cudo asiduamente -al menos un día a la semana-, a un debate radiofónico en que se habla de política, y dentro del debate se repiten con demasiada frecuencia intervenciones de los oyentes que echan en cara en alguna ocasión el sentido de mis intervenciones, quizás porque los radioyentes son preferentemente nacionalistas y yo no soy proclive a dicho ideario. Las llamadas de los oyentes suelen cuestionar algunas de mis opiniones, precisamente aquellas en las que puntualizo el sentido parcial del nacionalismo al que critico por considerarle demasiado interesado y, quizás, poco solidario con todos los que no se sienten involucrados o comprendidos en los límites que todo nacionalismo marca y defiende. Todos mis intentos de racionalización se quedan en poco porque el nacionalismo impone fronteras con las que no siempre estoy de acuerdo. Dichas fronteras, siquiera dialécticas o teóricas, siempre suelen ser superadas por las reflexiones. Ahora mismo asistimos a una fecha histórica para los vascos, dado que se cumplen diez años desde que aconteció un hecho tan notable como histórico: la Conferencia de Aiete que sirvió de pista de aterrizaje para que ETA anunciase el “cese definitivo” del terrorismo.
A aquella conferencia acudieron algunas personas -en algunos casos “personajes”- que habían estado involucrados en actos o pronunciamientos violentos y terroristas en diferentes partes del mundo. ETA ya se sentía derrotada por el Estado de Derecho español: derrotada y hastiada porque había llevado su terrorismo a tales límites y derroteros, tan brutales, que incluso había provocado que aflorase un grupo antiterrorista que, usando sus mismos métodos brutales e ilegales, infligió un castigo igual en brutalidad y efectos al que habían usado y llegado los terroristas etarras. La Conferencia de Aiete (así se nombró) se dotó de figuras, de nombres sonoros, que la dieron cierta notoriedad, aunque no participaran movidos por otro compromiso que “legitimar” un acto (la Conferencia) tan innecesario como absurdo. Con ETA prácticamente derrotada aquellos “embajadores” de la paz solo podían dar carpetazo al terrorismo etarra. Salvo el líder del Sinn Féin, Gerry Adams, los demás tenían demasiados “ex” en su currículo. Ex primeros ministros irlandés, noruega, francés, junto a un exjefe de Gabinete inglés, y una pléyade de invitados, perfectamente superfluos en la reunión, toda vez que aquello solo servía para conformar el marco previo a la declaración de cese definitivo de la violencia por parte de ETA, que se produjo unos días después.
Ahora, diez años después en los que ETA no ha matado porque su derrota ha sido evidente y sus activistas están encarcelados, o atemorizados, o asustados, o convencidos de su perversión e inutilidad, se han abierto foros en los que pretendemos interpretar aquellos hechos miserables que mataron a tantos inocentes. Y se ha visto la brutalidad de aquel terrorismo en el que los terroristas encontraron tantos cómplices capaces de vocear “ETA mátalos” con la mayor de las desvergüenzas. Se trata de un nuevo intento por racionalizar lo que fue tan irracional como inhumano. De hecho el plato fuerte, según leo en una crónica, será una conferencia que tiene un título inexplicable tratándose de tal: “Transformación democrática de conflictos”. Llamar “conflicto” a aquello solo obedece a un intento de banalizar y restar maldad a aquellos comportamientos en los que una persona armada con una metralleta o un manojo de bombas mataba a quien “pasaba por allí”, o a quien no había cometido delito ninguno.
