a historia se compone de lo pasado y lo futuro, de esperanza y recuerdo. (Novalis 1799).
En la que posiblemente sea su única novela, Santos y eruditos, Terry Eagleton afirma que “lo bello de ser un conquistador era que uno jamás necesitaba preocuparse por saber quién era”. Se refería a los ingleses en Irlanda. El reverso de esta reflexión en la permanente puesta en cuestión de la identidad de los conquistados. Este es el gran triunfo de los conquistadores: las cuestiones referentes a la identidad surgen en las naciones conquistadas. Las conquistadoras la tienen de “por sí”, como quien dice “de toda la vida”.
En nuestro país, cuando nos planteamos cuál será el futuro en medio de tantos avatares, incertidumbres y conflictos, una enorme duda que nos sacude es esa de la identidad. O, dicho de modo más prosaico, cuál es el sujeto de ese futuro. Porque, como se ve en la reflexión de Eagleton, también nosotros fuimos conquistados. Al no ser vencedores, ni agresores ni conquistadores, no nos asiste ningún sobreentendido que resuelva esta incógnita. Por eso, cuando nos preguntamos cómo definimos la nación vasca, quién es el sujeto, es habitual que entre las respuestas se deslicen confusiones, manipulaciones, incluso disparates sin cuento.
Sin ir muy lejos, hace unos días nos tropezamos en la prensa con una opinión que afirmaba que los distintos patriotismos que concurren en el país eran (o debían ser) compatibles. Literalmente, el vasco con el español y el francés (sic). No es fácil imaginar desde qué atalaya cósmica o autismo intelectual se puede asumir dicha compatibilidad, sin tener presentes los siglos de imperialismo, la violencia de los estados, el genocidio de nuestras lengua y cultura, y en conjunto todas las formas de dominación y sometimiento (guerras, leyes, prohibiciones...) que se han sucedido. Quizás -no lo sabemos- es que se puede entender la sociedad y su devenir real (no el oficial, académico o relatado) sin atender a la lógica del poder, a los intereses de dominación y a la naturaleza conflictiva -violenta- de los estados. Especialmente los que nos han tocado. Pero sería más justo afirmar que no se puede asimilar los patriotismos de uno y otro signo (de resistencia, liberación, uno; de dominio y poder imperial, otros), y sobre todo que su “compatibilidad” es un oxímoron, un chiste de mal gusto.
Por otra parte, ¡cómo entendemos la realidad nacional de una colectividad histórica sin citar siquiera la existencia de un Estado real en su pasado, Navarra, que actuó durante siglos sobre esa comunidad! Ordenándola, defendiéndola, instituyéndola, representándola...
Cuando hablamos de nuestra nación, en términos de sujeto colectivo, de futuro, hemos de tener presente que ese colectivo histórico se soporta en la convivencia real de un pueblo, en siglos de existencia comunitaria, compartida sobre unas bases que se vivían como naturales, propias: lingua navarrorum, territorio, cultura; pero también leyes, instituciones, simbología... Todo ello existió durante siglos y en cierto modo llegó al presente porque existía una realidad jurídico-política en forma de Estado que le daba un ámbito propio. Navarra. Vasconia, el pueblo vasco, actuó, perduró y se defendió a través de esa estructura institucional. Sin considerar este dato no es posible entender ni definir la nación vasca, por mucho que esgrimamos la excusa de que solo miramos al futuro.
Decía Andoni Esparza Leibar que “los símbolos ayudan a la pervivencia de una sociedad” (La nación vasca ya está aquí). Por supuesto, sin nombrarse, sin reconocerse, sin dotarse simbólicamente, no puede existir el colectivo. La nación. Pero volviendo a las situaciones de conflicto y poder, no podemos pensar que los símbolos son transparentes, inmaculados o inocuos. Al contrario, pueden ser vaciados de contenido, manipulados o pervertidos. Hay que prestar atención al significado de los símbolos para que no sean utilizados contra la propia nación: para dividirla, desfigurarla, debilitarla; para que no la reconozcan ni los propios individuos. De eso, en nuestro país, tenemos buenos ejemplos. Aquello de “Nafarroa Euskadi da” puede darnos alguna pista sobre estos errores y despropósitos, máxime si pensamos qué es hoy Euskadi.
Nuestra esperanza como nación vasconavarra debe incluir la referencia al Estado que la hizo posible y su simbolismo da sentido a un proyecto liberador en el concierto de los estados. Esa institución le dio significado nacional a nuestro pueblo, y sin ella hoy no tendríamos identidad vasca. Ni, probablemente, tampoco futuro. * Luis María Martínez Garate es ingeniero superior en Telecomunicación. Ángel Rekalde es sociólogo y escritor. Ambos son miembros de Nabarralde