Sigo en la misma tesitura vital de las últimas semanas. Es decir, de capa caída. Supongo que la llegada de Trump y sus aranceles, de Musk, Milei y sus coqueteos con la motosierra, la soledad práctica de Zelenski y el empoderamiento de Putin y el estado de salud del papa Francisco tienen algo que ver en este estado mental marchito. Pasará pronto, seguro, pero hasta que eso ocurra, tendré tiempo de regodearme en explicaciones plausibles ante todo aquello que está cambiando el mundo de manera inopinadamente célere. La vida a la que me había acostumbrado, con rutinas geopolíticas y certezas económicas está desapareciendo a la misma velocidad con la que influencers, youtubers y streamers florecen como nuevos adalides de una sociedad que ya no sabe qué es y hacia dónde se tiene que dirigir. Llámenme loco pero, como fino analista, me da a mí al hocico que estamos a un tris de uno de esos puntos de inflexión históricos, en los que lo que hay se rompe en mil pedazos y de lo que queda surge algo totalmente diferente. Dicen al respecto que el ser humano, como raza, tiene las virtudes de la resiliencia y de la resistencia. Hasta la fecha, ha demostrado saber salir de mil y una encrucijadas. Habrá que ver si de esta que está por llegar sale (bien).