Si será evidente que hasta la catódica Belén Esteban, contumaz votante del PP ahora dudosa, ha entendido de qué van las elecciones en las que desembocará esta ardiente campaña de julio: muy en síntesis, se trata de avanzar o de involucionar. Progreso o retroceso, esa es la cuestión, incluso para la conservadora princesa del pueblo, en coherencia con su monárquico sobrenombre.
Regresión básicamente en derechos y libertades, una vez que Feijóo ha admitido que gobernará con Vox si necesita sus votos para acceder a la Moncloa. Porque los devaneos de la derecha extremada con la extrema derecha, conducentes a Ejecutivos compartidos o no, ya han contaminado a todo ese espacio. Baste comprobar la como mínimo asimilación de la violencia intrafamiliar a la violencia machista, como si resultaran equivalentes, o la mirada de nuevo estigmatizadora del colectivo LGTBi, con apelaciones odiosas a tirar la bandera arco iris a la basura. A lo que agregar la anunciada derogación o recorte de las leyes del sólo sí es sí, corregida ya la rebaja penal con todos los avances que incorpora, o las referentes al aborto y la eutanasia, siempre en el punto de mira de la jerarquía católica. La España fundida a negro otra vez con la Cultura movilizada ante la censura.
Tanto que la mera posibilidad de una vicepresidencia de Abascal ha supuesto un achique inmediato de la ventaja demoscópica del PP, todavía al frente de las encuestas alentando el populismo fiscal consistente en retomar la clásica promesa de aminorar los impuestos que sin embargo Rajoy subió. Sobremanera después de que la propuesta tramposa de Feijóo al PSOE para que le deje gobernar de ganar él las elecciones –como si el PP hubiera hecho semejante cosa en sentido inverso– quedara al desnudo con la orden a su candidata en Extremadura de cerrar a toda pastilla un cogobierno entre perdedores. El gallego amenaza ahora públicamente con llamar a los barones del PSOE para estimular otro golpe contra Sánchez, una intromisión intolerable y una muestra de debilidad sorprendente con la opinión publicada tan mayoritariamente a su favor.
En este contexto de máximo riesgo de degeneración institucional, Euskadi se juega más que nadie en los comicios del 23-J, que no son presidenciales a doble vuelta sino parlamentarios, pues la ciudadanía delega su voto en 350 diputados y por tanto las elecciones no se reducen a una pugna entre PP y PSOE. Aquí se dirime el autogobierno vasco nada menos, es decir, la propia especificidad de Euskadi consagrada en el Concierto Económico que Vox aspira a abolir y que no tiene margen de evolución competencial con el programa jacobino presentado por Feijóo. La participación se antoja así clave por encima de toda legítima tentación de abandonarse al asueto estival. Cada voto cuenta porque cada escaño vasco en el Congreso vale su peso en Cupo y quienes lo cuestionan o desprecian no pueden contar con nosotros. En palabras de otro Esteban, este de nombre Aitor.