entro del análisis y estudio de lo que denomino “economía material”, los investigadores de megaproyectos -más concretamente, los estudiosos de la gestión de megaproyectos- han venido aplicando las ideas del psicólogo israelí-estadounidense y Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman sobre los sesgos cognitivos humanos y su influencia en la toma de decisiones.
Las investigaciones de muchos años muestran que un 90% de los megaproyectos construidos fracasan en sus objetivos o no se desempeñan lo bien que debieran, y ello se debe en parte a una secuencia de malas decisiones humanas en el diseño, la planificación y la construcción.
Que se construyan tantos megaproyectos deficientes se debe en parte al llamado “sesgo de optimismo”, que lleva a exagerar los beneficios y minimizar los riesgos de un plan, de forma que pueda ser aprobado más fácilmente. Pero no se trata solamente de esta deliberada “tergiversación estratégica”, sino también de un sesgo cognitivo inherente que, afirma Kahneman, nos hace ver las cosas que hacemos mejor de lo que realmente son.
En su aclamado libro Thinking, Fast and Slow (cuya lectura recomiendo de forma entusiasta) Kahneman sostiene que el cerebro humano funciona muy bien la mayor parte del tiempo y nuestros juicios son sólidos. Sin embargo, es propenso a cometer una serie de falacias y errores sistemáticos que conducen a opiniones erróneas y toma de decisiones adversas. Asumimos ciertas cosas que nos favorecen de forma automática, sin haberlas pensado detenidamente.
La falacia narrativa (un término realmente acuñado por Nassim Taleb) es un ejemplo pertinente. Las falacias narrativas surgen del inevitable intento continuo de los seres humanos de dar sentido al mundo y del hecho de que las historias explicativas que la gente encuentra convincentes son simples; son cosas concretas en lugar de abstractas y se centran en unos pocos eventos llamativos.
Las historias se complican fácilmente por el “efecto de halo” cuando las cuenta una persona de estatus aceptado en la comunidad. Si agregamos la heurística afectiva (en la que las personas dejamos que gustos y aversiones determinen nuestras creencias sobre el mundo) entenderemos cómo la preferencia política determina los argumentos que nos parecen convincentes. Si añadimos el sesgo de confirmación (la tendencia a buscar o creer solo información que respalde nuestro punto de vista) empezamos a comprender por qué nos enfrentamos a tiempos políticos tan desafiantes.
Para Kahneman, el sesgo optimista “bien puede ser el más significativo de los sesgos cognitivos” porque puede ser tanto una bendición como un riesgo. Y aconseja ser feliz -y cauteloso al mismo tiempo- si se cuenta con un temperamento optimista. En otras ocasiones, Kahneman ha denominado al sesgo optimista “el motor del capitalismo”.
Las personas optimistas juegan un papel desproporcionado en la configuración de nuestras vidas. Sus decisiones marcan la diferencia; son los inventores, los empresarios, los líderes políticos, no la gente común. Llegaron a donde están buscando desafíos y asumiendo riesgos. Tienen talento y han tenido suerte (casi con seguridad más suerte de lo que creen).
Sin embargo, el optimismo puede conducir a tendencias delirantes, particularmente para los empresarios. Las posibilidades de que una pequeña empresa sobreviva durante cinco años en Estados Unidos son de alrededor del 35%. Pero las personas que abren tales negocios no creen que las estadísticas se apliquen a ellos.
Una encuesta mostró que los empresarios estadounidenses tienden a creer que están siempre en una línea de negocios prometedora: su estimación promedio de las posibilidades de éxito para “cualquier negocio como el suyo” fue del 60%, casi el doble del valor real. El sesgo fue más evidente cuando las personas evaluaron las probabilidades de su propia empresa. El 81% de los emprendedores estimaron sus probabilidades personales de éxito en un 70% y el 33% dijo que su probabilidad de fallar era cero.
Kahneman cuenta una breve historia sobre una visita que él y su esposa hicieron hace años a la isla de Vancouver. Encontraron un motel atractivo pero desierto en un camino poco transitado en medio del bosque. Los propietarios eran una encantadora pareja joven que había usado los ahorros de toda su vida para comprar el motel, que había sido construido una docena de años antes.
Kahneman relata que los dueños del motel les dijeron -sin ironía ni timidez- que habían podido comprarlo barato “porque seis o siete dueños anteriores no habían podido salir adelante con él”. No sintieron la necesidad de explicar por qué esperaban tener éxito donde otros seis o siete habían fracasado. Un hilo común de audacia y optimismo une a la gente de negocios, desde propietarios de moteles hasta directores ejecutivos superestrellas.
Al sesgo optimista contribuye ver las cosas solamente desde nuestra propia perspectiva, algo que hacemos habitualmente. Kahneman revela sus conversaciones con fundadores y participantes de startups innovadoras: ¿hasta qué punto el resultado de su esfuerzo dependerá de lo que haga en su empresa? La respuesta nunca ha sido inferior al 80%.
Incluso cuando no están seguros de tener éxito, estas personas audaces piensan que su destino está casi por completo en sus propias manos. Seguramente están equivocados: el resultado de una startup depende tanto de los logros de sus competidores y de los cambios en el mercado como de sus propios esfuerzos.
Los emprendedores, naturalmente, se centran en lo que mejor conocen: sus planes y acciones, las amenazas más inmediatas y las oportunidades como la disponibilidad de financiación. Saben menos acerca de sus competidores y, por lo tanto, les resulta natural imaginar un futuro en el que esos competidores juegue un papel menor.
La consecuencia del descuido de la competencia es más competidores en el mercado de los que el mercado puede sostener. El resultado es decepcionante para el participante típico en el mercado, pero el efecto sobre la economía en su conjunto bien podría ser positivo. De hecho, los economistas Giovanni Dosi y Dan Lovallo llaman a las empresas emprendedoras que fracasan pero señalan nuevos mercados a competidores más calificados “mártires optimistas”, buenas para la economía pero malas para sus inversores.
El coraje es la voluntad de correr el riesgo una vez que conoces las probabilidades. El exceso de confianza optimista significa que se está corriendo el riesgo porque no se conocen las probabilidades de éxito. En conjunto, “los factores emocionales, cognitivos y sociales que sustentan el optimismo exagerado son un brebaje embriagador”, nos dice Kahneman.
“Las bendiciones del optimismo se ofrecen únicamente a las personas que tienen solo un leve sesgo y que pueden ‘acentuar lo positivo’ sin perder la noción de la realidad”, dice Kahneman. El optimismo racional parece ser lo que el emprendedor debe esforzarse por alcanzar, demostrando el equilibrio correcto de optimismo y confianza, sin caer en el “delirio” de no aceptar la posibilidad de que su empresa fracase.
La práctica de un optimismo mesurado y prudente, más cercano a la humildad que a la egolatría, más propio de la empatía que de la auto-afirmación, bien puede ser una herramienta útil que ayude a navegar la incertidumbre, la disrupción y la complejidad que caracterizan al capitalismo global en los últimos tiempos.
En cierto modo, todo lo dicho apela a cierto sentido común y quizá el lector tenga la impresión de que ya conocía estas cosas y no ha aprendido nada que no supiera. Piénselo de nuevo: su sesgo optimista puede estar jugándole una mala pasada. * Autor del libro Megaprojects in the World Economy. Complexity, Disruption and Sustainable Development (de próxima publicación por Columbia University Press, New York).