bien, ¿qué podemos hacer los que, no teniendo que retractarnos ni arrepentirnos de ningún comportamiento brutal ni antidemocrático nos sentimos ahora convocados a este bombardeo de decisiones cuyo único fin es limpiar, mediante un olvido impuesto, un pasado miserable que les mantuvo al lado de infames y miserables asesinos? ¿Cuál es el sino de los que pensamos que la paz es una conquista de los pacíficos, (la gran mayoría), y no de los violentos y de quienes les acompañaban hasta la puerta de las cárceles, que ahora parecen dispuestos a volver hasta las mismas puertas para recibirles en su salida? Porque Otegi, que es un exterrorista sin ideología ni remilgos ha sido bien claro: “Si para que salgan los 200 presos hay que votar las Presupuestos, los votaremos”. Supongo que, ahora que ya ha anunciado su voto a favor de los Presupuestos, no tardará en reivindicar la salida de los 200 presos que, añado yo, no son unos presos cualesquiera porque sus delitos tampoco lo son.

Otegi es un buen vendedor de su producto. Cuando la Democracia venció a su Intransigencia brutal e ilegal, además de antidemocrática, inició unos movimientos tácticos tendentes a dar cobijo en sus filas a militantes de formaciones que habían condenado la violencia. Cambió el nombre fatal de HB por otros apelativos que no recordaban explícitamente a las fatídicas siglas (ETA), y así, de un plumazo lavó su rostro y se mostró ante los ciudadanos como un “mesías” salvador capaz de silenciar los gritos de los asesinados, capaz de convertir su memoria en solo un mal recuerdo, y poco más. Resulta curioso advertir que este ex terrorista se comporta como un aventajado pensador, capaz de reflexionar sobre el oportunismo y la conveniencia del comportamiento de los terroristas etarras: “La apuesta por las vías pacíficas no ha llegado como una decisión táctica, sino que ha llegado para siempre. Lo hemos hecho ahora porque tocaba hacerlo. Y no es fácil hacerlo porque hay sectores internos que tienen dudas, porque creen que damos mucho más que lo que recibimos...”. Y continuó su perorata hasta echar en cara al lehendakari su actitud crítica con él mismo, y con la estrategia de los terroristas y de los pro terroristas.

Desde luego que me alegro de que se haya producido el pronunciamiento de Bildu, pero no es suficiente. Si se quiere, de algún modo, borrar las huellas de la sangre vertida por tantos inocentes, hágase, pero hágase con dignidad y con respeto a todos; asesinados, amenazados y atemorizados en general, que vivieron apresados en incertidumbres, de lo más variadas, pero todas ellas muy dolorosas. Hay quienes piensan, sumidos en un insoportable temor y una inconsistente ligereza de pensamiento, que los etarras y sus defensores políticos pseudodemocráticos, son los artífices de esta paz que ahora disfrutamos, pero su equivocación es manifiesta, y muy dolorosa para cualquier demócrata. No han sido los etarras, sin más, los que se avinieron a dejar las armas, a dejar de extorsionar, para matar sin ninguna piedad. A ETA la derrotó la acción policial “desarticulando sus comandos y sus cúpulas, y convenciéndolos así de la imposibilidad de su triunfo y por tanto de la inutilidad de su lucha”, tal como escribió recientemente Ramón Jáuregui con motivo de los diez años pasados desde que ETA anunció el final de la lucha armada.

La aquiescencia y el consentimiento de los humanos con lo acontecido, si lo logrado les ha dado alguna dosis de tranquilidad, es infinita. Calladamente los ciudadanos nos mostrábamos, en general, dispuestos a aceptar cualquier fórmula que nos librara del miedo y la brutalidad etarras, porque casi un millar de víctimas ya eran suficientes, a pesar de que no lo hubieran sido para reblandecer la mente de sus asesinos y sus colaboradores “pacíficos” que en las calles no se avergonzaban de vocear “ETA mátalos”. Ahora vivimos otro tiempo: ya no hay tiros en la nuca, ni bombas dispuestas a culminar matanzas sin sentido. En todo caso da mucha pena que quienes ponían las bombas, apretaban los gatillos y voceaban consignas asesinas, no hayan sido capaces de convocar alguna manifestación multitudinaria en contra de las barbaridades que ETA ha cometido. La palabra “perdonar” significa “dar completamente, olvidar una falta o librar de una deuda”. Pero el perdón se pide al afectado o agraviado, a quien haya sufrido algún daño o perjuicio provocado por otro. Curiosamente, cada vez que los líderes abertzales se han pronunciado lo han hecho despersonalizando la autoría de quienes protagonizaron el brutal perjuicio. Los líderes de HB, Sortu, Bildu, etc., siempre que se han expresado de modo solemne, expresan un deseo de tanta consistencia como “no debió haber ocurrido”, pero se abstienen de subrayar que fueron sus “amigos” etarras los que empuñaban las pistolas y almacenaban los explosivos, así se eximen de culpa y protagonismo fatal.

Las palabras de Otegi y de otros líderes de la Izquierda Abertzale están cargadas de segundas intenciones y de cinismo. Forman parte de una estrategia de blanqueamiento cuyo fin más inmediato es diluir las responsabilidades. Una acción de camuflaje que está encontrando cómplices en otros líderes vascos, otrora víctimas de la furia batasuna y terrorista. Como advirtió Otegi, “si no tuviéramos 200 presos...”, de modo que la posición de la IA resulta ser tan indefinida como inconsistente. Lo más perverso es que quienes han practicado el pacifismo, y han sufrido la brutalidad del terrorismo etarra, no hayan sido capaces de fortalecer suficientemente el bloque democrático frente a los violentos. Los demócratas deberíamos haber pactado una estrategia que garantizara el sentido democrático de nuestras instituciones como paso previo para democratizar nuestras vidas. Ha habido frases, pronunciadas por los líderes batasunos que deberían haber sido calibrados debidamente. Algunas afirmaciones del líder Otegi, difundidas en los medios de comunicación, resultan más esclarecedoras que los discursos pronunciados en las diferentes Cámaras de debate. Constantemente han reincidido en el error: “Nos hablan de derechos sociales, muy bien, lo sabemos... Pero tenemos doscientos presos”. Y bien, cabe sacar algunas conclusiones: que les importan mucho más sus presos que las medidas contenidas en los Presupuestos, que afectan a todos los ciudadanos; y que más pronto que tarde empezarán a reivindicar medidas de gracia para sus presos, importándoles un bledo el dolor de los familiares de los asesinados por ETA.

Y bien, que nadie piense que soy un desabrido, un salvaje, un resentido o un vengativo, por haber vivido amenazado. Al fin y al cabo, mientras iba escoltado no conocí la soledad porque mis escoltas, igualmente amenazados, no eran unos amargados ni apesadumbrados, mucho menos eran miedosos, de modo que íbamos tres valientes con un solo destino que, gracias a Dios (o a la mera Providencia) siempre fue placentero. Ahora que quienes me escoltaron viven tan tranquilos como vivo yo, sólo reclamo que no se olvide lo ocurrido, y que a quienes convirtieron aquel tiempo en un valle de lágrimas y una sociedad inhóspita en la que algunos vivíamos mirando constantemente hacia los lados, se les exija un poquito más -solo un poquito-, de conciencia cívica.

¡Pedid perdón, coño...!