a última ola del covid iniciada ente los jóvenes coincidiendo con las vacaciones de verano y la necesidad de recurrir a la Ertzaintza o a las policías municipales para mantener las distancias interpersonales en las no fiestas creo que ilustran muy bien lo que un economista llamado Branko Milanovic ha llamado la “externalización de la moralidad”. Este autor, hablando del futuro del capitalismo (Capitalism, alone. The future of the System that Rules the World, 2019) y centrado en el comportamiento de las empresas, describe cómo en este mundo globalizado, para las empresas las referencias de lo que está bien o está mal ya no son internas, sino externas, es decir, se limitan a exigir el cumplimiento de las leyes y las regulaciones, de modo que, si las empresas en sus actuaciones encuentran huecos por los que colarse porque no están suficiente y explícitamente regulados, pues mejor que mejor. Una idea muy extendida es que el óptimo es la desregulación. Y si la desregulación nos lleva a crisis brutales como la Gran Crisis Financiera de 2007, la culpa no es de nadie, eso sí, el Estado estará obligado a rescatar a las empresas más importantes.
La analogía con lo sucedido a nivel personal es la ola de contagios al abrir la mano con las restricciones sanitarias y al salir de un control externo, el de las ikastolas y colegios, o el de la Ertzaintza o las policías, a un entorno desregulado, en el que las personas pueden actuar con muy pocas limitaciones. Con las consecuencias conocidas, cuya culpa tampoco es de nadie.
En estos ejemplos, de crisis económicas y sanitarias, comprobamos que este discurso de que la moralidad, o la ética, es algo externo, y se limita al cumplimiento de las leyes, empapa todavía hoy muchos ámbitos de funcionamiento, privado y empresarial. Así que parece adecuado insistir en la necesidad de internalizar los valores.
Centrándonos en las empresas, otro ejemplo que podemos traer es el de los avances en relación con la Responsabilidad Social Empresarial - RSE-, que hoy rebautizamos como sostenibilidad. Durante muchos años, la RSE, lo mismo que las certificaciones ambientales, han sido algo voluntario, en el ámbito de las Buenas Prácticas empresariales, mientras que hoy en día al menos ya se ha dado un primer paso de exigencia legal. Hoy, a las empresas más grandes o que tienen mayor incidencia sobre la sociedad, como las cotizadas y los bancos, se les exige que informen de sus planes y resultados en materias ambientales, sociales y de paridad, lo mismo que informan de sus resultados económico-financieros. El motivo es que hace falta empezar con exigencias externas, porque el convencimiento interno no ha sido un motor suficientemente potente para avanzar en estos temas. Temas que son absolutamente críticos para la sostenibilidad de las empresas, es decir, para mantener su éxito y su supervivencia a largo plazo. Y también para la sostenibilidad del conjunto de la sociedad, claro.
Los modelos de empresa sí están dentro del ámbito de lo voluntario. Se construyen a partir de compartir Buenas Prácticas, siendo siempre un criterio de buen desempeño el de superar claramente todas las exigencias legales y regulatorias. Así, los modelos permiten que las empresas tengan referentes de bien-hacer que puedan “internalizar”, es decir aplicar por convicción porque han sido eficaces en otras empresas y porque permiten rendimientos económicos y no económicos mejores que el solo cumplimiento de las exigencias legales o regulatorias.
¿Qué es lo que pasa cuando una empresa aplica un modelo de Empresa Avanzada como el de Euskalit o el modelo europeo de calidad EFQM, o el modelo de Empresa Inclusivo Participativo derivado de la experiencia de las cooperativas fundadas por D. José María Arizmendiarrieta? Lo primero, se inicia un proceso de reflexión sobre las políticas y las formas de funcionamiento actuales, comparándolas con otras Buenas prácticas. Ese proceso hace que se interioricen conceptos tan básicos como la necesidad de transparencia o la criticidad de la comunicación ascendente y descendente, de modo que la información deje de estar en manos de unos pocos y se transforme en combustible para focalizar los esfuerzos y mejorar la adhesión y el rendimiento. Justo lo contrario de la externalización de los valores.
Los ejemplos de empresas excelentes que conozco aplican sus convicciones internas y pretenden diferenciarse por la coherencia entre lo que dicen y lo que hacen, y desde luego, nunca se limitan a cumplir con los elementos regulatorios que les afecten. Además, con una visión siempre de largo plazo, buscan destacar respecto a sus competidores en aspectos como una cultura de cooperación transparente y de corresponsabilidad entre empresa, dirección y trabajadores y trabajadoras. Y no es casualidad que empresas como Alcorta Forging en Elgoibar o Hidro Rubber en Lesaka sean líderes en innovación en su sector, y que a la vez hayan sido identificadas a la hora de encontrar referencias en la Comunidad Autónoma Vasca y en Navarra respectivamente otorgándoles el premio Arizmendiarrieta de empresas destacadas según el modelo inclusivo participativo derivado de la experiencia de las cooperativas. * Profesor en Deusto Business School. Socio de Laboral Kutxa y miembro de Fundación Arizmendiarrieta.