a votación el pasado jueves en el Congreso de los Diputados para convalidar la Reforma Laboral acabó con un sainete del que entiendo, deberíamos escapar como de la peste. Lo primero porque el mensaje lanzado a la sociedad es terrible por el daño que se hace contra la credibilidad de las instituciones. No sé si somos conscientes de cómo comportamientos como los vividos abonan el campo de populismos de ambos signos, y que conllevan a una peligrosa degradación de la democracia. Así mismo considero inaceptable pasarse por alto la disciplina de voto con el cínico argumento del ataque de conciencia. El acta es personal, es cierto, pero ante dicho razonamiento, la lógica respuesta es preguntarse si hubieran conseguido dicha acta yendo solos, y sin la cobertura y financiación de la sigla. No hay más.

Los diputados díscolos han llevado a UPN a visualizar públicamente una profunda crisis interna. Que nadie se lleve a engaño, ningún partido está libre de este tipo de tribulaciones, y no es plato de buen gusto para un militante ver cómo se degrada el debate con acusaciones de transfuguismo. Así que vaya por delante un abrazo a toda esa gente del partido regionalista en un momento tan complicado.

Plano humano aparte, la situación en UPN merece un análisis político porque lo que ha sucedido no es fruto de la casualidad, sino, entre otros factores, de la lógica consecuencia de un proceso muy largo de desideologización foral que se ha dado en la formación regionalista. Desde que Aizpún, fundador de UPN, firmara un manifiesto con Patxi Zabaleta y Carlos Garaikoetxea entre otros, rechazando la Constitución española de 1978 por considerarla antiforal, hasta que el alcalde de Pamplona renombró recientemente una plaza de la capital en honor de dicha ley, han pasado demasiadas cosas. El culmen de esta desideologización fue renunciar a su propia sigla y montar una coalición electoral con un partido que lleva en su ADN la eliminación del Fuero, Ciudadanos.

La principal causa que explica, en mi opinión, buena parte lo sucedido es un antivasquismo que era inédito en 1978 y que ahora es norma. Anteriormente, tampoco lo tuvieron figuras referenciales como Ignacio Baleztena, Víctor Pradera o Eladio Esparza que no renegaban de sus raíces vascas. Cuando hablo de la raíz vasca de la derecha navarra quiero recordar que los abuelos ideológicos del regionalismo fueron coaligados con el PNV a las elecciones de 1931 para defender el Estatuto vasco aprobado en Estella. Un estatuto que en su artículo 16 consideraba al euskera como la lengua nacional vasca. En los albores de la Transición tampoco se renegaba de su condición de vasco, ni del concepto de Euskal Herria que abrazaban con normalidad, pero sí rechazaban de plano la unión política con el resto de los territorios forales en un ente común llamado Euzkadi. Ahora, por desgracia, muchos consideran a lo vasco como algo exógeno a Navarra, y no son pocos los que ven a aquellos que no han renunciado a su identidad vasca como malos navarros.

Este hecho ya fue alertado por Arturo Campión cuando nos decía que “Nabarra cada día va siendo menos baska, y cada día menos nabarra también. La ley de degenerescencia [sic] es doble: la una vacía el contenido basko; la otra el contenido nabarro; esta segunda ley opera con mayor lentitud que la otra”.

Esta segunda ley que citaba Campión ha terminado operando en el regionalismo, haciendo que ese sustrato vasco desaparezca, y que el contenido navarro se halle totalmente supeditado al nacionalismo español, siempre presente en su ideario, y ahora totalmente hegemónico. Todos conocemos los reparos que el fundador Aizpún puso a su unión con el PP y de aquellos barros, estos lodos. Por desgracia ese antivasquismo se ha visto alimentado con la actividad terrorista de ETA en donde a lo vasco se contraponía lo español, haciéndolo con ello indistinguible de cualquier partido estatal.

Vaciar de contenido vasco a UPN ha tenido como consecuencia el vaciamiento foral del partido regionalista que alertaba Campión, quedando únicamente una defensa folclórica del Fuero que ante los primeros embates tras el fin del terrorismo se ha visto en toda su desnudez. Hacer una coalición, como he dicho, con partidos marcadamente antiforales como Ciudadanos era una consecuencia lógica de su deriva donde se prioriza la nación española al fuero navarro. Si a este caldo de cultivo le añades que sus dos diputados en Madrid, con la connivencia de la dirección regionalista, llevan toda la legislatura recibiendo los más fervientes aplausos de la extrema derecha española, lo sucedido el pasado jueves era algo anunciado.

Por eso el, a mi juicio, inteligente intento del presidente Esparza de volver a marcar la agenda política salvando al gobierno de Sánchez solo podía acabar en desastre. Podemos criticar los individualismos, los egos, o lo que queramos de los diputados, pero lo lógico es que, en un partido imbuido de nacionalismo español, sus cargos públicos se comporten según las lógicas diestras o zurdas de dicho nacionalismo.

En ese sentido, nuevamente Arturo Campión decía que “Yo las derechas e izquierdas las soporto, no en relación con las Cortes de España, sino con las Juntas Generales y Cortes de nuestra tierra”. Tomando como referencia esta cita es donde creo que se debe hacer una profunda reflexión general para responder a la siguiente la pregunta.

¿Para qué queremos que vayan los partidos navarros a Madrid?