n los siglos XIX y XX los años acabados en 39 resultaron funestos para Euskadi. Desde el año 1839 se veía venir la abolición de los fueros bajo los impulsos de una revolución industrial y de una ideología liberal burguesa que resultaron falaces en el Reino de España. En el año 1939 se extirparon las libertades adquiridas por los vascos en la II República.

El nacionalismo moderno en Euskadi en su dimensión original nace en 1876 con la nueva constitución denominada de la “Restauración”, inspirada por Cánovas del Castillo que como ha resultado recurrente en la historia, renegó de su conocida afirmación “las libertades locales de los vascongados, como todas las engendra y cría la historia, aprovecha a los que las disfrutan y a nadie dañan, como no sea que se tome por daño la justa envidia que en otros excitan”. Poco faltó para aplicar extensivamente la ley de 1839, la abolición foral.

Quedó en el ambiente en Euskadi la sensación de injusticia y sometimiento al Dios-Estado, parafraseando a Octavio Paz, “todo desprendimiento genera una herida, cualquier ruptura engendra un sentimiento de soledad y la soledad se identifica con la orfandad”.

En este contexto se erradicó la enseñanza del euskera, de los valores culturales tradicionales vascos a través de la transformación de una sociedad agrícola en una sociedad industrial, lo cual no solo era inevitable sino beneficioso, como lo fue la llegada de numerosos trabajadores de otras partes del Estado a buscar un puesto de trabajo en aquel incipiente tejido industrial, circunstancia igualmente positiva e inevitable puesto que parte de la población autóctona emigró a países, como Estados Unidos y países latinoamericanos, cuya situación estructural prometía oportunidades económicas.

La idea de trabajar sobre una identidad cultural vasca, basada en cuestiones antropológicas, sociológicas, históricas y centrada sobre todo en la defensa y difusión de la lengua, se consolidó cuando un grupo de vascófilos se reunió en octubre de 1877 con el objetivo de ocuparse exclusivamente del idioma y de todas sus variables, tal y como dejara establecido pocos años antes el Príncipe Luis Luciano Bonaparte, fue este el primer proyecto de fundación de la Academia de la Lengua Vasca (se siguió el impulso de intelectuales como Campión, Aranzadi, Labayru, Echegaray, etc.).

En esta época empezaron a convivir las ideas del incipiente nacionalista vasco, liberales fueristas y los ideales socialistas y marxistas de una clase trabajadora frecuentemente explotada.

Sabino Arana mantiene una relación de rechazo visceral hacia el liberalismo de la época,? fuese este de signo conservador o progresista, y a las clases altas liberales corruptas, dedicadas a la compra-venta de poder tan típica durante la Restauración.

Las clases medias y el campesinado apoyaron activamente su movimiento intensamente sacudidos por la pérdida de su estatus (quiebra de los pequeños negocios, empobrecimiento del campesinado ante los bajos sueldos de los inmigrantes, ataque a sus señas de identidad). Veían en él la forma de conseguir pacíficamente los derechos perdidos por la derogación foral de 1839, consecuencia de las guerras carlistas y la solución a una industrialización que les amenazaba y que cambiaba su vida.

La historiografía nos obliga a analizar las propuestas políticas en su contexto histórico. El contexto actual es sustancialmente diferente al que vivió Sabino Arana y los demás padres del nacionalismo vasco configuraron como objetivo troncal de emancipación de la patria vasca, esta es la propuesta del Aberri Eguna. En otra metacultura política, en el ámbito de una sociedad laica, en el mantenimiento del estado del bienestar fruto del pacto entre la ideología humanista cristiana y la socialdemocracia en la Constitución de Weimar, una sociedad industrializada con un alto nivel de formación, con nuevos paradigmas (ecología, inmigración, big data) con una economía globalizada y la necesidad del pacto y la antiviolencia para la consecución de los objetivos políticos y aspiraciones de la mayoría de los vascos. No obstante Sabino Arana supo atisbar derechos como el de autodeterminación y el principio de las nacionalidades.

El derecho de autodeterminación de los pueblos es una construcción conceptual que surge del entorno teórico marxista, aunque converge, en gran medida, con el principio político de las nacionalidades que tomó cuerpo en Europa en los albores del siglo XIX. Su incorporación al acervo conceptual del nacionalismo vasco no se produce hasta el siglo XX, donde lo haría de forma paulatina, pero no por ello menos efectiva. Cuando el presidente americano Woodrow Wilson afirmó, en 1916, el derecho de todo pueblo a “elegir la soberanía bajo la cual desea vivir”.

El presidente Wilson en su punto quinto de sus famosos catorce puntos enunciados en su discurso de 8 de enero de 1918 ante el Congreso de los Estados Unidos proclama el derecho de autodeterminación de los pueblos. Los catorce puntos del presidente Wilson se concretaron en el Tratado de Versalles e inspiraron las primeras ideas de Sabino Arana.

El Tratado de Versalles fue un tratado de paz que se firmó en dicha ciudad al final de la Primera Guerra Mundial. La intención del presidente era presentar unos objetivos bélicos para la Entente que permitiesen alcanzar la paz y contrarrestar la propaganda pacifista bolchevique y entre otros puntos aprobados se consigna el relativo al derecho de los pueblos a disponer de su futuro.

El derecho de autodeterminación hoy se encuentra consignado en los Tratados de Derechos Humanos de 1966 aprobados por la Asamblea General de las Naciones Unidas y que consignan el derecho de autodeterminación de los pueblos con una ubicación sistemática privilegiada: art. único del Título I. Ha existido un intenso debate doctrinal sobre el concepto de pueblo titular de este derecho, debate muchas veces pervertido por posiciones políticas de principio, pero cualquiera de las nociones que se utilicen para definir un pueblo identifican a Euskadi como titular de este derecho. También el Aberri Eguna sirve para recordar esta circunstancia. * Jurista