Impresionante. Celedón vale un Potosí, o dos. Y da igual el nombre que aparece en el DNI del humano que lo encarna. Ayer, Iñaki Kerejazu se sumó a la estirpe de insignes gasteiztarras que se han calado la txapela y ajustado el gerriko un día 4 de agosto para anunciar la llegada de las fiestas de La Blanca desde la balconada tras haber planeado (literal) previamente desde la torre de San Miguel. Se comportó con profesionalidad y tablas de veterano pese a su bisoñez en el encargo, primero de cinco consecutivos si no se tuercen las cosas. Aún así, esté quien esté, Celedón absorbe dudas, aporta serenidad y equilibra la garganta a la hora de interpelar a los vitorianos para disfrutar de un puñado de horas, que deberán llegar limpias de cualquier circunstancia que mancille la libertad (o libertades) de todos a la hora de exprimir la alegría de una ciudad que también sabe de jaranas, en plural. De hecho, desde esta misma mañana, Gasteiz respira otro aire, dejando paso a casi una semana de actividades, y a unas calles que se convierten casi en un centro de interpretación de una capital en plena metamorfosis para disponer lo que dicten las cuadrillas de neskas y blusas que tanto color y calor aportan a una urbe que, desde ya, cambia podría cambiar su nombre por el de Celedonópolis, al menos, por unos días.
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