Diez días de agobiante desconcierto y preocupación desde la noticia del colapso de un banco estadounidense que no aparecía en el radar del gran público salvo por su asimilación, por nombre y ubicación física, con el próspero, objetivo inimitable y mítico Silicon Valley al que se supone hemos de peregrinar, al menos una vez a lo largo de nuestra vida profesional, para entender de innovación, tecnologías de futuro y emprendimiento de primer nivel. La caída de este peculiar banco en el que grandes patrimonios, activos artistas del glamuroso Hollywood, jóvenes emprendedores de éxito acelerado y grandes líderes mundiales de la tecnología concentraban (pese a las recomendaciones básicas de la banca aburrida y tradicional) sus depósitos por encima de garantías legales con cobertura a su riesgo. A su vez, sin aparente contagio causa-efecto, el pánico europeo y sistémico, de la mano de unas declaraciones de un accionista saudí cualificado, hacía saltar los problemas y alarmas señaladas muchos años atrás (décadas) de mala gobernanza, desorientación en sus modelos de negocio, limitado control del riesgo, de uno de los grandes referentes de la banca suiza (Credit Swiss), terminando con miles de millones de activos, depósitos y confianza, dando por concluidos sus relevantes 137 años de historia. Por si fuera poco, las intervenciones de los Bancos Centrales, acudiendo en rescate de los ahorradores, inversores (salvo quienes pudieran clasificarse entre “aquellos que han arriesgado para enriquecerse” que diría el presidente Biden), público en general y el propio sistema financiero conjunto, a priori con valoración positiva por su rapidez, determinación, extensión salvadora, no parecía recuperar la confianza imprescindible para sociedades desconfiadas, dudosas de los mensajes de sus respectivos gobiernos y temerosas del efecto y consecuencias que medidas macroeconómicas de este tipo, se reflejan en familias, empresas e individuos, ya sea ahora, o en el medio y largo plazo.
Más allá de la crisis bancaria y financiera de estos días, resulta relevante resaltar el papel esencial de la confianza y repensar factores clave más allá de las señales observadas. Sin duda, la confianza en uno mismo y en los demás posibilita la capacidad de asumir riesgos, mejorar la comunicación y fomentar relaciones sólidas y satisfactorias propiciando la interacción con terceros, la capacidad para compartir objetivos y compromisos y asumir trayectos hacia futuros diferentes en beneficio común. Enfocarse en los aspectos positivos y tratar de minimizar las dudas y los temores que puedan surgir, da lugar a tomar medidas concretas para fortalecer compromisos y cocreación de valor.
Tres señales directas de una crisis mucho más profunda, con múltiples aristas, con origen y consecuencias diversas. Ninguna de ellas ha empezado o terminado en las señales observadas. Quizás, la única coincidencia sea el tiempo, o, mejor dicho, el momento en el que han saltado todas ellas al escaparate mundial.
Cuando estas cosas pasan, parecería que hemos de poner todo patas arriba o no creer en ninguna verdad. Quizás, tal y como sugieren algunos filósofos, en su autodenominado movimiento de la Nueva Realidad, hemos de cuestionar aquellos elementos objetivo que se supone nos unirían para compartir unos mínimos asumibles por todos. ¿Cuáles? ¿Quién ha de marcar los límites y definir la verdad, de la post verdad o de la mentira? ¿Hemos descubierto ahora que la economía financiera, el rol de sus actores y, en especial de la banca, no se corresponde miméticamente ni con los tiempos, ni con los indicadores, al menos inmediatos, en que se mueve el tejido económico no financiero? ¿Nos hemos enterado ahora que los bancos no guardan en una caja fuerte, en el sótano de sus sedes, el 100% de los depósitos de sus clientes, y que éstos solamente están garantizados, país a país, en una escasa cantidad y que incluso esta no cuenta con la garantía real suficiente (tan solo, por ejemplo, en España, 130 veces menor que sus depósitos legales a devolver)? ¿Parecería poco razonable la existencia de entidades financieras, especializadas y profesionales, para entender determinados modelos y tiempos de negocio para facilitar el éxito de los emprendedores tan aplaudidos, buscados y promovidos a lo largo del mundo, cuando ni la innovación tecnológica compleja ni el generalizado universo Start Up responde a una financiación genérica y en apariencia tradicional? ¿Parece poco apropiado que quienes disponen de capital lo movilicen apoyando/invirtiendo en este tipo de iniciativas de largo plazo? ¿Parecería razonable que ahorradores e inversores accedan y confíen a/en bancos históricos con prestigio global, de gran tamaño, con capacidad y talento, además de experiencia, para garantizar la “mejor gestión posible” de sus ahorros? ¿Parecería deseable que, ante una crisis de este tipo, un gobierno (como el suizo, del que la leyenda popular supondría que casi no existe y la gente se refiere a su calidad con el comentario simplista de no saber ni el nombre de su presidente) responda en un fin de semana orquestando una complejísima operación de rescate, y comprometa “aportar todo el dinero que sea necesario para garantizar la liquidez” y tranquilizar a todos los implicados? ¿Resulta oportuno preguntarse qué es eso de una inflación de oferta y costes de producción y no de demanda argumentando que las políticas monetaristas del pasado no son la solución del problema y, en consecuencia, los bancos centrales ni pueden aplicar las medidas que pretenden imponer, ni los objetivos y tareas que se les vienen asignando desde el fin de la segunda guerra mundial, han de mantenerse debiendo dar paso a nuevos desafíos y tareas, nuevas instituciones e instrumentos tanto de control y gestión como de intervención? Sin duda, un mal momento para que un banco con especial renombre internacional, otro a miles de kilómetros que ya venía herido de gravedad y una inflación sistémica y mundial desataran el pánico y agudizarán la desconfianza activa, hacia el colapso general.
