Henrik Ibsen, en Casa de Muñecas, obra dramática que causó sensación por las peripecias que afectan a una familia y que a cuya protagonista, Nora Helmer, casi le llevan al suicidio por desestabilizar la institución familiar, nos lleva a preguntarnos si el ejército y las autoridades de Israel tienen un concepto de familia en el que el único nexo de unión es la probabilidad de ser masacrados juntos por bombas, hambre, enfermedad y desesperanza.
Hace unos días, me llegó al teléfono móvil un mensaje implorando su difusión urgente con el siguiente tenor: “En Mawasi Rafah, desde hace 6 horas, más de 15.000 palestinos, entre ellos numerosos niños y niñas, se encuentran completamente acorralados, atrapados bajo un intenso bombardeo mientras los tanques avanzan arrasando a su paso. Las familias, sin rutas seguras de evacuación, se enfrentan al horror de una ofensiva sionista. Sólo un pequeño grupo ha logrado escapar, pero la gran mayoría permanece atrapada en condiciones desesperadas. Desde Gaza hacen un llamamiento urgente: difundir esta situación por todos los medios posibles. No podemos permitir que el silencio sea cómplice”.
Lo que está ocurriendo en Gaza ha sido glosado a la perfección por el filósofo Gonzalo Velasco: “Lo que estamos atestiguando estos meses en Gaza es un ejercicio de crueldad, la crueldad no se basa exclusivamente en actos individuales, sino que se trata de un sistema político, discursivo y juegos simbólicos que deshumanizan la condición del enemigo y le convierten en objeto.
Estar a favor o estar en contra de la actitud del Gobierno Israelí no es una cuestión de posicionamientos ideológicos de derechas o de izquierdas, es una cuestión de civilidad, del conjunto de principios y valores que nos convierten en una colectividad civilizada. Esta situación nos divide como sociedad porque, quien legitima lo que está haciendo Israel ya no es un par, una igual moral, es alguien “otro”. Aunque sea un conciudadano, aunque paguemos juntos impuestos, aunque tengamos el mismo marco jurídico-constitucional. Quien cree que eso es permisible es como el que cree que es permisible la lapidación de mujeres como adulteras, o quien cree que la pedofilia es algo que no está tan mal. Están en el mismo nivel”.
Las anteriores reflexiones de Gonzalo Velasco tienen su origen histórico en 1948, alo de la Nakba. Nakba es un término árabe que significa “catástrofe” o “desastre” en dicho idioma, utilizado para designar al éxodo palestino. Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA), son refugiados palestinos las personas cuyo lugar de residencia habitual era el mandato británico de Palestina entre junio de 1946 y mayo de 1948 y que perdieron sus casas y medios de vida como consecuencia de la guerra árabe-israelí de 1948. Dicha definición también incluye a sus descendientes.
También denominada como la “catástrofe palestina”, fue la destrucción de la sociedad y la patria palestina entre 1947 y 1948, y el desplazamiento permanente de la mayoría de los árabes palestinos, mas de 750.000 palestinos fueron expulsados de su patria que se trasmutó en virtud de pactos entre las potencias coloniales en el Estado de Israel.
El Estado de Israel lleva 75 años incumpliendo sistemáticamente las resoluciones de las Naciones Unidas. Ni siquiera la primera de las resoluciones, la 181, aprobada el 29 de noviembre de 1947 se ha cumplido. Esta resolución dividió la región en dos Estados: uno árabe y otro judío. A día de hoy todavía no existe un Estado palestino. A los judíos se les asignó el 54% del territorio, a pesar de que sólo representaban en ese momento el 30% de la población de Palestina. A Jerusalén, ciudad clave para ambas culturas, se le otorgó un estatus internacional.
La resolución 194, aprobada en diciembre de 1948, establece que los refugiados palestinos que fueron expulsados de sus territorios tras la creación del Estado de Israel en mayo de ese año tenían –y aún tienen– el derecho a regresar a sus hogares.
