todos nos ha sorprendido el estallido de la guerra en Ucrania, por invasión de las tropas rusas, aunque quienes conocen la psicología de Putin no se han extrañado, con su deseo de recuperar el antiguo imperio de Rusia.

Los medios de comunicación evidencian la crueldad de las tropas rusas y el deseo de humillación de la población, principalmente la más débil.

No queremos ser equidistantes en este problema, sino defender aquellos principios éticos dignificadores de la existencia humana. Por encima de cualquier otra consideración, lo que está sucediendo en Ucrania es algo que debe interpelar nuestra conciencia.

Tanto quienes, obligados o voluntariamente, se quedan en Ucrania, como quienes han tenido que huir precipitadamente de sus lugares de residencia (la mayoría mujeres, niños y algunos ancianos) no saben cuál va a ser su futuro, pero sí el infierno que ahora están viviendo y que desearían dejar atrás.

Estamos en la primera fase de las hostilidades y la población civil es, como en la mayoría de las ocasiones, quien sufre las consecuencias de una manera más acusada. Misiles y bombas dirigidas a los barrios de residencia, destrozando los hogares de muchas personas; agotamiento de bienes de primera necesidad; colapso de los centros sanitarios; abandono de centros educativos... Todo habla de ruptura de la normalidad de vida, de violación de su dignidad humana, de cruel inhumanidad...

No parecía posible que algo así pudiera ocurrir en Europa, sin embargo los intereses geoeconómicos y estratégicos han impuesto su lógica, por encima de los deseos de la mayoría de la población. Pero, más allá de la sensibilidad, ¿cómo nos está afectando personal y socialmente?

Esta realidad es una acuciante llamada tanto a las instituciones internacionales (ONU y sus agencias especializadas, organismos europeos) como a la sociedad civil y a cada persona. Nos obliga a todos a responder complementaria y prácticamente a las necesidades de los más débiles y desamparados.

Las primeras deben tratar de rehacer el maltrecho orden mundial, eliminando toda posibilidad de imposición de los intereses de los más fuertes, de manera que predomine un orden verdaderamente respetuoso de la dignidad humana. De todos es sabido que lo más humano es arreglar los conflictos por medios pacíficos.

Es algo urgente a realizar pero, como otras veces, no se aborda en profundidad por los intereses de los Estados con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, aunque se haya conseguido una condena moral por parte de la Asamblea General, sin capacidad ejecutiva para imponer al agresor un cambio de actuación. Lo cual nos habla, una vez más, de la necesidad de la reforma de su reglamento para que responda a la actual conciencia y realidad, muy distinta a la existente cuando se fundó la Organización.

También es una llamada a continuar la acción humanitaria dentro de cada Estado, las instituciones y las personas. La actual legislación internacional otorga al refugiado una serie de derechos (residencia, empleo, educación, sanidad...) que no deben estar condicionados por los intereses políticos o sociales de los receptores. ¡Qué bueno es dotarles de los medios para reconstruir en la medida de lo posible su existencia!

Junto a la acción institucional, también es importante nuestra empatía, es decir, saber ponernos en su situación y pensar qué es lo que nos gustaría recibir de los demás. Cuando de la noche a la mañana han tenido que dejarlo todo y sin ninguna expectativa de futuro; cuando llegan a un lugar desconocido sin ninguna ligazón humana; cuando se han roto los sueños de una vida integrada en un ambiente del que se ha formado parte hasta entonces... ¡qué humano es encontrar una mano colaboradora, una voz amable, un rostro amigo en quien poder confiar!

La sociedad civil, a todos los niveles, debe hacerse presente en esta tarea. Ya hay una serie de organizaciones solidarias. que han comenzado a prestarles ayuda Es una buena manera de canalizarla y hacerla más eficaz, pues así se coordina mejor, cubriendo las distintas áreas y sin que se olvide o margine alguna menos vistosa pero también necesaria. Cuando dentro de unos días se conozcan las necesidades concretas, en todos debe surgir un deseo de prestar colaboración en la medida de nuestras posibilidades.

Han pasado ya bastantes años desde que nosotros sufrimos un enfrentamiento que obligó a muchos de nuestros antepasados a tener que dejar estas tierras y buscar refugio en otros lugares, más allá de los Pirineos o ultramar. Entonces, sin que hubiera ninguna iniciativa institucional y haciendo gala de humanidad, hubo personas que les acogieron y proporcionaron medios para poder subsistir y abrirse dignamente camino en la vida, hasta que pudieron volver libremente. Hoy nosotros, sin apelar a que ya están los Gobiernos para hacerlo, hemos de ponernos al servicio de quienes nos necesitan para ayudarles en estos momentos tan trágicos de su vida.

Así todos creceremos en humanidad y nuestro mundo será un poco menos duro para los últimos. * Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa