espués de casi dos años de pandemia creo que he dicho casi todo que podía decir sobre ella, especialmente del comportamiento humano que he observado durante estos casi 24 meses y creo que cuando salgamos de esta pesadilla lo haremos peor como sociedad.

Peor la ciudadanía, de los mayores a los más jóvenes, más aún las autoridades de cualquier color político, derecha e izquierda, a lo largo y ancho de nuestro diverso, hasta en esto, país.

Pero aún me faltaba reflexionar sobre una cuestión que jamás, a pesar de las barbaridades vistas durante este tiempo, pensé que tendría que hacerlo. Que tengo la sensación que será lo último que escriba sobre la pandemia, sus temores, errores y algún acierto.

Tampoco imaginé que al hacerlo con libertad podría acarrear tantas críticas, descalificaciones, incluso insultos de diferente tono y gravedad, que venían de un lugar u otro, dependiendo del color del mandatario que criticaba.

Así es el mundo que nos toca sufrir, especialmente en unas redes sociales que se han acabado convirtiendo en una jungla sin ley, donde todos los frustrados y acomplejados se escudan en seudónimos diversos para hacerlo.

Por eso saco en conclusión de que vamos a salir de esta pesadilla peor como sociedad, más intolerantes e irrespetuosos con los demás, con sus opiniones cuando nos llevan la contraria y sobre todo más insolidarios.

Entristece observar esta realidad actual cuando nuestras anteriores generaciones salieron de situaciones mucho más graves siendo mejores.

Porque de los muchos adjetivos que han ido apareciendo sobre el comportamiento como ciudadanía estos meses, irresponsables, incompetentes, insensatos, quizás el más grave sea precisamente ese, insolidarios.

Si se pudiera hacer una encuesta desde la absoluta sinceridad con la pregunta: ¿alguna vez no ha respetado las normas de comportamiento, mascarilla, distancia, ventilación, respeto a las normas establecidas en sus diferentes actos sociales, cenas, reuniones familiares, con amigos o compañeros, conciertos, bares, espectáculos, toques de queda etc.? ¿Cuántos diríamos que sí y cuántos que no?

Me temo y seamos sinceros que la primera respuesta estaría muy por encima del 50%. Luego no podemos, no debemos decir que es solo una minoría la que infringe, la que es irresponsable, porque nos haremos trampas al solitario.

Pero esta situación que ha ido agravándose a medida que pasaba la pandemia, está llegando al límite en los últimos días, o semanas. La sexta ola nos vuelve a sorprender con la guardia bajada. Ayudada e impulsada por nuestros incompetentes dirigentes, que en cada bajada de ola y van nada menos que seis, han relajado medidas antes de tiempo lanzando un equívoco mensaje de normalidad.

Por eso ver las imágenes de estos días, los ocho millones de ciudadanos desbocados hacia un lugar de vacaciones en el pasado puente; las miles de personas por las calles de Madrid, Barcelona, Bilbao o Vigo; los bares, restaurantes, discotecas absolutamente colapsadas como si el virus ya no existiera y no hubiera un mañana, debe llevarnos a la conclusión de que nos hemos convertido en una sociedad que ama el riesgo límite.

Observar a dirigentes como la Ayuso del Sur (Isabel Díaz) y la del Norte (María Chivite), PP y PSOE, de la mano incapaces de tomar ningún tipo de medida para frenar este desvaría, por temor a que se consideren impopulares, mientras los expertos les indican que ese es el camino, nos debe llevar a esta conclusión.

Como me dijo un anciano cubano que se mecía en su silla en un balcón de La Habana: “Aquí estoy viendo la vida pasar”.

Ahora en vísperas de unas fiestas especiales solo me queda eso, verla pasar, sufriéndola en estos instantes, apenado y callado ante la inutilidad de mi voz que nadie escucha en este asunto.

Fuera del coronavirus y la variante ómicron tampoco está la cosa mejor. A ella se ha unido por aquí las peores inundaciones de la historia; miles de vidas truncadas por una naturaleza que lleva tiempo advirtiéndonos. En política, claroscuros que pasan de la luz de los acuerdos para los presupuestos de 2022, a las tensiones cada vez más insoportables entre la derecha y el gobierno de izquierdas.

En Catalunya no acaban de serenarse. El último esperpento, ver a una turba contra unos padres y su hijo por defender el derecho a acceder a una enseñanza bilingüe. Suspenso de todos pero en especial del Gobierno de la Generalitat.

PD. A pesar del tono sombrío de mi reflexión os deseo unas felices fiestas y que 2022 sea mucho mejor que este 2021 que se nos acaba. Cuidaos y cuidar a los demás. * Exparlamentario y concejal de PSN-PSOE