Qué bueno es ese momento exacto en el que te das cuenta por primera vez de que algo que en el pasado te ha importado mucho ya no te importa. Qué bueno ese momento preciso en el que sientes que te acabas de quitar ese peso de encima. Puede ser un amor dañino, una amistad tóxica, un complejo paralizante, un sueño prefabricado. De repente, un día, te das cuenta de que eso que te ha estado condicionando la vida ya no tiene el poder de hacerlo. No sabes cómo ha pasado, pero, de repente, eres más libre.
Ocurre, por ejemplo, cuando te liberas de la influencia de esa amistad que, a base de criticar a otras personas constantemente, no te dejaba ser como realmente eres por miedo a que te criticara a ti también; o cuando sientes que ese amor que te ha hecho daño, que te ha hecho llorar tantas noches, de repente, ya no te importa; o cuando un verano en la playa te sientes libre de la presión que has sentido siempre sobre tu cuerpo y te ves paseando tranquilamente por la orilla sin necesidad de meter tripa.
Ese momento es liberador y es una especie de dulce triunfo. Y entonces te preguntas cómo ha sido, cómo ha ocurrido esa transformación que un día te hubiese parecido imposible. Pero llega. Y un día lo ves todo como desde lejos y la perspectiva te permite ver cosas que anteriormente no veías como que, por ejemplo, aquella amistad no era una amistad de verdad, porque las amistades de verdad te quieren por cómo eres y no por cómo aparentas ser; que aquella persona de la que te enamoraste realmente no corresponde con la persona que habías idealizado en tu mente, sino que es alguien mucho más mediocre, no tan especial; o que metiendo tripa no conseguías sino complacer a los demás, más que a ti misma… Supone un dulce triunfo sentir que pasas de ser esa persona que mete tripa en la playa para gustar a los demás, a esa otra que cuando empieza a llover no duda en ponerse una bolsa de plástico en la cabeza, para no mojarse, sin pensar en el qué dirán.