Hay algo que va mal cuando, durante los últimos días, Donald Trump ha acariciado la posibilidad de ganar un Premio Nobel de la Paz, después de patrocinar durante los dos últimos años el genocidio perpetrado en la Franja de Gaza bajo responsabilidad de su amigo y aliado Benjamin Netanyahu. Una masacre que se ha cobrado la vida de más de 66.148 personas, de las cuales más de 18.430 son niñas y niños.
Más allá de la barbarie cometida en Palestina, es evidente que algo no funciona bien en un mundo en el que, en pleno año 2025, el hambre infantil ha aumentado un 5%, y más de 45 millones de menores de 5 años padecen desnutrición aguda grave.
Los países del Sur Global en África, Latinoamérica y Asia se enfrentan a crisis multifactoriales caracterizadas por conflictos armados y sus secuelas; inestabilidad política; dependencia económica; expolio de recursos; falta de desarrollo socioeconómico e infraestructuras; enfermedades, falta de atención médica y falta de acceso a medicamentos; desastres naturales consecuencia del cambio climático; y una pobreza arraigada y generalizada, entre otros.
Aquí, en la CAV, también hay algo que va mal. Según el informe Arope, somos la comunidad autónoma del estado con la menor tasa de pobreza (14,8%, frente a la media estatal del 25,8%), sí. Pero la precariedad laboral y la carestía de la vivienda siguen impulsando la desigualdad. El precio medio del alquiler, por ejemplo, ha aumentado un 25% en el último año. Un 9,4% de la población vasca está en riesgo de pobreza. La carencia material y social severa afecta ya al 4,6%. Y cerca de un 25% de la población pobre no puede acceder a la RGI porque no cumple los requisitos administrativos o por asuntos burocráticos.
Hoy, 17 de octubre, es el Día Internacional contra la Pobreza. Hoy nos toca volver a recordar que la pobreza no es un fenómeno atmosférico ni fruto de la casualidad. La pobreza es consecuencia de un sistema político y económico global insostenible social y medioambientalmente. Acabar con el injusto reparto de la riqueza (o al menos reducirlo) y promover el desarrollo sostenible, a nivel local y global, es una cuestión de voluntad política. Y aún nos queda muchísimo por hacer.
Sin embargo, la democracia está en peligro, y lejos de seguir avanzando, corremos el riesgo de retroceder a pasos agigantados. El regreso de Donald Trump al centro de la política mundial es solo un ejemplo de ello, aunque marca el rumbo de una ola global reaccionaria caracterizada por un discurso populista, autoritario, racista, colonial, misógino, antifeminista y LGTBIQ+fóbico. El autoritarismo se está disfrazando de legalidad, normalizando el odio como estrategia política en el Estado español, en Italia, en Francia, en Austria, en Hungría, en Bélgica, en Argentina, en Israel, en El Salvador... y en Europa, donde un 25% de eurodiputados/as pertenece ya a partidos de extrema derecha.
Esta crisis de la democracia y el auge de la extrema derecha no solo ponen en riesgo los derechos humanos, la justicia social y ambiental, y la democracia en todo el mundo. Además, el avance de la ultraderecha supone un impacto negativo en la lucha contra la pobreza, porque promueve recortar derechos sociales y privatizar servicios básicos, y niega la emergencia climática, cuyas consecuencias más destructivas sufren principalmente los países del Sur Global.
Por si esto fuera poco, los discursos de odio promovidos por estos movimientos criminalizan y se ceban especialmente con las personas migrantes y refugiadas, que suelen ser, precisamente, las más empobrecidas. De los 241 delitos de odio registrados en Gipuzkoa, Bizkaia y Araba durante 2024, 147 de ellos (un 61%) fueron por racismo o xenofobia; y el 22,4% (54 infracciones penales) por orientación sexual o género.
Frente a todo ello, desde la plataforma Pobreza Cero / Zero Pobrezia de Donostia hacemos un llamamiento a la ciudadanía para defender activamente la democracia, la justicia social, los derechos humanos y la dignidad de todas las personas.
Es urgente dotar a la ciudadanía de herramientas para detectar bulos y fomentar el pensamiento crítico desde la infancia. Es necesario informar y concienciar sobre el impacto real de los discursos de odio, que penetran incluso en quienes no se consideran de extrema derecha (especialmente entre la juventud). Y es imprescindible exigir a las administraciones que aíslen a estos movimientos y frenen su avance.
Porque sin democracia, no hay derechos. Es difícil ser optimista, pero hay esperanza. El cambio es posible y necesario, y depende de la voluntad y acción colectivas.