembre de 1917. Fue una manifestación formal del gobierno británico durante la Primera Guerra Mundial para anunciar su apoyo al establecimiento de un «hogar nacional» para el pueblo judío en la región de Palestina. Y por tanto fue una declaración pro sionista respecto a un territorio que en ese momento formaba parte del Imperio otomano. Dicha declaración se considera como uno de los antecedentes imprescindibles que condujeron a la creación del Estado de Israel. Pues bien, sorprenderá saber que el Ministro de Asuntos Exteriores británico Arthur Belfour, autor de dicha declaración desestimaba a los judíos como, cito, «un pueblo extranjero y hostil» y patrocinó una ley para mantener a los refugiados judíos fuera del Reino Unido. Un antisemita de manual. Se da el hecho, además, de que el único miembro judío del gabinete británico en ese momento, Edwin Samuel Montague, se opuso a la Declaración Balfour y calificó al sionismo de «credo político pernicioso».
Por tanto, afirmar que el antisionismo es antisemitismo por definición resulta harto cuestionable incluso desde un punto de vista histórico. El sionismo también echa mano de su interpretación de la historia para justificarse. Por ejemplo, afirma que os judíos son el único pueblo indígena existente en esa zona, ya que Israel fue su reino hace más de tres mil años. Expulsados cuando fue ocupado, mantuvieron una presencia continua en la zona bajo las ocupaciones romana, abasí, mameluca, otomana, y británica, que califican de colonialistas y que por ello no cabe calificar el sionismo de colonialista. Para mí está claro que nada de eso justifica lo que hacen los colonos israelíes hoy.
Veamos un ejemplo cercano. ¿Las pintadas de “Hamas mátalos” aparecidas recientemente en monumento del parque de Salburua en Vitoria-Gasteiz son antisionistas o antisemitas? Teniendo en cuenta de que se trata de un monumento conmemorando el cementerio judío de Vitoria que tuvo sus orígenes en el medievo, creo que es al menos complicado argumentar que sean antisionistas y no antisemitas. Son claramente antisemitas al albur de las definiciones que manejo en este artículo. Podrán ser accesoriamente también antisionistas, pero son antisemitismo puro y duro. Además de un recuerdo lúgubre de épocas felizmente en vías de superación aquí.
En todo caso, la distinción entre antisionismo y antisemitismo carece de relevancia ante la justicia internacional. Hay quien me tilda de optimista cuando hablo de justicia internacional y de la ONU, que todo eso se ha venido abajo. Desde luego si eso creemos, mantengo entonces que la batalla por la justicia, de la rendición de cuentas de unos y otros, está perdida de antemano. Ni optimismo ni pesimismo: determinación.
@Krakenberger