Compruebo fascinado cómo un verano más, con la caída a niveles basales de la actividad política, llegan las serpientes de verano, esos temas que cobran vida propia, como un fuego en mitad de un pastizal reseco, y acaban jamándose la práctica totalidad del espacio mediático, arrinconando al peligroso duelo dialéctico entre chinos y americanos, la expansión del islamismo en África, el enésimo ataque de Israel en Gaza o la guerra –¿recuerdan?– que se libra en Ucrania. Este año, sin embargo, las serpientes de verano no son tan banales como en anteriores estíos, pues tanto la cuestión de los misteriosos pinchazos nocturnos como la del decreto del aire acondicionado son temas serios, por mucho que su omnipresencia mediática los esté atrofiando hasta lo grotesco. A falta de saber de qué va realmente esta historia de los pinchazos, todo apunta a que se ha puesto de moda sembrar el terror sin otro objetivo ni beneficio que divertirse haciendo el mal a los demás, lo cual es descorazonador. El decreto de la discordia, por su parte, es el dedo que apunta a la Luna. Ese incierto futuro climático que despertaba vagas inquietudes colectivas, esa mochila que estábamos dejando a nuestros nietos, ya cuelga sobre nuestras espaldas. Que la tengamos que cargar a 25 o a 27 grados es lo de menos.