uando vemos las imágenes por televisión de las calles de Kiev o de Mariúpol absolutamente destrozadas a consecuencia de los bombardeos rusos, se nos corta la respiración. Cuando desde la confortante butaca en el salón de nuestra casa contemplamos la huida despavorida de civiles que avanzan por desvencijados puentes derribados, cuando los cadáveres de las víctimas de la invasión se dejan a un lado en el camino de un paisaje desolador, nuestra conciencia se quiebra ante tanto dolor e injusticia.
No seríamos seres humanos si no reaccionásemos así. Y, con más motivo, cuando en un pasado más o menos reciente, quienes nos antecedieron -padres, madres, abuelos...- padecieron episodios dramáticos similares. Muchos de quienes nos sobresaltamos con un horror televisado no llegamos a sentir en carne propia las secuelas de una guerra. Pero quienes nos precedieron sí empatizan, por haberlo vivido, con el trauma que hoy se vive en Ucrania. No en vano, las heridas de aquel desgarro propio, pese al tiempo transcurrido, permanecen en muchos casos abiertas como un duelo inacabado que quisiéramos y necesitáramos superar.
La localización en una fosa común del cementerio bilbaíno de Begoña de, al menos, cuarenta y tres restos de gudaris y milicianos sin identificar, muertos en asalto definitivo de las tropas fascistas a la capital vizcaína, en junio de 1937, devuelve la esperanza a familias que durante largas décadas han buscado a sus desaparecidos en la guerra. Su salida a la luz puede, por fin, atender el anhelo de recuperar y honrar como se merecen a quienes un día se vieron obligados a salir de sus casas para defender la libertad y jamás consiguieron volver con los suyos.
El hallazgo de este enterramiento masivo de víctimas de la guerra es el fruto del empeño de las instituciones vascas por recuperar la “memoria histórica” con una decidida acción del instituto Gogora y la colaboración de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Una acción decidida, activa y eficaz para hallar a quienes la barbarie hizo desaparecer.
Los cuerpos exhumados los pasados días pertenecían, según las primeras conclusiones, a gudaris que murieron en la defensa de Bilbao durante la batalla de Artxanda entre los días 15 y 18 de junio de 1937 y, a la espera de la identificación pertinente, podían pertenecer a los batallones San Andrés (Eusko Gudarostea) y Jean Jaurés, vinculado a Unión General de Trabajadores. También se cree que entre los restos humanos podía haber milicianos anarquistas.
Como en el caso de Ucrania, la guerra en Euskadi fue una confrontación desigual. Las fuerzas sublevadas contaban con la preparación y los medios de un ejército regular. Y, por si fuera poco, su poder destructivo contó con la inestimable y mortífera colaboración armada de las fuerzas del eje italo-alemán.
Sin armas, sin aviación, maniatados por la neutralidad de los gobiernos occidentales, la República y el Gobierno Vasco resistieron con heroicidad hasta que el 12 de junio, la línea de defensa del llamado Cinturón de Hierro -obra de protección cuyas características fueron conocidas por los insurgentes debido a la deserción de uno de sus diseñadores- fue rota, comenzando el bombardeo intensivo de Bilbao. Con la capital vizcaína cercada militarmente por el ejército sublevado, el gobierno democrático del lehendakari Aguirre, determinó la evacuación de la población civil.
Al atardecer del día 16, Aguirre llamaba a los gudaris a lanzar un contraataque que sirviera como escudo para la evacuación de la población civil. Tres batallones nacionalistas -Kirikiño, Itxasalde e Itxaurkundia- acudieron hasta Artxanda para el esfuerzo final. Con escasos medios, aquellos jóvenes hicieron frente a las tropas de Franco durante todo el día 17, tiempo y oportunidad que posibilitó a la población y una parte del Ejército Vasco abandonar Bilbao hacia el oeste.
En la villa, a modo de retaguardia, se quedaron tres consejeros; un nacionalista, Leizaola; un socialista, Aznar; y un comunista, Astigarrabia. Su intención fue programar la entrega de la ciudad de la forma más civilizada posible. Quienes se quedaran tenían que tener la oportunidad de seguir viviendo a pesar de la represión que les aguardaba. En la víspera de la ocupación, se volaron los puentes y sabotearon las fábricas de productos bélicos. Pero, al mismo tiempo, para evitar un mayor desastre, se impidieron los incendios, la tierra quemada y el pillaje.