Es bien cierto que se trata de que el terrorismo y ETA solo sean, a partir de entonces, un malísimo recuerdo, pero es conveniente que aquello no solo no vuelva a repetirse, sino que sirva para que todos los que vivimos y sufrimos aquella miseria ética y moral, incluidos los “miserables” terroristas, lleguemos a convivir en paz y tranquilidad, aunque para ello sea necesario un poco más de discreción y silencio por parte de los que, cuando hablan y se pronuncian al respecto, aún traslucen grandes dosis de nostalgia. Nuestra sociedad no puede transigir ninguna perversa responsabilidad mientras la Izquierda Abertzale -aquella que compartió convencimientos y comportamientos con ETA-, no se avenga a pedir perdón o disculpas, mientras no sea capaz de incorporarse plenamente a la normalidad democrática. Este hecho se producirá, precisamente, cuando Otegi y sus partidarios y cómplices sean capaces de pedir perdón públicamente de forma solemne.
En un artículo reciente, Ramón Jáuregui afirma que “el País Vasco vive una situación de paz extraordinaria en la que se mezclan la generosidad y la voluntad de huida del pasado”. El artículo de Jáuregui, muy acertado en su conjunto, contiene un párrafo bastante esclarecedor: “Hoy el País Vasco vive relajado y feliz. Tal y como pensábamos muchos, la pulsión radical se ha atenuado. El nacionalismo es mayoritario, pero su mayoría está limitada por la moderación y condicionada a su pragmatismo. Los sentimientos identitarios siguen siendo muy fuertes, pero la pretensión independentista se ha reducido al 20% de la población, algo menos de la mitad de lo que las encuestas mostraban hace 10 años”.
Ha sido muy útil, no solo el comportamiento ante la violencia de ETA de quienes sufrimos con mayor brutalidad la violencia sangrienta de ETA, o la intransigencia con que los “ultrapatriotas” batasunos nos perseguían en todos los foros, o en las calles, a quienes no asumíamos las tesis separatistas. El nacionalismo democrático, es decir todos los nacionalistas a excepción de los batasunos, se opuso frontalmente al terrorismo de ETA, e incluso también sufrió atentados de quienes, brutalmente, ocultaban tras dichos atentados y las diversas manifestaciones en las que participaban, las violencias más bárbaras tras las que escondían sus propias cobardías. Yo, que era hijo de nacionalistas, jamás escuché en mi casa la más mínima muestra de aceptación de ningún asesinato de ETA, ni siquiera aunque se tratara de víctimas adeptas al régimen franquista. Soy, por tanto, hijo y heredero de aquellos silenciosos responsables que nunca alentaron ni aplaudieron las muertes violentas.
Vivimos tiempos muy diferentes, quizás algo convulsos y complicados, pero estos son tiempos de paz que permiten que reflexionemos sobre el pasado sin que en nuestras miradas y comportamientos se atisbe el odio. Este tiempo de paz, construido entre todos, no debe cegarnos. La paz y la reconciliación han permitido que la convivencia haya acercado a personas opuestas que, liberadas del miedo, ya son capaces de oponerse a la violencia sin provocar conflictos que perturben la convivencia. La sociedad vasca siempre deseó la paz. El terrorismo de ETA solo fue obra de muy pocos, aunque metieran demasiado ruido: ruido de las voces en las calles, que proferían palabras agresivas e incitaban a matar y asesinar. Los demás soportamos aquellas intransigencias bárbaras -unos más que otros-, porque los asesinos y sus cómplices siempre se atrevieron a decir que se trataba de muertes merecidas, y que tales asesinatos respondían a juicios populares en los que quienes juzgaban no respondían a otro empeño que el de sus herrumbrosas y miserables conciencias.
Diez años han pasado... Los demócratas, como siempre suele ocurrir, continuamos fieles a nuestro empeño democrático y pacífico. Los que en los tiempos difíciles ignoraban las muertes violentas de los otros y animaban a los asesinos para que continuaran matando (“¡ETA, mátalos!”) deberían hacer un último esfuerzo y pedir perdón... Yo, que viví durante algunos años atemorizado por los terroristas, y acompañado por dos “guardianes de mi vida” tan atemorizados como yo, sería capaz de perdonarles, siquiera en el plano más teórico. Otegi, mandamás en los tiempos del plomo y mandamás ahora, haría bien en personalizar esa petición de perdón, esa muestra de arrepentimiento.