a Experiencia Cooperativa de Mondragón (ECM) es una realidad empresarial que suscita el interés en todo el mundo. Así, alrededor de dos mil personas acuden a Mondragón cada año para conocer una experiencia empresarial singular. Académicos de prestigio, gurús del management, líderes sociales de países emergentes, personas ligadas a movimientos contraculturales en países occidentales o con hondas preocupaciones religiosas han visitado durante muchos años una realidad única, buscando las claves del éxito de una experiencia singular y estudiar hasta qué punto es posible replicarla para resolver los problemas económicos y sociales en otras partes del planeta.
Sin ánimo de ser exhaustivos vamos a destacar aquellos factores que históricamente han explicado la consolidación de un grupo que ha conseguido sobrevivir 44 años después del fallecimiento de su fundador e inspirador, el sacerdote vizcaino D. José María Arizmendiarrieta.
Distinguiré la importancia de los siguientes factores: la incidencia del entorno, el concurso de Arizmendiarrieta, los factores críticos de éxito a nivel de cada cooperativa y las razones a nivel del ecosistema corporativo.
Me centraré en este artículo en los dos primeros apartados, de carácter más histórico, dejando para próximos artículos los dos últimos, más ligados a la actualidad presente.
Refiriéndome a las cuestiones relacionadas con el entorno en que surgió distinguiría los siguientes factores.
Cuando Arizmendiarrieta llega en el año 1941 a Mondragón, éste era un pueblo relativamente aislado, situación en la que permanece varias décadas. Situado entre varios montes que circunscriben un angosto valle, con malas comunicaciones con las tres capitales de la actual Comunidad Autónoma Vasca, no es sitio de paso para ir a ninguna parte. No hay esperanza, por tanto, de que las soluciones a una dura situación de carencias en necesidades básicas pudieran venir desde fuera.
El desarrollo de la ECM se da, por otra parte, en el marco de una cultura tradicional vasca con rasgos propios. De ella se dice que posee un “cooperativismo cultural”, ya que la cooperación es la forma natural de resolver los problemas.
Sin querer hacer “fundamentalismo cultural”, se trata de un factor que puede explicar el hecho de que el desarrollo cooperativo, aún en nuestros días, se concentra en aquellas comarcas de Gipuzkoa y Bizkaia en las que los valores de la cultura tradicional vasca se mantienen de forma más viva.
Ejemplo paradigmático puede ser el hecho de que en Bizkaia, mientras que en las comarcas de Arratia, Gernikesado y Lea Artibai, en las que está más presente la cultura tradicional vasca, las cooperativas constituyen, con gran diferencia, las empresas tractoras del desarrollo local, éstas están prácticamente ausentes en entornos urbanos como el del Gran Bilbao.
Prescindir del elemento cultural del entorno a la hora de querer replicar o adaptar la ECM puede llevar a errores graves, como los que, de hecho, se han cometido en el mismo País Vasco.
En la década de los 50 la economía española es una economía cerrada, muy protegida de la competencia extranjera. La actividad empresarial tiene como reto casi exclusivo la producción de bienes.
Con unas personas bien formadas en aspectos técnicos y una administración ordenada y honesta todas las empresas tenían asegurado el éxito.
Comenzar una actividad como la fabricación de electrodomésticos partiendo de cero y sin ninguna experiencia previa sería hoy impensable.
Ello explica, en parte, el fantástico éxito inicial, con la creación de 82 cooperativas que ocupan a 25.000 personas en los primeros 20 años de la Experiencia.
Y también puede explicar el frenazo en la promoción de nuevas cooperativas a partir de la década de los 80, con la apertura de las fronteras, que tuvo como consecuencia la finalización del proceso de creación de nuevas cooperativas, tan exitoso en décadas anteriores.
Por lo que se refiere a la aportación de Arizmendiarrieta, quizás merezca la pena recordar que era entonces un joven sacerdote, nacido en un entorno cultural vasco y de inteligencia destacada, que fue destinado a Mondragón con 25 años y fue el líder indiscutible del grupo de jóvenes que se embarcó en la tarea de hacer “unas empresas más humanas”.
Formado en los principios y valores de la Doctrina Social de la Iglesia y del humanismo cristiano, era un idealista práctico: “El ideal es hacer el bien posible, no el que se sueña” y estaba muy orientado a la acción: “Las ideas que no se traducen en palabras son inútiles; las palabras que no se convierten en obras, no sirven para nada”.
Arizmendiarrieta no tenía como objetivo un proyecto cooperativo sino un proyecto de transformación social, que comenzaba con la transformación de la empresa en base a los valores del humanismo cristiano. Su lema: “Transformar la empresa para transformar la sociedad”.
Empezó a trabajar en la formación técnica pero también espiritual y moral de un grupo de jóvenes de Acción Católica, orientándoles al servicio de las necesidades de la Comunidad y sobre la base de subrayar los valores de solidaridad y cooperación.
Educado en los valores de la cultura tradicional vasca del trabajo, el ahorro, la cooperación y la responsabilidad social, sentó las bases de los valores más profundos de la ECM, bien incardinados en el similar sustrato cultural existente en Debagoiena en los años 50 del siglo XX.
De forma que se constituye un cuerpo de valores común, aceptado por todos. Vigente aún hoy en día y que podríamos resumir de la siguiente manera:
-Respeto a la igual dignidad humana de todas las personas.
-Búsqueda del Bien Común, lo que implica dar prioridad a las necesidades del proyecto colectivo sobre los intereses de los distintos grupos de interés (trabajadores, accionistas, ...)
-Establecer que el objetivo prioritario de la empresa no es obtener los máximos beneficios a corto plazo sino la creación de riqueza y empleo y satisfacer de forma equilibrada a las personas de los distintos grupos de interés.
-Promover la participación de los trabajadores en la gestión, los resultados y la propiedad.
-Mantener unos criterios de solidaridad interna entre los distintos grupos citados.
-Mantener unas políticas solidarias con la comunidad en la que desarrolla su actividad.
Con estas bases se va construyendo una realidad empresarial singular, primero sobre la fórmula jurídica cooperativa, luego utilizando también otros modelos societarios, pero siempre con una personalidad definida por los valores citados.
Dando lugar a una cultura y prácticas de gestión diferenciales a nivel de empresa y a una cooperación entre empresas inédita en el mundo, cuyas virtualidades desgranaremos en próximos artículos.
* Presidente de la Fundación Arizmendiarreta