ace unos años, en mi adolescencia, estuvo de moda una canción del grupo Jarcha titulada Libertad sin ira. Todas las canciones debieran tener una doble vida, un segundo éxito, quizás porque los hechos se repiten, con otros protagonistas pero con similar idiosincrasia. En los últimos años, vemos una serie de procesos que unifican la libertad con la ira, un auténtico oxímoron. Así vemos a norteamericanos asaltando el Capitolio al grito de libertad, a negacionistas manifestándose al grito de libertad, a nuestros representantes políticos diciendo auténticas sandeces y faltándose al respeto bajo la falacia de libertad (añaden, cierto, de expresión), a los presos de la banda ETA siendo recibidos con pasacalles carnavalescos (ongi etorri) con la excusa mendicante del seudónimo libertad; hay más pero para qué.
Algunos grupúsculos se adueñan y patrimonializan términos sacrosantos: la democracia y la libertad son dos de ellos. Algunas preguntas me hago sobre su significado y relevancia y otras, que me vienen en momento de relax, las rechazo porque tengo miedo a las respuestas. Y es este, el miedo, con su secuela el silencio, el gran motor de la socialización del sufrimiento en estas tierras.
La pregunta es por qué durante tantos años el miedo se ha apoderado de nuestro día a día, ha mediatizado las relaciones humanas y la convivencia, poniéndola en jaque. Algunos profesionales pueden diferenciar tipos de miedo; pero cuando conjugamos en una única dirección miedo y silencio, entiendo que únicamente existen tres tipos de miedo. El miedo al daño físico, con el asesinato (853), secuestro (docenas), extorsión (miles) y otros términos similares en cuanto producen sufrimiento. Junto con ello, existe el miedo social, que conlleva soledad y exclusión, en una sociedad donde el concepto cuadrilla es sacrosanto; la psicofonía nos impedía pensar. Por ultimo está el más temible de todos ellos, el miedo rufianesco a que te llamen fascista, argumento único y exclusivo con el que rebaten cualquier opinión contraria a quienes chillan, haciéndose dueños y señores feudales del espacio público y de un relato con la huida hacia delante como única ética social.
Qué difícil es no callar cuando todo el mundo calla. Solo unos pocos, pensadores de ética quien sabe si cristiana o atea, fueron capaces de expresar la rabia de manera pública con ese otro silencio humanista, manifestando su oposición a la destrucción. No tuvieron miedo a que les llamaran fascistas; sabían que quienes utilizaban la metodología del asesinato, secuestro, chantaje, extorsión eran realmente los fascistas. La historia lo demuestra: los nazis alemanes y también los nazis españoles, utilizaban los mismos argumentos (violencia) e idéntica retórica (desprecio al debate).
El resto pensábamos que lo difícil no resulta atractivo.
Es una violencia vicaria: un medio para hacer daño al Estado, en quien recae la obligación de proteger a sus ciudadanos; objetivo final: silencio, basado en el miedo. El dolor, en forma de asesinato, extorsión, o en cualquiera de sus formas a un profesor universitario, a un policía que vivía de su profesión, un jardinero, taxista o sindicalista nos invita a pensar. Así, alguien puede imaginar, incluyendo a los teóricos, que ello puede favorecer sus postulados? El quemar una librería podía retrogradar la ideología de sus propietarios? El secuestro era un medio (maldito) para conseguir un fin político?
Mi intuición me señala que ello (todo ello), tenía como objetivo el silencio social de una sociedad narcisista, para concebir en el medio plazo un Estado etnolingüístico homogéneo. Tanto en la metodología como en el objetivo, nos rememora ideologías propias de la edad sombría de la historia de Europa; todo para el pueblo pero sin el pueblo.
Hay leviatanes sociales, vividores en retaguardia, talibanes que mantienen vivo el irredentismo neopopulista. Utilizan la falacia de los dos bandos y la ignorancia de un pueblo narcotizado por flatulencias ideológicas para mantener el relato, siendo conscientes y responsables de que los delitos que no se escriben, se olvidan y prescriben. Algunos Josebas han vivido en palco VIP a su costa, algún Arnaldo egocéntrico sacerdote y algún monseñor Aitor con pompa, boato y comitiva. Ellos, chamanes y oráculos que interpretan las epifanías, son expertos en el instinto de supervivencia pero son ineptos en visualizar la revolución en el cementerio; la hemiplejía moral hecha músculo. No solo ellos, aunque fundamentalmente; también algunos partidos institucionales y organizaciones religiosas y sindicales se han movido a paso de procesión.
Ya vale de payasos de sonrisa sin dientes. Las declaraciones de los portavoces políticos independentistas son pura inocentada que se repiten con malabarismo lingüístico pero sin una migaja de conciencia y verdad; y ello porque aspiran a ser pensionistas de la política. Las declaraciones de los miembros de eta apostando por el final de los ongi etorri tampoco demuestran sinceridad sino más bien intencionalidad, siempre que se acompañe de beneficios penitenciarios. Necesitamos hechos y ello conlleva una declaración clara, rotunda y no sometida a interpretaciones sesgadas de la negación de derechos humanos a la sociedad por los terroristas y sus adláteres civiles. Dejen ya de escupir a la dignidad.
Necesitamos un relato veraz que no manipule las palabras y que abandone la rumiación de frases ya conocidas carentes de ética y de sentimiento. Necesitamos la palabra de los padres de los terroristas y ellos, así lo entiendo, deben sentir la necesidad de ser escuchados, la necesidad de compartir miradas y (positivos) silencios, también compartir recuerdos, a dolorosos que sean; en suma la palabra frente a la palabrería de los rasputines políticos enfermos de onanismo identitario.
Tiempos adecuados para la introspección de los recuerdos. * Sociólogo