Otra importante resolución que ha sido ignorada por Israel es la 242, impulsada por la ONU en noviembre de 1967, seis meses después de la Guerra de los Seis Días. La resolución 242 exige la retirada del ejército israelí de los territorios ocupados.
La resolución 446 adoptada por el Consejo de Seguridad el 22 de marzo de 1979 declara ilegal la creación de asentamientos por parte de Israel en los territorios palestinos ocupados desde 1967.
Tan antiguo como la guerra, el derecho internacional humanitario ha servido a modo de árbitro en los conflictos bélicos y armados en todo el mundo. A pesar de que sus normas han cambiado a través de la historia, sus principios siguen siendo los mismos: la protección de la comunidad civil y el trato humano y digno de quienes la conforman.
Desde los pasajes de la Biblia y el Corán, hasta los códigos de caballería medievales europeos, este creciente conjunto de normas de enfrentamiento tiene por objeto limitar los efectos de un conflicto sobre la población civil o los no combatientes.
Según Eric Mongelard, las leyes representan “las normas mínimas para preservar la humanidad en algunas de las peores situaciones conocidas por la raza humana”. Las leyes vigentes hoy en día se basan principalmente en los Convenios de Ginebra. Más de 180 Estados se han adherido a las convenciones de Ginebra de 1949.
El protocolo de los Convenios de Ginebra adoptado en 1977 aplica la distinción, la proporcionalidad y la precaución a la que están sometidas todas las partes beligerantes. No se pueden atacar a civiles, se debe garantizar que las operaciones y las armas que se decidan utilizar minimicen o eviten las víctimas civiles, y se debe advertir a la población civil de un ataque inminente.
Sería conveniente saber si alguna de las convenciones morales, de los requerimientos del derecho humanitario, de los sentimientos de piedad más elementales forman parte de la Torá que aplican literalmente los ministros más extremistas del Gobierno de Israel y si un gobierno presidido por una persona en riesgo, en su momento, de ingresar en prisión por ser enjuiciada por corrupción pueden continuar masacrando a la población de Gaza sin apenas respuesta internacional.
En relación a esta crisis hemos oído numerosas aberraciones, algunas tan ridículas como conectar el voto popular de Eurovisión con una suerte de legitimación de la posición del Gobierno de Israel (no puede haber tantos euro-fans que no se conmuevan con la imagen de un niño muerto de hambre). Hemos oído una cierta cesión de Netanyahu autorizando el paso de nueve camiones con alimentos. Hemos sabido que esta pretendida cesión de Netanyahu obedece a una circunstancia tan bastarda como la manifestada por algunos senadores de Estados Unidos a los que no les gustaban las fotos de niños muriéndose porque afectaban eventualmente a su suerte electoral en sus circunscripciones. No hemos oído, pero se intuye con carácter general, que algunos países colaboran sin reservas con Israel por ciertas responsabilidades históricas de sus generaciones anteriores con el holocausto. Hemos oído que es necesario mantener ciertos contratos armamentísticos porque son necesarios para las tropas de algún país como el Estado español, que saca pecho en relación a la causa palestina. Llama poderosamente la atención la parsimonia de los países árabes que no parecen sentir el menor atisbo de solidaridad por el sufrimiento del pueblo palestino. Hemos oído tantas cosas que nos hacen dudar que seguimos viviendo en un mundo civilizado.
Vivimos unos tiempos en que la democracia liberal clásica está amenazada (la democracia de Alexis de Tocqueville) en la que impera una pretendida batalla cultural contra los valores que han inspirado la creación de la Unión Europea: la garantía de la paz; la solidaridad a la que se refería la Constitución de Weimar; el asentamiento de las libertades públicas y los derechos fundamentales de los Tratados Internacionales; en el ámbito teológico la concepción de que si alguien es vulnerable es porque no ha realizado el suficiente esfuerzo para evitarlo; la idea presbiteriana de muchos iglesias evangelistas que condicionan la suerte del candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Vivimos en un mundo que, como diría Mafalda, “párenlo, que yo me bajo”.
*Jurista