Las artes visuales suelen ir acompañadas de palabras. Las exposiciones acostumbran a contar con un catálogo, o un folleto, que trata de situar las obras, su proceso o sus intenciones. A menudo se piensa que el arte no necesita de palabras. Que una buena obra debe bastarse por sí sola. Incluso hay quien sostiene que los textos que acompañan al arte son pretenciosos u oscuros. Pero lo cierto es que la escritura sobre arte existe desde hace siglos. Desde Plinio el Viejo hasta Vasari, desde Diderot hasta Berger, desde la crítica impresionista hasta los escritos de artistas que reflexionan sobre su propia práctica. La historia del arte no es otra cosa que un relato tejido a base de palabras, hilado por quienes han tratado de comprender y narrar las imágenes.
Escribir sobre arte no deja de ser, en sí mismo, un arte. No se trata de explicar ni de traducir. Se trata de lanzar una lectura posible, abrir una vía de interpretación que permita también otras. Porque eso es lo que convierte a una obra en algo sugestivo: su capacidad para suscitar múltiples reflexiones. El arte interpela, cuestiona, incomoda, emociona o se vuelve opaco, pero nunca es una sola cosa. Y cuando alguien escribe sobre arte, no lo hace para cerrar un sentido, sino para abrirlo. Pues cuando miramos una obra, pensamos. Y un texto sobre arte no deja de ser un pensamiento pasado a papel. Y ese pensar cambia en función de quién mira, cuándo lo mira y desde dónde lo mira.
Ayer se presentaba en Zas Kultur el catálogo de bolsillo de Enlighten Landscapes, la exposición de Gert Voor in’t Holt que tuvo lugar en este mismo espacio entre febrero y abril. Una publicación pequeña en formato, pero densa en capas. Incluye, como es habitual, imágenes de las obras y dos textos que no buscan explicar la exposición, sino compartir una lectura. Una lectura atenta, precisa, comprometida con las ideas que vertebran el trabajo del artista neerlandés afincado en Gasteiz.
Enlighten Landscapes proponía un recorrido por lugares transformados por la acción humana: caminos abandonados, presas en desuso. Espacios a medio camino entre la memoria y la desaparición. Escenarios convertidos en el propio estudio del artista, donde la iluminación –los focos, la luz proyectada– forma parte de la obra. Y la luz, que es materia prima de la fotografía, aquí se convierte en protagonista. Como el tiempo. El tiempo de exposición fotográfica, que no depende de nuestro ojo, sino del ojo de la cámara. Y como todo lo que convoca al tiempo, requiere de una pausa. De una lectura. El catálogo, editado dentro de la línea editorial Katalog de Zas Kultur, recoge esa necesidad de parar. De volver a mirar.
Quizá el arte no necesite de textos para existir. Pero sí los necesita para continuar. Porque escribir sobre arte es también una forma de cuidarlo. De registrarlo, de cuestionarlo, de hacerlo circular. El catálogo de Gert no es un suplemento, es un trabajo de otras personas que se suman a su obra.