Sin duda, muchas de estas preguntas y las innumerables respuestas deberían llevar a nuevos planteamientos. Ahora bien, ¿volveremos a culpar al “contexto”, al “tiempo que nos ha tocado vivir”, a “quienes nos gobiernan o dirigen”, “a los demás”, en exclusiva, y nos abstendremos de asumir las responsabilidades particulares que, en mayor o menor medida, tenemos? ¿Son “ellos” quienes generan inflación, especulan y hacen cola para comprar letras del tesoro, quienes endeudan al país, quienes no controlan la inflación, quienes no saben dirigir (organizaciones, países, gobiernos, empresas,) etc.?
Así las cosas, mientras todos y cada uno de nosotros contemos con la opción de culpabilizar a los demás, excusando nuestra participación también en los problemas y no en sus soluciones, una tras otra, crisis tras crisis, problema tras problema, nos irán hundiendo a todos. Hoy observamos tres o más señales y nos preocuparán mientras dure su interés mediático hasta ser reemplazadas por otras noticias o señales a destacar... y así, paso a paso, señal tras señal, aumentará nuestra falta de confianza en “ellos/ellas” en resolver nuestras demandas sociales y escenarios de futuro. Quizá llegue el día en que, entonces, no se tratará de consecuencias del contexto heredado o del clima y educación recibido de otras generaciones que “nos robaron nuestro futuro”. Entonces, posiblemente, muy cerca de Silicon Valley, en el mundo mágico de Hollywood, el metaverso mítico de sus películas triunfadoras, “en todas partes y para siempre a la vez” nos ofrecerá soluciones para todo, de forma instantánea, a golpe de clic. Eso sí, sea un relato mágico o un guión comercial, tendría final feliz.
Entre tanto, más allá de las señales observadas esta semana, unidas a un contexto generalizado de crisis, incertidumbre y complejidad, resituamos una larga agenda de asuntos pendientes sobre los que hemos de trabajar.
Hoy, inflación y bancos, así como el peligroso ensueño exagerado de un triunfo rápido, beneficios ilimitados, responsabilidades para los demás, toda aspiración para ayer y vocación de salidas individuales con escasa motivación de transcendencia, priman un desbocado mundo con escasa confianza en los demás (ni generarla, ni renovarla, ni otorgarla), desafección cómoda e inconsciente y soluciones particulares. Incluso, bajo el ensueño de que alguien reescriba “una nueva realidad” en la que encontremos acomodo y confortabilidad a la búsqueda de la esencia imprescindible de la confianza (por recuperar o construir) y el inevitable esfuerzo corresponsable a la búsqueda de soluciones reales y compartibles.
Economía real y/o economía financiera, emprendedores tras el caramelo inminente por venir y/o empresarios de largo recorrido, empresa (unidad de todos los stakeholders) o iniciativas individuales (geniales o no), regulación laxa o exigente, gobiernos y mercados, beneficios y obligaciones, contrato social… son algunos de los asuntos subyacentes que, una vez más, han saltado a la palestra. Si las señales detectadas nos ayudan a afrontar sus desafíos, y nos comprometemos en el uso de una inteligencia colectiva y colaborativa, nos encuentran lo suficientemente preparados para responder a esta y otras sucesivas crisis aprovechando su poder ilustrativo. Tiempos, sin duda, de poner la confianza activa en valor.