La incertidumbre es una parte inevitable de la vida, aunque tengamos control sobre muchas cosas. La vida puede cambiar muy rápido y de manera impredecible. Lo vimos con la pandemia del coronavirus, y ahora con las insensateces de Donald Trump y su camarilla, que han puesto al mundo en situación de incertidumbre máxima por las enormes tensiones comerciales que ha generado, junto al desafío lanzado para frenar la lucha contra los retos climáticos.
El mandatario norteamericano ha logrado agotar las energías de unos y otros. Y que se vean las costuras del sistema estadounidense mediante la estupidez bien a la vista al toparse con el imperio chino y los primeros problemas para la economía norteamericana. No ha tenido más remedio que recular en buena parte. Son las consecuencias colaterales del matonismo de querer controlarlo todo, incluido el azar, sin medir las consecuencias.
En primer lugar, Trump miente en lo que él llama aranceles “recíprocos”. Él dice basarse en una metodología compleja para hallar el nivel arancelario que debía aplicar a cada país. Lo cierto es que lo único que ha tenido en cuenta son las importaciones y el déficit comercial que mantiene Estados Unidos con cada país. Esto recuerda que fue Ronald Reagan quien activó la mayor ola reciente de liberalizaciones, recortes de impuestos y desregulación, con el objetivo de frenar el estancamiento de la economía estadounidense por el desempleo y la inflación. Aquella política agresiva por la crisis del petróleo logró que EEUU se encaramase como la primera potencia mundial.
Pero ese crecimiento tuvo un precio a pagar: la desigualdad en la distribución de los ingresos en Estados Unidos no ha parado de crecer en medio de un voraz consumismo. Ahora tampoco se valora el impacto creciente en los estadounidenses que se han quedado atrás del crecimiento económico y que solo cuentan con el consumo como herramienta económica. El engañoso poder de consumir oculta que la riqueza real se concentra en menos manos, y el elevadísimo ratio de deuda pública que tiene Estados Unidos (35 billones de dólares). La estupidez de Trump ha logrado visualizarlo, y podría tener problemas con sus aranceles como amenaza, ya que todo indica un aumento de precios por la gran cantidad de bienes que importa, y que se vendían a precios bajos relativos dentro de Estados Unidos.
No existe garantía de que los aranceles se traduzcan en mayor producción y empleo en EEUU. Que por algo ha frenado su órdago, quedando en evidencia. A lo que habría que sumar el más que posible encarecimiento de la vida, que afectaría a los empleos ya existentes. La guinda del pastel ha sido el desafío a China elevando los aranceles a este país muy por encima del resto. El gigante asiático es la segunda potencia económica mundial a la vez que está logrando avances estratégicos de primer orden. Por ejemplo, su Inteligencia Artificial ha resultado ser más barata que la de EEUU, y tan eficaz o más.
A esto hay que añadir que China es un importante tenedor de bonos del Tesoro norteamericano… y lleva tiempo deshaciendo esas tenencias, encareciendo así la deuda gigantesca de Estados Unidos. Tengamos en cuenta que el bono americano es un tradicional activo refugio, a nivel mundial, avalado por décadas de seguridad. Si China colabora en que esto deje de ser así, los rendimientos se hunden porque los inversores dejan de ver a Estados Unidos como un lugar seguro en el que aparcar el dinero por lo caro que resulta. Los chinos cuentan con otras armas. La más importante es que amenazan la hegemonía del dólar como la moneda de referencia en la mayoría de las transacciones mundiales al tener muy avanzada la moneda digital china que parece ser hasta un 400 % más económica que funcionar en dólares. Esto se logra gracias a que se necesitan menos intermediarios y costes financieros con esta divisa china en el comercio mundial.
Por si lo anterior fuera poco, el colectivo de los países integrantes del llamado BRICS se mueve como potencia alternativa: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, a los que se acercan ya Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Irán e Indonesia… y el gran socio norteamericano Arabia Saudí, que no acaba de confirmar su inclusión. Todos ellos buscan integrarse en una moneda común alternativa al dólar. El poder económico puede estar escorándose hacia oriente, mientras la administración de Trump reta en público a Xi Jinping.
En alguna reflexión anterior me refería al historiador Carlo María Cipolla, en cuyo análisis sobre la estupidez humana encaja Donald Trump y compañeros de aventura, en el sentido de que el prototipo del estúpido integral es el que se hace daño a sí mismo haciendo daño a los demás. Provocan alarma y desasosiego sin medir las consecuencias mostrando sus debilidades y perjudicando a casi todos. La pena es que, si el chino tomara el relevo, sus métodos de funcionamiento prescinden de la democracia siendo tan capitalistas como el que más. Dicha insensatez es superada solo por su arrogancia. Y eso que él lo avisó antes y durante la campaña electoral; soy así: fatuo, arrogante, inmaduro, egoísta, necio y megalómano; me gusta el dinero y me importa un pito berenjeno la ley y el bien común. Sincero ha sido, esperemos que dure poco en la Casa Blanca.
Analista