Hay un par de viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero a los que no vemos el pelo desde el martes a la noche, cuando en el local se despidió al del paraguas como se hacen aquí las cosas, es decir, comiendo y bebiendo. Sabemos que están vivos, eso sí. Pero a uno se lo ha llevado la familia de vacaciones a un camping (nadie sabe cómo va a dormir ese hombre, cadera operada incluida, durante estos días) y a otro lo tienen los nietos secuestrado conociendo cada centímetro de las piscinas de Mendi. Hay fotos de él en bañador. Terrible. No son los únicos que no cruzan la puerta porque están por esos mundos vacacionales varios. Hasta nuestro querido escanciador de café y otras sustancias nos ha dejado con el becario (o sea, el hijo) para irse al pueblo. Pero el comando festivo permanece irreductible. Superada la visita de día a San Fermín, el intensivo de La Blanca ha causado estragos. También en las carteras. En lo de las fuerzas, los venerables están confiados en superar sin problema el reto de ir también a Donostia y Bilbao. Para empezar porque solo se acude un día a cada ciudad. Claro que en lo de la pasta, los abuelos le están viendo las orejas de tamaño king size al lobo, sobre todo porque no confían mucho en que cuando toque actualizar las pensiones vayan a salir muy bien parados.