Es un clásico. Comienzo de curso, nuevo repaso a la asignatura pendiente, el nuevo estatus. Ortuzar toca a rebato y avisa de enésimos contactos para este fin de mes, a tomar el pulso a los partidos a ver qué hay de lo nuestro. El lehendakari lo plantea como tarea a culminar. Otegi entra al juego y, por también tomar, toma la temperatura al PNV. Andueza hace como que pasa, pero enfría el ambiente advirtiendo de los límites. De Andrés (PP) lo congela con aquello de que la ciudadanía está a otras cosas. Sumar, o Podemos, o ese tercer espacio delicuescente, se dispone a participar sin saber a qué. Vox, ni está ni se le espera.
Este es el panorama, 45 años después de que se aprobara el Estatuto de Gernika, aún con flecos pendientes. Y no es a falta de intentos, porque desde muy pronto se mantuvo la convicción de que ese estatus estatutario no era suficiente para colmar el hecho diferencial de la sociedad vasca. Pasando de las musas al teatro, conatos hubo y empeño, mucho empeño, en plasmar en realidad legal las aspiraciones –siempre mayoritarias– de ejercer el derecho a decidir la este pueblo. El Pacto de Lizarra, quizá el más ostensible intento, acabó como el rosario de la aurora por el rechazo encolerizado del mundo político vasco no aber-tzale sumado al centralismo rampante del Ebro para abajo, y la sacudida violenta de ETA que quiso dar cerrojazo a un proceso que se le podía ir de las manos. Luego, el lehendakari Ibarretxe lo intentó con todas las de la ley, pero el pleno del Congreso españolo le dio portazo rechazando aquella apelación al derecho a decidir en forma articulada de nuevo Estatuto. Más tarde se puso en marcha en el Parlamento la ponencia para el nuevo estatus, se llegó a acuerdos esperanzadores, se convocó a expertos que marearon la perdiz y ahí quedó, en dique seco, el debate sobre el nuevo estatus.
A estas alturas, y después de visto en qué desastrosa realidad quedó el intento unilateral del procés, volveros al que no decaiga, a intentarlo una vez más, rebajando la autodeterminación y el derecho a decidir al reconocimiento de Euskadi como nación y a una relación de bilateralidad con el Estado. No caerá esa breva. Vale, por intentarlo que no quede, pero tengamos claro que Madrid, entendiendo Madrid como el Gobierno del Estado, tendría que estar extremadamente necesitado de los votos abertzales para ir soltando con cuentagotas menudencias de su abusivo centralismo. Y eso ahora, que aún se mantiene un cierto progresismo incluso con ramalazos federales, porque si son otros los que llegan al poder ya podemos ir temiendo la regresión.
Póngase en marcha, pues, este nuevo intento y ojalá se llegue a reivindicar algo concreto para seguir creyendo que hemos dado un paso más hacia el país que la mayoría de este pueblo quiere. Pero, seamos realistas, ese nuevo estatus tiene que ser necesariamente plural y compartido. Podrá ser cierto que el 75% de la representación institucional desea que ese nuevo estatus contemple la autodeterminación, incluso la independencia, pero hay que contar con la parte de la ciudadanía que se siente vasca y española, incluso solamente española (ojo, que van a más), y además Madrid, otra vez Madrid, es el poder, es la ley y es la fuerza. Pero volvamos a intentarlo.