No, no se trata de una frase extraída de la serie Juego de tronos, sino la cruda realidad a la que se enfrentan 10 millones de ucranianos que no tienen acceso a la electricidad, gracias a los sistemáticos bombardeos rusos, y que han visto caer con suma preocupación la primera gran nevada. El general invierno ha llamado a la puerta del viejo continente, pero mientras que los países occidentales han sido previsores y han acumulado reservas de gas para afrontar con garantías este periodo tan exigente, los ucranianos no han tenido tanta suerte. La guerra lo devora todo. Y en una estrategia terrible, pero eficaz, Moscú sabe que la única manera de cambiar el signo adverso de los acontecimientos es acrecentando la presión sobre la población civil más vulnerable. De nuevo, los rusos han desvelado que cuentan con un fantástico aliado.
En 1812, sucedió con Napoleón, que, incauto, se adentró hasta el interior de la estepas rusas para tomar Moscú; el único gran genio militar que lo consiguió, para encontrarse con una cáscara vacía. El zar y su corte habían huido. Llegó el invierno y tuvo que replegarse. Fue un desastre. Su ingente ejército quedó totalmente destrozado por el frío, el agotamiento y los cosacos. Se convertiría en el principio del fin del imperio napoleónico. El gran corso erró en sus cálculos políticos y militares. Un siglo más tarde, seguiría sus pasos Hitler, aunque con otras motivaciones muy diferentes. No venía a imponer la paz, sino a adueñarse de aquellas tierras. Sus ejércitos entraron en tromba y, esta vez, no pudieron alcanzar Moscú. El terrorífico invierno ruso se les echó encima, siendo un factor importante para ver como la todopoderosa Wehrmacht estuvo a punto de ser destruida por completo, en aquellos gélidos meses de invierno. El carburante se congelaba y los hombres se morían literalmente de frío.
Sin embargo, la situación en Ucrania es hoy otra bien distinta, y aunque las contiendas representan el mismo ser feroz e inhumano, cuyo objetivo no es sino destruir o doblegar al adversario por todos los medios posibles, por tierra, mar y aire, actualmente, es más sofisticado incluso, combatiéndolo de forma económica y digital, lo que ha pasado a denominarse guerra híbrida. Si un ejército no puede destruir al otro de la manera tradicional (por la fuerza) y, está claro que el ruso no puede con el ucraniano, hay que activar otros mecanismos de respuesta.
Tras la toma de Jersón, Kiev parecía tener en su mano más cerca la victoria. Amenazaba directamente la cuenca del Donetsk y, sobre todo, Crimea, aunque antes ha de atravesar el río Dniéper y eso son palabras mayores. La logística manda. Además, animados por su éxito, se escucharon positivos rumores de que los ucranianos estaban dispuestos a reabrir los canales diplomáticos con Rusia. Si bien, pronto se desinfló el globo, tras resumirse las condiciones planteadas por Kiev, e inasumibles por el Kremlin: la devolución de todos los territorios ucranianos, incluida Crimea. Putin no aceptará esa clamorosa derrota, a pesar de que sus tropas retroceden. Pues aún controla el 20% del territorio prorruso y no está dispuesto a soltar a su presa así como así. Lo que es peor, es consciente de que se ha convertido en una guerra de desgaste, y que Ucrania está sufriendo más sus efectos. Cabe incluso considerar que la recuperación de territorio bajo control ruso no es determinante para su desenlace, pues los ucranianos solo están liberando zonas inhábiles, obligados a hacerse cargo de miles de civiles que lo han perdido todo y asumir el control de urbes que se han visto seriamente dañadas.
Todo esto no afecta a Moscú. Ahora llega el invierno y este nuevo factor puede ser determinante. Los meses del conflicto se han ido prolongando, pasando por la fresca primavera, el caluroso verano y el tibio otoño para llegar al punto más problemático de las campañas militares: el jodido invierno. En la Antigüedad los ejércitos se acuartelaban con los primeros fríos. Era demasiado arriesgado y peligroso el desplazar a las tropas por un medio hostil. Ahora bien, la evolución de las guerras ha hecho que las retaguardias, la población civil, sean incluso más vulnerables a esta circunstancia. De hecho, lo rusos han sido muy conscientes de ello y en estas últimas semanas han destruido cerca del 40% del sistema eléctrico de su adversario, con lo que muchas ciudades ucranianas están afectadas por falta de luz, gas e incluso servicios básicos como agua. Zelenski se enfrenta a otro enorme desafío y dilema.
En cuanto Ucrania ha respondido atacando instalaciones rusas, el Kremlin enseguida ha reaccionado cerrando los puertos e impidiendo la salida del cereal. Por lo que quien sale más perjudicada en este intercambio de golpes es, sin duda, Kiev. Ya no se trata de exigir armas a los países Occidentales para detener a los rusos, conseguido está, sino el ver cómo proteger a la población civil. ¿Será capaz el Gobierno ucraniano de hacer frente a esta vital problemática? ¿cómo actuará Europa ante la nueva dimensión de un conflicto en el que, una vez más, los civiles son usados como moneda de cambio? ¿Se verá obligado Zelenski a aceptar una paz de mínimos para salir airoso de esta encrucijada entre seguir resistiendo y ver como padecen y caen los suyos? ¿O proseguirá la matanza, sin importar las bajas, los sufrimientos y los sacrificios hasta que una de las partes se vea obligada a claudicar? En cualquier caso, es triste comprobar como de nuevo impera la irracionalidad humana. Los osos se preparan todo el año para invernar y los demás animales buscan refugio en una época de extremos y carestía. Mientras el ser humano, que cuenta con los medios suficientes para pasar esta dura prueba, decide inmolarse. Llegan, además, fechas emblemáticas, como la Navidad cristiana, pero no hay piedad. El mando ruso ha diseñado un plan genial y terrible: incrementar el daño a la retaguardia para forzar un desenlace. De hecho, una vez más, los rusos quieren convertir sus aparentes derrotas en una gran victoria, aunque con un matiz diferente, no son ellos los agredidos, sino los bárbaros y temibles invasores.
* Doctor en Historia Contemporánea