la guerra, debería añadir porque creo que la guerra actual, en la que el Estado español está involucrado hasta las cachas, colabora mucho con el estado de amnesia y de patrañas generalizadas lanzadas con ánimo de extenderlo a la famosa inmensa mayoría como una forma de vida nacional.
Que lo sucedido en la residencias de ancianos madrileñas vaya camino del olvido por silenciamiento y por negación sistemática, debería considerarse algo muy grave; pero lo cierto es que el olvido cunde hasta caer en la ignorancia. El pasado, pasado está. Nadie ha respondido (porque la magistratura se ha encargado de tapar el marrón a todas luces delictivo) ni va a responder ni de lo que sucedió -más de 7.000 fallecidos faltos de asistencia real- ni de lo que no sucedió porque eso es lo que se impone: que aquí no pasó nada, que la covid es cosa de hace mucho, que los médicos y los sanitarios son unos malos españoles que atienden mal y hay que llamarles a mandamiento... de no creer. Tanta mala fe parece imposible, pero es una realidad a pie de día, que crece: una espesa nube de olvido y de mentira. Un país que a base de cañas y terracitas ha olvidado su miedo, su encierro (dictatorial, cómo no) y los aplausos que concedió con emoción sincera a sus sanitarios hasta que la insidia de la derecha los transformó en cacerolas y vuvuzelas. Qué asco.
Tenga usted un accidente doméstico en el Madrid periférico e intente ir a unas urgencias de atención primaria que dicen que están abiertas, cómo no, con el aplauso del votante satisfecho de tan excelente gestión de la IDA y se encontrará con la puerta cerrada, pero desde hace ya dos años. La mentira por la fuerza del voto y del aplauso que le acompaña se impone. De ahí al afirmar que nunca se cerraron, solo hay un paso que si no se da es porque no es necesario.
Con desvergüenza sostienen que ese es el modelo que debe imperar en todo el país, que el país debe mirarse en Madrid y hacer como hacen quienes ahora mismo lo gobiernan como un país no aparte, sino como El País, un logro que ningún utopista de los siglos pasados logró siquiera pergeñar. Pero se trata de algo que nada tiene que ver con la Utopía amable del pasado, sino con la implantación, por los medios que sean, de un Orden Nuevo donde la radical desigualdad sea la norma. Y si para eso hay que armar guerras y mentir con descaro sobre sus causas y propósitos, se miente, y al que dude se le cuelga el sambenito de conspiranoico a añadir a las incurables enfermedades de apocalíptico y tremendista.
La guerra mundial híbrida que se libra en Ucrania y las cancillerías y sanedrines guerreros de Occidente, y la viruela del mono de reciente aparición también -¡Bioterrorismo! ¡Plaga apocalíptica! ¡Putin!- les han venido de perlas. A todos. A unos para ejercer de los hombres y mujeres de Estado que no son ni por asomo, porque de títeres de intereses supranacionales no pasan; y a otros para, aprovechando lo ocupados que están los Matamoros de ocasión con sus cañones y sus riñas, profundizar, acomodar y pertrechar la propia trinchera nacional con vistas a hacerse con el Gobierno a la menor ocasión. El miedo circula con el mismo garbo que lo hace la cainina, esa que salta a diario en sede parlamentaria donde los diputados que más gallean parece que cobran solo para insultarse y para que sus réplicas ingeniosas y tabernarias sean materia informativa. ¿A alguien le cabe la duda de que este panorama invita a darlos por imposibles? Solo que no puedes desentenderte, por muy inútil que sea tu disidencia. No te dejes, etcétera.
«Vamos camino de un desastre de proporciones desconocidas», dice el cronista, disfrazado para esta ocasión de Phillippulus, aquel profeta que, en La isla misteriosa de Tintín, iba por la calle envuelto en una sábana, tocando un gong y avisando de la llegada del fin del mundo, y alarmando a los viandantes, claro. Lo daban por loco y es que a nada que muestres tu miedo fundado a ese futuro negro, de muerte y hambrunas, y mucha mala baba nacional como soga al cuello, eres mal profeta, malo de veras, patético, risible, dado por loco, apedreable... Anda, pon otra ronda. l