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Sentidos de vida y trascendencia social

La sociedad está condicionada por los sentimientos de la ciudadanía. Cada individuo elige el sentido de su vida y la sociedad se adapta a las posiciones mayoritarias, pero ello requiere coherencia. Si se evita la procreación, no es razonable rechazar la inmigración (salvo que se acepte la decadencia); tampoco las actitudes egoístas e individualistas pueden esperar que se garantice el estado de bienestar. No existe una disyuntiva entre el yo y la sociedad, pues esta se conforma con la suma de los individuos. El modelo resultante de la sociedad dependerá de los sentimientos y motivaciones predominantes en ella.

Existen dos motivaciones comunes en la inmensa mayoría de las personas: alcanzar suficiente bienestar material y buscar la felicidad. Ambos sentimientos son motores de la actividad humana. Al alcanzar cierto nivel de bienestar material, las personas divergen en su búsqueda de la felicidad:

Algunas dirigen sus esfuerzos a la acumulación de riquezas, placer material, reconocimiento y prestigio social. Sus objetivos se ciñen a su vida, sin compromisos con las generaciones venideras. Para ellas, la felicidad consiste en el éxito material que colma sus aspiraciones.

Otras centran su felicidad en la profesión, en el compromiso con la comunidad, en la creatividad artística, entre otros, y dejan legados que trascienden su período vital.

Mientras unas encuentran la felicidad en los bienes materiales y el placer, otras la hallan en el trabajo bien hecho, en la creatividad y en el compromiso social. Arizmendiarrieta acuñó el siguiente eslogan: “Crear y no poseer, actuar y no ganar, progresar y no dominar”. Contraponía dos actitudes alternativas: la de “crear, actuar y progresar” con la de “poseer, ganar y dominar”. Ambas motivaciones son legítimas; sin embargo, tienen consecuencias diferentes en la organización de la sociedad.

En consecuencia, la sociedad también puede adoptar posiciones diferentes en su organización:

• Limitarse a establecer reglas de juego (legislar), organizar la casa común (gobernar) y dirimir conflictos (juzgar), dejando que las distintas fuerzas caminen según sus intereses (“La mejor política industrial es la que no existe”, –Exministro de Industria–).

• O, añadirle la tarea de gestionar el bienestar y proyectar su progreso, convocando a las diferentes fuerzas económicas, políticas y sociales para que interactúen en el empeño.

Sean unas u otras las actitudes predominantes, las formas de organización social variarán considerablemente. Se ha señalado que “según sea la persona, así será la sociedad”; sin embargo, también podemos constatar que la sociedad influye en la formación de actitudes personales. Si carece de referentes éticos y de ambiciosos proyectos comunitarios, y si lo único que la persona encuentra en ella es individualismo consumista, será muy difícil que surjan actitudes altruistas. Podemos afirmar también que “según sea la sociedad, así será la persona”.

Las personas son libres de establecer sus preferencias, objetivos y formas de vida, y la sociedad se adapta a la mayoría; pero es preciso propiciar unos mínimos códigos de conducta (ética comunitaria) que hagan viable la vida en sociedad. Para ello, debemos remontarnos a la historia de la humanidad, que ha acuñado los siguientes valores:

• Valor del trabajo como fuente de satisfacción de necesidades, creatividad y progreso. Mediante el trabajo, la persona se realiza y contribuye a construir un mundo mejor. (“El trabajo y la honradez dignifican al hombre”, esculpido en el muro de un palacio).

• La procreación como garantía de continuidad de la interminable cadena humana, que recoge y acumula los avances de cada generación. (“Entrañable dependencia en la juventud y soporte en la ancianidad”).

• La comunidad como lugar de convivencia y cooperación que propicia la solución eficiente de necesidades compartidas y atiende a personas vulnerables. (Lugar de cooperación solidaria).

• El sentido trascendente que da razón de ser a la vida y motiva la actividad humana. (“La llena de motivación y contenido”).

A partir de estos valores compartidos (“mínimos comunitarios”), cada persona establece su propio cuadro ético, que le sirve de guía en las vicisitudes de la vida. Así como “la peor decisión es la indecisión”, también la carencia de valores y objetivos, el deambular por la vida al azar, dejándose llevar por las circunstancias sin rumbo ni destino, es la peor alternativa.