n la Inglaterra de principios del siglo XIX se multiplicaban los talleres o las chimeneas en el paisaje y comenzaron, poco después, a tender las vías de ferrocarril. Pero, como han observado algunos historiadores, los habitantes del país no eran conscientes de que su mundo cambiaba radicalmente, de que estaban ya inmersos en la revolución industrial.
Ahora se nos plantean transformaciones mucho mayores. Algunas de ellas derivan de la globalización. La Comunidad Europea, por ejemplo, está en un proceso de rápida integración. Las naciones que la constituyen no son ya estados independientes. Por otra parte, el cambio climático pone en riesgo el futuro de la humanidad. Además de la pérdida de especies vegetales y animales, de todo ello deriva también un grave riesgo para las culturas tradicionales, que son el fruto de siglos o milenios de evolución. En este contexto, resulta necesario que los diversos patriotismos sean compatibles entre sí (en este caso, el vasco con el español y el francés). Ello permitirá conservar, para toda la humanidad, la mejor parte de ese patrimonio. Teniendo en cuenta este marco general, hay que definir los objetivos, identificar los obstáculos y proyectar soluciones racionales. Todo ello debe ser tratado, fundamentalmente, no como una cuestión emotiva, sino técnica.
¿Qué sucede concretamente aquí?. Desde hace siglos se detecta un esfuerzo por asegurar la pervivencia de la lengua vasca. El año 1766 la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, adoptó el lema Irurac bat. Durante la segunda mitad del siglo XIX fue iniciado un proceso vertebrador de Euskal Herria. En 1877, al año siguiente del fin de la Tercera Guerra Carlista, fundaron la Asociación Euskara de Navarra, que es la que comienza a utilizar el concepto de Zazpiak Bat, alusivo a la unidad de las siete provincias vascas. El año 1892, en Donibane Lohitzune (Iparralde), se difundió su blasón. Tras la consolidación de los nacionalismos español y francés, surgió el vasco. Con mayor o menor grado de acierto, hay un hilo conductor en todos estos esfuerzos: asegurar la pervivencia de sus respectivas sociedades y culturas.
Los diversos patriotismos han tenido desde entonces bastantes fricciones entre sí. Ahora, con el funcionamiento regular de las instituciones democráticas, la colaboración es mucho mayor (los gobiernos de coalición de Navarra o Euskadi lo acreditan), pero no ha prevalecido aún un encaje teórico satisfactorio, que garantice el desarrollo pleno de esos distintos componentes identitarios. Para algunos vascos su patria es exclusivamente España o Francia. Otros quieren a Euskal Herria como estado en el seno de Europa. Las diferentes posturas son lícitas, pero la evolución histórica -con su panorama de luces y sombras- en algunos casos las está dejando atrás.
Por lo que se refiere a Euskal Herria, nunca a lo largo de la historia se había producido una recuperación cultural de tal magnitud como la registrada en el último medio siglo. En lo relativo concretamente al euskera, hemos logrado revertir la tendencia a la pérdida. Por otra parte, la nación vasca (la articulación legal de ese espacio cultural), jamás ha estado tan cerca, prácticamente la tenemos entre las manos. Cuenta con tres administraciones públicas potentes: el Gobierno de Euskadi, la Communauté d´aglomeration du Pays Basque y el Gobierno de Navarra.
Pero existen limitaciones. Sin ir más lejos, conviene recordar qué porcentaje de los votos emitidos a grupos políticos corresponde al nacionalismo vasco. En las elecciones de 12/07/2020, consiguieron en la Comunidad Autónoma Vasca el 66,9 % de los votos y en las de 26 de mayo de 2019, el 31,9 % en la Comunidad Foral de Navarra. Por lo que respecta a Iparralde ese porcentaje es aun mucho menor. En conjunto, estos datos no permiten formar un estado vasco en la Comunidad Europea. La reivindicación teórica del derecho a la autodeterminación supone un avance democrático y debe ser mantenida. Pero la realidad no permite utilizarlo.
En este contexto mundial tan difícil, lo más lógico es dirigir nuestro esfuerzo en otra dirección. No hay que olvidar cual es el objetivo: asegurar la pervivencia vasca. En este sentido lo lógico es considerar que patriota (o abertzale) es el que trabaja por la cultura del país. Esto resulta compatible con los patriotismos español, francés o los correspondientes a los numerosos inmigrantes que ya viven entre nosotros.
Uno de los objetivos fundamentales es incrementar el uso del euskera (y lograr su cooficialidad en Iparralde). Eso implica un constante esfuerzo de la sociedad. No basta con la actuación de los poderes públicos. El año 1921, se constituyó el Estado Libre Irlandés. Pero pasado ya un siglo, el uso del gaélico es muy bajo, pese a que el sistema escolar, en teoría, garantice su conocimiento. Además allí tienen una ventaja adicional: dominan ya el inglés, el idioma mundial. El gaélico sería tan solo otro más. En Euskal Herria, para estar en igualdad de condiciones, necesitamos conocer tres lenguas.
Los símbolos ayudan a la pervivencia de una sociedad. No obstante, tenemos también aquí algunos problemas. La ikurriña era hasta hace pocos años, de forma consensuada, la bandera vasca. Pero posteriormente a algunos les ha dado por proponer otras alternativas: el arrano beltza, la de Navarra, una estrella blanca sobre fondo verde u otras más, inventadas por varios ocurrentes. Además, aunque los ayuntamientos de Euskadi e Iparralde utilicen la ikurriña, en Navarra imponen multas a aquellos que intenten hacerlo. En contrapartida ha habido últimamente cierto éxito con la propuesta de que el Gernikako Arbola sea el himno. En lo que se refiere al escudo, al Zazpiak Bat, desde 1896 hay desacuerdos, que han llevado a la existencia de decenas de variantes. Parece que ha llegado ya la hora de solucionar el problema, máxime teniendo en cuenta que es bastante sencillo: basta, para integrarlo, con utilizar los blasones aprobados por las respectivas instituciones democráticas.
Para que el Gobierno de Euskadi, la Communauté d’aglomeration du Pays Basque y el Gobierno de Navarra cooperen entre sí, convendría crear un órgano permanente, que podría ser encabezado de forma rotatoria por sus tres presidentes. Para esto no es necesario modificar ni la Constitución ni los estatutos de autonomía. Pero tendría un alto valor simbólico.
Una nota final. Vivimos en una región democrática y económicamente desarrollada de nuestro convulso mundo. Hay aquí menos problemas que en otros continentes. Por ello, tenemos el deber de alcanzar soluciones satisfactorias, para que nuestra experiencia pueda servir a otras naciones. * Doctor en Filosofía