Hace varios días, Arnaldo Otegi concedió una entrevista a la radio pública vasca en la que abogaba por cambiar el modelo policial vigente. Si bien poco o nada concretó acerca de la definición y características de dicho nuevo modelo, sí que el coordinador general de EH Bildu nos dejó algunas perlas de tinte histórico que bien merecen ser comentadas. Afirmó, en primer lugar, marcándose un triple salto mortal de carácter temporal y refiriéndose a la primigenia Ertzaña organizada en plena Guerra Civil, que el nuevo cuerpo policial “nace de la mano de Telesforo Monzón, histórico militante de la izquierda abertzale y, por tanto [la Ertzaintza], no es ajena a la cultura de la izquierda abertzale”.
Vayamos por partes.
Al señor Otegi se le olvidó comentar (o no) el pequeño detalle de que el bergarés Telesforo Monzón Ortiz de Urruela era en tiempos de la Segunda República española (y lo fue durante décadas después) dirigente de EAJ-PNV, ostentando diversos cargos como el de presidente del Gipuzko Buru Batzar (1932) y Diputado a Cortes por Gipuzkoa (1933) y que, tras la conformación en octubre de 1936 del primer Gobierno Vasco de la historia presidido por el lehendakari José Antonio Agirre Lekube, desempeñó en aquel gabinete de concentración compuesto por nacionalistas vascos, socialistas y republicanos, el puesto de Consejero de Gobernación y Seguridad Ciudadana, puesto desde el que trató de garantizar en todo momento, dada su ideología cristiana y humanista, todos los derechos humanos sin excepción, desarrollando en plena contienda bélica, al igual que todo el cuerpo político de su partido, el concepto de humanización de la guerra. Pero si el olvido puede ser perdonable, no puede serlo el hecho de que el responsable de la actual izquierda soberanista pretenda equiparar la cultura política democrática de ideología mayoritariamente personalista (“las personas no son para la sociedad, sino la sociedad para las personas”) de aquel Gobierno de Euzkadi y de la propia Ertzaña que consideraba la vida humana como valor máximo a preservar, con la cultura (o infracultura) político-militar de una izquierda radical para la que durante años el asesinato humano ha sido un elemento de lucha principal para el logro de objetivos políticos.
En la entrevista a la que nos referimos, Arnaldo Otegi manifestó seguidamente que “se quería construir una policía en contraposición a la Guardia Civil y a la Policía Nacional españolas”. Sería bueno registrar el dato, por aquello del rigor que siempre se le debe exigir a un dirigente político, de que la Policía Nacional como tal no se creó hasta 1978 en sustitución de la Policía Armada de infausto recuerdo.
Aclarada esta cuestión, al señor Otegi se le olvida (o no) indicar que la creación de la Ertzaña respondía también a otras motivaciones o anhelos: por una parte, recogía la tradición foral (denostada, por cierto, salvo en Nafarroa, por el mundo de Herri Batasuna) de los miqueletes y miñones y la trasladaba al escenario del Estado Vasco semiindependiente que se trataba de construir en Bizkaia y en parte de Araba y Gipuzkoa; y por otra, buscaba garantizar el mantenimiento del orden público en el territorio concernido, reprimiendo los desmanes y la conculcación sistemática de derechos protagonizados por las milicias revolucionarias, fundamentalmente comunistas y anarquistas.
Si en agosto de 1934, en Oiartzun, Telesforo Monzón, acompañado del también diputado abertzale Manuel Irujo había tenido que desarmar a la Guardia Civil cuando la patrulla había dado orden de disparar contra el vecindario inerme que solo trataba de votar para elegir una comisión municipalista que defendiera el Concierto Económico (“los fusiles al hombro ya nos encañonaban”), dos años después, en el verano maldito de 1936, dimitió fulminantemente de su puesto de Comisario de Orden Público de la Junta de Defensa de Guipúzcoa, tras el asalto de milicianos izquierdistas a la donostiarra cárcel de Ondarreta que culminó con la muerte violenta de 53 presos, entre ellos 41 militares de los cuarteles del barrio de Loiola a los que los representantes del PNV habían prometido un juicio justo. Según varias fuentes, el responsable político de aquella matanza fue el Comisario de Guerra de la propia Junta de Defensa, el comunista Jesús Larrañaga.
Poco tiempo después, el 4 de enero de 1937, Don Telesforo, nuevo consejero de Seguridad Ciudadana del recién creado Gobierno de Euzkadi, no pudo evitar en Bilbao que una masa enardecida de manifestantes, en respuesta al reciente bombardeo aéreo franquista sobre la ciudad, asaltase las cárceles de Larrinaga, El Carmelo, Ángeles Custodios y Casa Galera, con el resultado de más de 200 presos muertos. Ya era tarde para remediar aquel desastre pero la primera medida que adoptó Monzón fue la de sustituir a los vigilantes de las prisiones por personas de su máxima confianza, los miembros de la Ertzaña.
Como se puede comprobar, la acción política de Monzón en aquel periodo republicano era la antítesis de lo que Arnaldo Otegi denomina para una historia más reciente “cultura política de la izquierda abertzale”.
Legitimidad histórica, arraigo social y homologación con estándares internacionales constituyen la base sobre la que se fundamenta la acción de la actual Ertzaintza. Se podrá debatir sobre modelos policiales, nuevos programas a implementar, mejoras y corrección de errores, pero de ahí a cuestionar el carácter integral de la policía vasca, buque insignia de nuestro autogobierno, va un trecho.
Porque esto es justamente lo que propone el programa electoral de la candidatura que lidera Pello Otxandiano: someter a la Er-tzaintza a un proceso de desguace o desmantelamiento en base al reparto de funciones con las policías locales y a la renuncia del Gobierno Vasco a disponer del liderazgo en materia policial. ¿Se imaginan ustedes a la policía municipal detentando la autoridad máxima en la investigación de la trata sexual internacional o las mafias de la inmigración? ¿Dejamos en manos de la udaltzaingoa correspondiente el seguimiento a células de terrorismo yihadista? ¿Abandona la Ertzaintza la posibilidad de compartir en pie de igualdad con otras policías europeas los datos internacionales de delincuencia, posibilidad reconocida en el espacio Schengen?
La propuesta de EH Bildu nos presenta, además, un panorama de incoherencia de la coalición soberanista respecto al ejercicio del orden público. En Nafarroa, EH Bildu sigue la estela del PNV reivindicando que en el Viejo Reino la Policía Foral asuma las competencias de tráfico; en el Reino de España, la formación de Arnaldo Otegi acepta, sin introducir ninguna enmienda, el presupuesto para una Guardia Civil catalogada como fuerza de ocupación. En la CAPV, la Ertzaintza debe dejar de ser policía integral.
No sé qué pensarán los lectores, pero estoy persuadido de que tras la propuesta de Bildu (¿o habría que decir de Sortu?) subyace el tradicional pensamiento del mundo de HB de considerar a la Ertzaintza un cuerpo de cipayos (euskerizado, zipaioak) al servicio del “poder colonial español”. Personalmente, me duele que ante este desarrollo programático de desmantelamiento de los pilares de nuestra policía, formaciones políticas como Eusko Alkartasuna y exconsejeros del Gobierno Vasco como Joseba Azkarraga, callen.
Y, por último, se me hace muy complicado asimilar que, analizando los antecedentes históricos y la propuesta reciente, Julen Arzuaga o Arkaitz Rodríguez puedan convertirse en consejeros de Seguridad del próximo Ejecutivo de Lakua.
Doctor en Historia