a Editorial Anagrama en su colección Argumentos de Barcelona publicó hace años un audaz, por polémico, e interesante libro (De la identidad a la independencia: La nueva transición, escrito por Xabier Rubert de Ventós, prologado por Pascual Maragall). La traducción al castellano corría a cargo de Francesc Roca. Xabier Rubert de Ventós, filósofo, escritor y político nació u 1 de septiembre de 1939 en Barcelona, y fue uno de los ideólogos del nuevo Estatuto de Autonomía de 2010. Fue Catedrático de Estética de la Universidad Politécnica de Barcelona y en distintas universidades estadounidenses. Escribió docenas de libros, apuntes, ensayos tanto en catalán como en castellano desarrollando en sus trabajos una lúcida crítica sobre el mundo moderno. Sus múltiples obras han sido traducidas al inglés, portugués, francés, húngaro, italiano y alemán. Diputado por el Congreso entre 1982 y 1986 por el PSC y en 1987 accedió al Parlamento Europeo. Es conocida su frase-reflexión: “Me hice independentista cuando fui tratado como un forastero en Madrid”. La traducción al castellano es de Francesc Roca y el prefacio de Pasqual Maragall.
Lo he vuelto a coger entre mis manos, lo he releído más despacio, con fruición, de nuevo con mucha atención y sumo cuidado, me ha dado qué pensar una vez más y reflexionar de nuevo y otra vez con más perspectiva, mayor tranquilidad y amplitud de miras, y es así que lo estimo oportuno e interesante y un auténtico reclamo al debate y a la contra-argumentación política. Son razonamientos y argumentos que salpican con total frescura este sugerente y pequeño libro escrito por una persona que cree que vale la pena intentar tender un puente entre la política y la moral, pero que no sea el de los juzgados de guardia o los sermones habituales sobre la materia. A continuación entresaco y planteo algunas consideraciones interesantes y de manifiesta actualidad:
-Sobre los derechos individuales y discriminación colectiva reflexiona de esta manera: No se trata de negar ni de privilegiar unos u otros. Se trata de reconocer su interdependencia absoluta, hasta el punto de que los unos no pueden existir ni consolidarse sin los otros. La defensa de los derechos colectivos han podido ser utilizados para reforzar la tiranía social o presión del grupo sobre el individuo, pero también ha menudeado la estrategia inversa: la de los derechos individuales utilizados como excusa para reprimir los derechos colectivos. Pero del mismo modo que los intereses colectivos necesitan de una base individual, también los derechos individuales requieren el apoyo de unas creencias y de un proyecto común.
-Hace referencia a una anécdota que trasciende de ella misma: Una señora compra un cartón de leche y se indigna porque las instrucciones (cree) están también en catalán, pero cuando la dependienta le dice que aquello es portugués reacciona y dice: ¡Ah... entonces es diferente! Y ¿porqué es diferente? Pues porque está escrito en la lengua de otro Estado, por poco extenso o poderoso que sea. Y éste es el primer obstáculo: conseguir el pleno reconocimiento por parte de una gente para lo cual sólo lo oficial es real. Nada que no sea Estado es entendida como real e importante...el único modo de que acaben respetando nuestra lengua y cultura es hacerlas de un país oficial.
-Escribe sobre lo que él entiende como “encrucijada”: el individuo de este siglo se nos aparece como la encrucijada o el solapamiento de: las comunidades de origen, de los colectivos de elección y de los sistemas aleatorios que en él concurren. “Mi derecho individual” es precisamente el de dar voz a esta encrucijada, a esta identidad compleja que hoy sabemos que no deriva de ninguna constitución divina ni humana, sino que somos nosotros quienes nos la confeccionamos, con los ingredientes que nos han tocado en suerte, cada uno a su manera. Y “mi obligación moral” consiste en mantener viva la conciencia de las diversas identidades nunca perfectamente avenidas. Sólo esta conciencia permite mantener una positiva deferencia hacia la diferencia y un respeto no condescendiente a las minorías.
-Y la consideración más larga y extensa que hace referencias a preguntas y respuestas posibles sobre la interdependencia, el ”paternalismo” y el universalismo, dice así: No creo que una reivindicación pura y dura de la Independencia sea la mejor vía en estos momentos. Pero tampoco creo que nadie tenga derecho a intervenir en lo que algún día pudiéramos votar ni reprochárnoslo, en tono paternalista, aduciendo el carácter ya desfasado del propio Estado-Nación. Porque el Estado puede ser en buena medida una pieza de arqueología política, pero sigue siendo el gestor de la redistribución interior y el que tiene la sartén por el mango en los organismos internacionales. Todos sabemos de qué hablamos, el problema es si nuestras reivindicaciones pueden resolverse de una manera realista, práctica y franca, o si, por el contrario, el contexto español ha de obligarnos a plantearlas como reivindicación de un estado propio y soberano por más que sepamos que tanto el estado como la soberanía valen hoy lo que valen. Es un hecho generalmente aceptado que el universalismo ha solido ser la ideología, coartada, de los Estados dominantes en su confrontación con los más pequeños. Aquellos Estados encarnaban ideales universales, en cambio los pequeños siempre con la misma cantinela: reclamando cuotas, protecciones, excepciones, discriminaciones positivas...dando la lata vamos.
Es una vieja reflexión... ¿Pero, hay Estado después del Estado-Nación? ¿Es posible una reencarnación postmoderna del Estado? ¿Hay maneras más eficaces de organizar el poder? En un mundo en el que la identidad brota por abajo y la economía por arriba, el despertar del Estado-Nación de su sueño de omnipotencia ha sido brusco e inquietante. El que se creía motor de la modernidad política se ha visto reducido en el mejor de los casos a relé o intermediario de unas fuentes de identidad más locales o de unas redes de poder más amplias. ¿Pero no habíamos quedado en que el Estado soberano ya no es lo que era? ¿A qué pues intentar subirse a ese tren más bien anacrónico y en proceso de reconversión?...pues quizás sirva para dos cuestiones, a saber: 1.Para hacerse entender de puertas adentro por aquellos que no conciben más autoridad política que la soberanía, y 2.Para hacerse oír, puerta afuera, en un contexto internacional en que sólo son reconocidos y gozan de cierta protección los países que son Estados.
Vivimos en un mundo de identidades compartidas, de pertenencias múltiples, de dependencias dispersas, y claro está de soberanías complejas, de perfiles borrosos o difuminados. La única independencia plausible de un país dentro de este mundo impreciso y vago es su interdependencia. Un país, una nación, aún sin estado, podrá existir políticamente en la medida en que sepa jugar estratégicamente las formas de interdependencia que escoge y los núcleos de agregación a los que se adhiere. Ya que en España existe un respeto reverencial por lo que es oficial (es decir estatal), el único modo de que acaben respetando nuestra lengua y nuestra cultura es hacerlas la lengua y la cultura de un país oficial e independiente. ¿No es quizá un dislate por parte de una nación o un pueblo “políticamente pobre” reclamar hoy día un estado propio con una flamante soberanía por estrenar?
Habla también sobre el multiculturalismo, identidades monográficas y posmodernas, arqueología y psicoanálisis del estado inconsciente, reflexiona sobre si hay estado después del Estado-Nación, y de si es factible una transición decidida hacia ellas, o si hay maneras menos costosas de organizar el poder.
El grado de similitud, o no, de lo aquí expuesto con la reflexión sobre la Euskadi de hoy, año 2022, queda a gusto de usted estimada lectora, estimado lector. Sea pues.