a invasión militar de Ucrania por parte de Rusia está suponiendo efectos muy negativos en muchos aspectos, desde el sufrimiento y la devastación del país a consecuencias económicas muy graves a escala mundial donde los más desfavorecidos llevan la peor tajada, hasta la crisis energética actual, derivada de una escasez global de combustibles, pero que es la expresión de un proceso del que hace ya cincuenta años una veintena de científicos del Instituto de Massachusetts, bajo la dirección de la biofísica Donella Meadow, ya lo dijeron en el informe Los límites del crecimiento, redactado por encargo del Club de Roma.
En un planeta con recursos naturales finitos, y en un momento donde se empieza a ver los problemas derivados de la reducción en la producción de los combustibles fósiles, la encrucijada energética en la que nos encontramos recuerda al mundo entero que no se puede seguir así y que el problema de la energía está por resolver.
La crisis energética en vez de acelerar la transición energética está suponiendo también una regresión en los compromisos ambientales en la Unión Europea, como lo están haciendo algunos países volviendo a subvencionar el consumo de combustibles, y también a optar a los mismos combustibles fósiles, pero en manos de otros países que no sea Rusia, incluido el caso del gas de esquisto (fracking, fractura hidráulica) de Estados Unidos, que hasta ahora había sido rechazado por la Unión Europea.
Asistimos también a los llamamientos de la industria nuclear y de algunos gobiernos, como el francés, a favor de la prolongación de las centrales nucleares y la construcción de otras nuevas. Los defensores de la energía nuclear argumentan que, si esta fuente de energía no ha ocupado un lugar más importante en nuestras sociedades es porque hay una fuerte oposición de los grupos ecologistas por los riesgos que implica. Sin embargo, existen razones de mucho peso que se quieren soslayar. Una de las principales razones es su bajo rendimiento energético. Una central nuclear es una instalación muy compleja en la que se deben establecer numerosos sistemas y protocolos de seguridad. Hoy en día, las centrales nucleares reciben en la mayoría de los casos subvenciones de los estados, porque los costes de construcción son sumamente altos, y en ocasiones varias veces mayores que los costes anunciados al principio. En realidad, la apuesta por la energía nuclear tiene un fuerte componente político, y es considerar una primacía en un sector considerado estratégico por razones tecnológicas y militares.
Otro de los motivos de la baja rentabilidad es la relación con el tipo de energía producida, la electricidad. Este tipo de energía es de muy alto valor para muchas aplicaciones, concretamente para el sector doméstico, de automatización y de control, pero que no sirven para mover máquinas con autonomía como coches, camiones, tractores, barcos..., y para determinadas industrias como calor a altas temperaturas.
En el contexto de la crisis energética actual, y con los precios altísimos de la gasolina, el diésel, el gas y la electricidad, pocas voces hablan de lo que cada vez más científicos manifiestan, de que no se puede seguir con el actual modelo de producción, consumo y movilidad, y más en la situación de emergencia climática en la que estamos inmersos, y que nos ha recordado una vez más el VI Informe del Panel Intergubernamental de Naciones Unidas (IPCC), que el pasado abril lanzó un último ultimátum con el fin de evitar la catástrofe, según el cual las emisiones de gases de efecto invernadero deben tocar techo en 2050, pero para ello no se puede seguir la senda del crecimiento infinito.
Retrocediendo a unas cuantas décadas, lo cierto es que pocas enseñanzas hemos sacado, de anteriores crisis energéticas. En la crisis energética de 1973 vimos hasta qué punto dependíamos del petróleo y sus derivados cuando los países árabes, como represalia por el apoyo del mundo occidental el Estado de Israel, sometieron a un embargo que duró meses, pero cuyas consecuencias económicas se dejaron notar de forma muy importante a mediados de la década de los ochenta. Fue una crisis económica muy seria en un mundo que no aún no conocía la globalización y que consumía la mitad del petróleo que hoy en día.
En 2008, las autoridades de los Estados Unidos decidieron no rescatar Lehman Brothers, que con su quiebra desencadenó una crisis muy profunda, y los altos precios del petróleo vinieron a ser la chispa que desencadenó el incendio, porque a esos precios del combustible más importante y el que más se consume, no eran viables la mayoría de las actividades económicas.
Pero de ambas crisis no se sacaron conclusiones importantes, cuando lo más sensato hubiera sido un plan para el abandono progresivo del petróleo y del resto de combustibles fósiles, y parece que ahora tampoco se tiene en cuenta lo que la Agencia Internacional de la Energía (AIE) reconoció en 2010 por primera vez que la producción de petróleo crudo convencional (el petróleo de toda la vida) había tocado fondo entre 2005 y 2006.
La invasión militar rusa de Ucrania ha puesto sobre la mesa con una inusitada rapidez una serie de cuestiones que vienen de antes como la escasez de combustibles fósiles y la inseguridad energética, que hacen que un estado, país o región dependa de otros para obtener su energía. Actualmente se está planteando sustituir los combustibles fósiles por un sistema al 100% de renovables, pero no hay consenso científico sobre el potencial máximo de las energías renovables. Diversos científicos consideran que las energías renovables no pueden sustituir a los combustibles fósiles con el modelo de producción y consumo existente en la actualidad. También hay otro inconveniente importante, y, es que las renovables dependen de los combustibles fósiles y materiales escasos. Así, el típico aerogenerador de 1 Mw, consta de un mástil que tiene una estructura de hormigón armada apoyada sobre unos cimientos que se adentran varios metros y tres aspas de tres metros, y que para ser fabricados requieren un gasto importante de combustibles fósiles.
El último informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) plantea que, para poder cumplir con los objetivos de descarbonización -que son compatibles con la caída esperada de la producción de combustibles fósiles-, de aquí al 2050 la producción anual de litio se tiene que multiplicar por 100 y la de cobalto y níquel por 40. Y esto es prácticamente imposible.
Parece evidente que precisamos con urgencia una desaceleración del productivismo y del consumismo dominantes, y no es de extrañar la afirmación de muchos de que, en el marco de este sistema de crecimiento infinito, el problema planteado no tiene solución. l
* Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente