20N 1975, apertura de una nueva época
Hay fechas que marcan la apertura de una nueva época y por ello forman parte del calendario histórico común de toda la ciudadanía. Una de ellas es la del 20 de noviembre de 1975, hace ahora justamente cincuenta años, cuando tras la muerte de quien había detentado todo el poder en un régimen dictatorial que se prolongó a lo largo de casi cuatro décadas (1936-1975) se abría una nueva época que llega hasta el día de hoy. Un periodo de tiempo, medio siglo ya, al que cabe adjudicar la consideración de histórico tanto por su duración temporal en términos cuantitativos como, sobre todo, por las repercusiones de los hechos que se han sucedido durante estos años.
No resulta nada fácil condensar en unas pocas líneas un periodo temporal tan amplio y en el que han tenido lugar situaciones tan diversas pero sí pueden hacerse algunas consideraciones sobre esta época, que además de ser la que ha marcado nuestras vidas tiene también aspectos que trascienden las vivencias personales, a los que no está de mas dedicarles algo de atención. Aunque solo sea para recordar algunas cosas que a veces se olvidan con el paso del tiempo y conviene rememorar –los aniversarios como éste proporcionan una buena oportunidad para ello– para poder ubicarnos debidamente en relación con nuestra trayectoria mas reciente y nuestro entorno mas próximo.
Hay que recordar que en noviembre de 1975 éramos el ultimo país de Europa occidental, tras la caída (1974) de las dictaduras griega y portuguesa, en el que perduraba un régimen dictatorial en el que, entre otras cosas, la ejecución de penas de muerte por motivaciones políticas (tan solo poco mas de un mes antes) seguía aún vigente. Con la muerte del dictador se abría un periodo nuevo, cuyo primer y mas inmediato episodio iba a ser la transición hacia una nueva situación que estaba aún por determinar pero que en las condiciones reales existentes en noviembre de 1975, en las que la estructura institucional del régimen anterior permanecía intacta, se presentaba como muy incierta.
En estas condiciones, la transición desde una dictadura, que aún conservaba resortes claves del poder, hacia un sistema democrático por construir desde sus inicios, planteaba problemas específicos que no se habían dado en otras experiencias similares. Más concretamente en los países que también salían en esos años de regímenes dictatoriales; como Grecia, donde la dictadura de los coroneles había quebrado como consecuencia de la aventura militar de los jerarcas griegos y su enfrentamiento con Turquía, y, más próximo para nosotros, el caso portugués como consecuencia de la revolución de los claveles protagonizada por los capitanes de abril al frente del MFA.
Aquí, en contraste con estas experiencias, la transición a la democracia, que era incuestionable en el contexto europeo de los años en los que ésta se desarrolla en la segunda mitad de la década de los setenta, tuvo unas características propias que la diferencian en relación con otros procesos similares. Lo que no quiere decir que por ello fuese un modelo ejemplar como han sostenido sus apologetas, ni tampoco que fuese un engaño ni una traición como ha sido (des)calificada por sus más encendidos detractores. Ni los logros democráticos y sociales conseguidos son producto de cómo se desarrolló el proceso de transición, ni tampoco ninguno de los principales problemas que tenemos planteados hoy tienen su raíz en cómo se hizo la transición.
Sí hay que decir, sin embargo, que algunos aspectos de nuestro actual sistema político y constitucional vienen marcados por la forma en que se planteó y desarrolló la transición; y en particular uno que hace referencia al diseño del sistema político-institucional que se selló en la transición, como es la constitucionalización de la Monarquía, incluida la referencia expresa a la persona designada por el dictador Franco. A lo que hay que añadir el blindaje constitucional, superior al de cualquier otra institución, que le sirve de escudo protector frente a cualquier incidencia que pudiese afectar no solo a la institución sino también a la persona que la encarna.
Conviene recordar que España es el único país de Europa en el que se ha restablecido la Monarquía en el siglo XX y que la reinstauración monárquica en nuestro caso no es la expresión de una voluntad popular mayoritaria de la ciudadanía sino el producto de la decisión unilateral de una dictadura; primero mediante la Ley de Sucesión (1947) por la que declara que el Estado español se constituye en Reino (art. 1º) y después (1969) mediante la decisión personal del dictador Franco de designar como su sucesor en la Jefatura del Estado a Juan Carlos de Borbón, lo que además infringía la línea de sucesión dinástica.
Interesa dejar claro estos hechos ya que estamos asistiendo, con motivo de este cincuentenario, a una operación de resignificación interesada de esta fecha para realzar el protagonismo de la Monarquía (y del monarca que la encarnó) en la instauración de la democracia, que si en su día fue posible y luego hemos podido disfrutar de ella hasta hoy ha sido gracias a su actuación, según esta particular versión de los hechos. Lo que además de la falacia y la falsedad histórica que supone tal relato, constituye un menosprecio inadmisible para quienes desde el primer día de la dictadura (abril 1939) hasta cuando se abre el proceso constituyente tras las primeras elecciones democráticas (junio 1977) lucharon con riesgo de perder su libertad y su vida (no es retórica) por la democracia.
Por lo demás, el 20 de noviembre de hace cincuenta años supuso el inicio de un proceso de homologación política con Europa, de la que a pesar de ser nuestro espacio natural de relación habíamos estado disociados durante casi cuatro décadas. Y en nuestro caso en particular, además de este proceso de inserción europea en común con otros pueblos con los que conjuntamente salíamos del franquismo, supuso también el reinicio del proceso hacia el autogobierno, que había quedado abruptamente interrumpido con la dictadura y que a partir de entonces era posible reemprender de nuevo para dotarnos de un sistema institucional propio de autogobierno que se prolonga hasta nuestros días.
Para finalizar, no hay que olvidar que las fechas emblemáticas –y el 20N de 1975 lo es– siempre se prestan a una desvirtuación de su significación y su sustitución interesada por relatos que poco tienen que ver con lo realmente ocurrido en su momento. Que en el caso que nos ocupa y da origen a estas líneas no es otra que la del cierre de una de las épocas más negras de nuestra historia al tiempo que marca la apertura de otra de signo completamente distinto que se prolonga hasta el día de hoy. Y que, no hay que olvidarlo, ha sido posible gracias al esfuerzo y la generosidad de quienes combatieron la dictadura.
Profesor