Mientras Bilbao se preparaba para ser conquistada, jóvenes gudaris pagaban con su vida el tributo de defender la retirada de los suyos y los dirigentes nacionalistas, en un gesto de humanidad, lejos de caer en el revanchismo del odio, decidían poner en libertad a los presos colaboracionistas de los sublevados encarcelados en la prisión de Larrinaga, evitando su ejecución sumarísima. Un final que los vencedores tenían reservado para muchos de ellos.
Bilbao era ocupada por los fascistas entre las cinco y las seis de la tarde del 19 de junio de 1937 y con la “gloriosa victoria” comenzaba la larga noche del franquismo. Recordarlo hoy es un deber de la Memoria Histórica.
Según fuentes oficiales del Instituto Vasco de la Memoria Gogora, está acreditado que cerca de 21.000 personas de ambos bandos fallecieron en la guerra en Euskadi. De ellas, sobre casi ocho mil no se tiene constancia de dónde fueron enterradas.
De todas las víctimas mortales, 13.283 personas fueron muertas por los sublevados, de las que 1.361 fallecieron en bombardeos, 991 fueron ejecutadas por “consejos de guerra”, 1.155 fueron ejecutadas extrajudicialmente, 2.238 perecieron en cautividad y 91 en campos de concentración, mientras que 7.204 fueron gudaris y combatientes.
Los republicanos causaron 7.687 víctimas mortales. 5.922 de ellas en combate, 75 en bombardeos, 19 ejecutadas por sentencia del Tribunal Popular de Euskadi y 971 extrajudicialmente (hay otros 700 casos sin clasificar).
La exhumación de los restos hallados en Bilbao es un paso más para devolver la dignidad a las víctimas del frente, de los bombardeo y del silencio de las cunetas. Un paso más para restituir su memoria.
El pasado día 31 de marzo se conmemoró el 85 aniversario del bombardeo de Durango por parte de la aviación legionaria italiana, uno de los primeros ataques indiscriminados llevados a cabo contra la población civil (murieron más de 330 personas). Pero esta práctica criminal de acción bélica no sería aislada. Entre julio de 1936 y agosto de 1937, Euskadi sufrió 2.042 bombardeos, siendo 127 los municipios vascos que padecieron esta nueva guerra dirigida a la población civil.
El símbolo más reconocido de esta barbarie se produjo el 26 de abril de 1937 cuando la aviación alemana -la temible legión Cóndor- ayudada por aeronaves italianas, bombardearon Gernika por orden del general Franco.
Durante el ataque, la aviación nazi lanzó sobre la villa foral un mínimo de 31 toneladas de bombas, destruyendo el 85% de las edificaciones y acabando con la vida de un número indeterminado de personas (diversos estudios determinan que un tercio de la población de la villa foral -5.000 personas- perdió la vida en la agresión).
85 años más tarde de aquella atrocidad, el Gobierno español y su presidente, Pedro Sánchez, tiene la oportunidad de hacer un gesto con Gernika y con todas las víctimas que la barbarie de la guerra provocó. Un simple gesto, como el que en su día lo hiciera el Gobierno alemán (1997). No para inculpar a nadie, ni para que un gobierno democrático asuma las responsabilidades de una dictadura y de sus sanguinarios dirigentes. Un gesto de verdad para enterrar la mentira que tras las bombas se tejió. Un gesto de humanidad en estos tiempos en los que el sufrimiento de la guerra de Ucrania vuelve a sacudir nuestras conciencias.
En los bombardeos de ayer en Gernika, Durango, Otxandio... se refleja el horror de hoy en Irpín, Járkov, Odesa o Mariúpol. En la valentía y entereza de Aguirre o Leizaola encontramos el reflejo de Zelenski y su digna resistencia. En los refugiados llegados a Polonia o a Moldavia encontramos a aquellos niños y niñas vascos separados de sus progenitores y evacuadas en barcos a Inglaterra, a Francia, a la Unión Soviética.
El próximo martes el presidente de Ucrania se dirigirá por videoconferencia a los parlamentarios del Estado en una sesión extraordinaria a celebrar por el Congreso de los diputados. Sus palabras, seguramente, nos traerán el recuerdo de otras pronunciadas por otro presidente y que los vascos difícilmente olvidaremos: “El territorio habrá sido conquistado pero el alma del Pueblo Vasco no, no lo será jamás”.
Slava Ukrayini! * Miembro del Euskadi Buru Batzar del PNV