mo al Uruguay, mi segundo país. Mi abuelo nació en Treinta y tres (sí, 33) y se crió entre ombús y tatuseras. Siempre admiré al país más progresista de Sudamérica, su cultura, sus escritores, su impronta vasca, su solidaridad con todos nuestros exilios. Admiré a los tupamaros y su intento épico de hacer patria para todos; al gran Sendic; a Pepe Mújica, su austero presidente... Estoy orgulloso de haberlos editado.
Pepe Mújica sabe muy bien lo que es el aislamiento y la tortura. Y sabe como pocos que los policías son meros instrumentos de los jueces, de quienes dependen. Y que no es necesario haber manejado la bolsa, la picana o la bañera para ser un torturador. O un jefe de torturadores.
Acabo de leer el libro de Baltasar Garzón La Encrucijada. Ideas y valores frente a la indiferencia. El prólogo de Pepe Mújica me partió el alma. La cagaste compañero. Espero que tuvieras un mal día, o un mal consejo, o que algún malsín te lo redactara mientras plantabas flores en tu chacra. Porque si no es así, y eras consciente de lo que escribías, el pecado es mucho mayor que una simple cagada.
Dices en tu prólogo que “siempre hubo sapiens que por lo menos trataron de salvar la dignidad de la especie. Baltasar Garzón es uno de ellos”. No es eso lo que cuenta mi paisana Eider Olaziregi: “Sufrí vejaciones sexuales y calculo que me desmayé cuatro veces en las sesiones de tortura Todo se lo conté a Garzón, que lo escuchó con absoluta indiferencia. Luego quedé en libertad”. “Cuando me quitaban la bolsa -cuenta Domingo Aizpurua- me aplicaban electrodos por todo el cuerpo: en la punta de los dedos de los pies, en los labios, en los pezones, en las manos, en los testículos, en el pene... ante Garzón declaré todo lo que me hicieron”. “Me los aplicaban por todo el cuerpo -recuerda el navarro Josu Unsión-. Era una breve descarga, una breve parada y otra vez a lo mismo... me quedaron sendas marcas en las sienes... Garzón me envió a la cárcel adonde vino a visitarme una Comisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo... A pesar del tiempo transcurrido los médicos pudieron comprobar las marcas de los electrodos en las sienes”. “Al día siguiente fue similar -narra Encarnación Martínez- colocándome varias veces la bolsa, aplicándome electrodos, simulacros de violación... Delante de Garzón, narré detenidamente todas estas salvajadas. Más aún, cuando intenté enseñarle la marca que tenía en la espalda, ese juez tuvo el valor de decirme que no era nada importante. Y sí lo era: tuve que ingresar en urgencias en el Hospital, donde permanecí cinco días en estado muy grave hasta el extremo que me tuvieron que inyectar 27 litros de suero”.
Y así podríamos continuar, ad nauseam, hasta las casi 5.000 denuncias de tortura que hasta ahora ha reconocido el Gobierno Vasco, una parte de las cerca de 10.000 que esperamos recoger. Con 24 años en un tribunal de excepción, dedicado a perseguir la disidencia política, Garzón es, sin duda, el juez europeo que más denuncias de tortura ha escuchado, sin que jamás, jamás, hiciera nada que no fuera negarlas y ocultarlas. Denuncias accesibles en las webs de las ONGs; periódicos y organismos contra la tortura; sumarios; libros; informes de Amnistía Internacional; Tribunal de Estrasburgo...
Garzón sabía que la tortura es delito de lesa humanidad, imprescriptible, y optó por poner tierra por medio de sus felonías anteriores, proclamándose, con un cinismo propio de una mente enferma, en brigadista internacional de los derechos humanos. Ahora es presidente de la Fundación Internacional Baltasar Garzón Pro-derechos humanos y Jurisdicción Universal; presidente y director ejecutivo del centro internacional de derechos humanos de la Unesco y doctor honoris causa en 29 universidades. Un zorro cuidando gallinas.
El hombre que ha visto a cientos de sus encarcelados en régimen de incomunicación y total aislamiento durante décadas, escribe ahora que Julián Assange está “en una cárcel con condiciones muy restrictivas, prácticamente aislado durante años” situación que no duda de calificar “de tortura”. Y el que escuchaba impasible a mujeres que denunciaban los abusos sexuales y violaciones padecidas bajo su “protección” (una recopilación pendiente para el actual movimiento feminista) ahora dice pensar “en las mujeres que sufren agresiones, verbales y físicas de hombres cobardes”. Y quien cerró periódicos, revistas y tapó toda voz discordante, dice que “No se puede permitir la ponzoña que los medios de comunicación trasmiten... Desgraciadamente hay demasiados monarcas dentro del mundo jurídico que desvelan su poder a través de decisiones que van más allá de la recta e imparcial impartición de la justicia”. Vivir para ver.
La paradoja es que, si siguiera adelante la Jurisdicción Universal que él mismo propone para los delitos de tortura, él debería de ser uno de los primeros en sentarse en el banquillo, siquiera por poner cortinas al infierno. Espero que entonces Pepe Mújica no salga de nuevo en su defensa. Mi querido Uruguay no se merece eso.
* Editor