En el universo del arte contemporáneo, terreno experimental un tanto incomprendido por una mayoría, los artistas nos guían fuera de nuestra zona de confort. El arte se erige como un espacio donde todo es posible; un laboratorio donde convergen la experimentación audaz, la imaginación, el pensamiento divergente, para crear un paisaje que desafía, sorprende y redefine constantemente nuestra comprensión de lo que nos rodea. El artista es como un niño que se asombra por todo. Y, si lo hace bien, nos contagia.

La exposición Apagón de Rubén Díaz de Corcuera es un obsesivo experimento sobre el color negro. Se despliega en la sala El Estado del Arte de Gasteiz. Se nos presenta como un periplo al “corazón de las tinieblas”. En esta muestra, podemos toparnos, dentro de su repertorio, con una obra que convierte el ajedrez en un escenario de acción: un tablero completamente negro con piezas también negras. Ajedrez de suma cero de Rubén Díaz de Corcuera pone contras las cuerdas a las convenciones preestablecidas del “juego rey”, el juego más noble y desafiante concebido por el ser humano.

Los ajedrecistas Harkaitz Collado y Óscar Rubio aceptaron recientemente el desafío de sumergirse en una partida con la ajedrecística obra de Díaz de Corcuera. Un encuentro amistoso donde la oscuridad todo lo envolvía. Sorprendentemente, la partida se desplegó en su totalidad, agotando casi su tiempo, 40 minutos en total, y concluyó en un pacto de tablas elegante. Los ajedrecistas, tras la partida, compartieron su incredulidad inicial ante la propuesta singular del artista, subrayando la aparente imposibilidad de llevar a cabo tal hazaña. Pero lo hicieron.

Este reto se nos presentaba como una provocación para cuestionar las reglas convencionales. No del propio juego, sino las de nuestras cuadriculadas vidas. ¿Es factible jugar al ajedrez cuando las piezas y el tablero se desvanecen en la oscuridad pues son también negrura? Al reflexionar sobre esta obra, emerge la metáfora del “juego” de nuestras vidas: en la oscuridad, podemos sobrevivir. La negra partida se convierte en un recordatorio de que es posible desafiar la noción de lo común y desplegarnos más allá de nuestros límites preestablecidos. Como el gran maestro Bobby Fischer dijo una vez, “el ajedrez es la vida”. En esta partida única, descubrimos que la vida, al igual que el ajedrez, nos ofrece continuamente desafíos y posibilidades, incluso en los momentos más oscuros. Luz al final del túnel. O incluso en el propio túnel.

Esta partida en el tablero negro con piezas totalmente negras nos recuerda también que la innovación puede surgir de los rincones más inusitados. Como testigos de esta experiencia, presenciamos el desvanecimiento de las fronteras entre el arte y el ajedrez, abriéndonos a nuevas formas de apreciación. Recordándonos también que, a veces, las sorpresas más sugerentes están aguardando a ser descubiertas en nuestra ciudad, justo a la vuelta de la esquina.