Frente al plan de Trump de vaciar la Franja de Gaza para convertirla en un resort de lujo, con estatuas de oro dedicadas a su figura (¡menudo endiosamiento!), donde tanto él como Netanyahu disfrutan plácidamente de una cálida puesta de sol a orillas del mar Mediterráneo, Egipto ha presentado uno más sensato y juicioso. Propone reconstruir el enclave por fases, sin necesidad de que los gazatíes lo abandonen. Y mientras el proyecto megalómano de Trump es criticado duramente por la mayor parte de los países de Oriente Medio, el que ha aportado El Cairo se ha visto secundado por todos los integrantes de la Liga Árabe.
No obstante, para Washington su proyecto es el único factible. Porque considera que es la única forma de acabar con Hamás y porque, ahora, lo justifica, el territorio es inhabitable… tildando, por todo ello, el plan egipcio de obsoleto. Ahora bien, a la par que se debate sobre cuál de los dos proyectos es el más adecuado, Israel no deja de conservar con puño de hierro el control continuado sobre la Franja con un bloqueo de la ayuda humanitaria. Se empeña en que el sufrimiento y los padecimientos de la población no acaben nunca, con alto el fuego o sin él, pudiendo darse una mayor cantidad de fallecimientos por una falta de atención primaria (como parece estar ocurriendo). En todo caso, es paradójico considerar que el único país que, realmente, secunda el plan de Trump para Gaza sea el mismo que ha dictaminado que sea inhabitable. Cuanto menos, es muy indicativo de que algo huele a podrido en todo esto.
La solución, según el magnate estadounidense, no es más que llevar a cabo un costoso desplazamiento de la población a un tercer país que acoja a los gazatíes, que esperen y que, en unos años, podrán retornar a un auténtico paraíso terrenal (según la IA). Indiscutiblemente el territorio que les acoja debe ser un país árabe. Egipto o Jordania. ¿Y después? Hay muchas preguntas que se nos antojan. ¿Quiénes van a ser los trabajadores que reconstruyan la Franja? Se necesitarán miles de albañiles, electricistas, transportistas, etc.. Esto por un lado. ¿No sería mejor emplear la mano de obra local porque se implicarán más y sería una manera de ayudarles a configurar su futura economía? Otro aspecto que escama es: ¿cómo será dicha reconstrucción y quién pondrá el dinero para ello? ¿A cada palestino se le preguntará el diseño de su nuevo inmueble? ¿cómo serán las nuevas ciudades que compongan la Franja?
Por de pronto, nadie ha pedido la opinión a los habitantes. De ser cierto lo que ha prometido, Trump tendría que censar a toda la población y saber dónde vivía y su composición para determinar el alcance de dicha reconstrucción, el número de viviendas. Además, a todo esto habría que añadir escuelas, hospitales, edificios institucionales, carreteras, etc., así como reconstruir la central eléctrica y crear unas condiciones para la vuelta a la normalidad. Y ¿quién se hará cargo de la cotosa factura? ¿Israel? Pensar que los gazatíes van a irse de vacaciones por unos ¿meses, años, lustros? para regresar a una Gaza nueva y que vivirán a capricho se nos antoja cuanto menos tan risible como increíble, si no fuera por el contexto actual de pesadilla en el que se hallan sumergidos. En otras palabras, un engaño. Los gazatíes que opten por esta opción tienen todas las trazas de que jamás retornarán a su tierra y luego no habrá a quién pedirle cuentas.
Hay que pensar, incluso, que una parte de esta población vivía con el estatus de desplazado. Eso significa que no son gazatíes de pleno derecho, sino que proceden de otros lares de Palestina, empujados y expulsados por las autoridades israelíes hace tiempo. Ya saben que es muy probable que nunca podrán volver a sus hogares, pero abandonar Gaza hoy sería tanto como renunciar a lo poco que les queda de dignidad, convertirse en apátridas. La historia ha sido muy cruel con los palestinos, pero más si esta idea de Trump acabase por cristalizar. De hecho, sólo le falta el visto bueno de un país que quiera acogerlos. Uno. Pero todos los estados árabes saben lo que sucederá, ninguno es tan ingenuo. Si UNRWA se encarga de atender a millones de palestinos exiliados repartidos en Líbano, Jordania y Siria, sin que Israel les permita su regreso, por eso, es de imaginar que se añadirán a este grupo. Sería otro éxito de las políticas sionistas de despejar Palestina de árabes. Sería también una manera de resarcirse de la brutalidad y el infame ataque terrorista perpetrado por Hamás, pero a costa de culpabilizar al conjunto de la sociedad gazatí, dando lugar a uno de los mayores castigos colectivos que se han podido perpetrar en la historia reciente.
Por desgracia, la suerte del pueblo palestino se encuentra en las mismas manos de los que se empeñan en negar su existencia e identidad, los que prefieren ver que mueran poco a poco de inanición o empujarles al ostracismo que reconocer su existencia. Pero más triste que todo eso es la inhumanidad que se ha constituido como la base principal de la actitud de Israel para la indefensa población palestina a las que ningunea, mientras activa políticas impropias de un país democrático. Trump que, por algún extraño motivo, ha optado por avalar incondicionalmente las expeditivas políticas hebreas, frente a antecesores que las consideraron un tanto excesivas, ya intentó aplicar otro plan fallido en su primer mandato, pero ni tan siquiera tan peligroso como éste. Comportaría la campaña de deportación más grande del siglo XXI, y rivalizaría en ambición con aquel plan Madagascar que idearon los nazis para librar de judíos Europa en los años 30 que, sin duda, hubiera sido mucho mejor que la alternativa exterminadora que, finalmente, impusieron. Porque si el futuro de Israel se basa en el principio de que el pueblo palestino no debería existir, queda pensar que más que haber extraído las debidas enseñanzas de la terrible experiencia que padecieron de genocidio y horror (cuando se negó al pueblo judío a existir), la emulan, eso sí, de una forma mucho más humanitaria expulsándolos de su tierra…
Doctor en Historia Contemporánea