i nos remontamos al origen, un dictador era un magistrado romano (cónsul, pretor, tribuno...) que dirigía y administraba Roma y al que se le confería poderes cuasi absolutos para hacer frente a una emergencia militar o para emprender una tarea excepcional. Sin embargo, para evitar que el dictador volara a su aire, estaba obligado a renunciar una vez cumplida la misión encomendada, o pasados seis meses como máximo. Es evidente que las dictaduras también han avanzado lo suyo y ahora son más férreas, sofisticadas y letales que la figura de la dictadura romana. Y Cuba, en desgraciada actualidad, es un ejemplo de dictadura sistémica, como lo es el régimen de Rusia, Arabia Saudí o Guinea Ecuatorial.
Yo recuerdo mi época universitaria en la que se decía sin ambages “dictadura del proletariado” como un valor que esgrimían las opciones comunistas, que no eran pocas. Ahora resulta que no es políticamente correcto y el Gobierno español debe eludir la mención de dictadura al referirse a la República de Cuba para no molestar a Podemos, que ha dado muestras sobradas de complicidad con Venezuela, Nicaragua o Cuba. Ante el levantamiento de la población cubana, su presidente, Miguel Díaz-Canel, afirma que se trata de una “dictadura buena”, incluso una “dictadura para todos”, esto último bien sabido pues nadie puede salirse del guión marcado so pena de represión; da igual si el dictador sea nazi, fascista o comunista, en sus diferentes variantes, incluida la del franquismo.
La política debe su grandeza por ser la designada para organizar la convivencia en todos los aspectos que afecten al bien común. La dictadura ha demostrado que no es posible con ella un buen resultado. Lo chocante es que, al tiempo que el dictador cubano hablaba de “dictadura buena”, la diputada de Podemos Aina Vidal, aseguraba que Cuba no es una dictadura. Ni siquiera se ha permitido el oxímoron “dictadura democrática”, tan frecuente su uso entre los comunistas de no hace tanto. Llama la atención todavía más que los miembros del PSOE en el gobierno de Pedro Sánchez hayan preferido evitar la palabra maldita “dictadura” para referirse al régimen cubano. No ocurre lo mismo cuando se trata de definir a EH Bildu en los medios políticos de Madrid; entonces no hay problema en llamarles comunistas, que lo son en buena medida, tanto o más que Podemos.
Ya está bien de manejarse con declaraciones infantiles en pleno siglo XXI. La perversión leninista del lenguaje tiene sus límites marcados por la evidencia. Las dictaduras siempre han sido absurdas además de nefastas. La prueba de su horror está perfectamente documentada por la historia. Todas han causado estragos a las sociedades que las han sufrido durante generaciones porque su fin es perpetuarse.
En una verdadera democracia están vigentes los derechos humanos, la libertad de expresión, asociación, prensa e internet sin restricciones. Ya sabemos lo que nos ha costado el gobierno del pueblo que vele por una economía y servicios básicos estables y una vida digna en libertad para sus ciudadanos sin imponer casposamente la vida bajo una autocracia cubana que lleva décadas controlando todo el poder y cercenando derechos elementales y reprimiendo a la disidencia. En semejante contexto es donde florece con fuerza la corrupción política. Corrupción necesita al menos tres condiciones para desarrollarse: acumulación de poder, dirigentes que no rinden cuentas ni responsabilidades por sus actos y la opacidad mediante un férreo control informativo. En el caso que nos ocupa, los poderes públicos son la principal correa de transmisión de la corrupción hasta convertirse en sistémica.
Dicho todo lo anterior, no perdamos de vista los movimientos tácticos de ciertas derechas, excelentes en el manejo de la comunicación, como se ha visto en el éxito del PP en la Comunidad de Madrid sin desgaste político para Vox: han arrasado incluso en los feudos socialistas. Lo escribe Anne Applebaum, historiadora experta en comunismo, experta en la transformación experimentada por el conservadurismo en los últimos veinte años hasta convertirse en una siniestra caricatura del enemigo comunista que decía combatir: “La nueva derecha es más bolchevique que seguidora del conservadurismo de Edmund Burke, hombres y mujeres que quieren derribar, superar y socavar las instituciones, destruir lo que existe”. Se refiere a países como Polonia, Hungría, Reino Unido, a los Estados Unidos de Trump... sin olvidarse de sus homónimos españoles. Applebaum es clara: la democracia es un régimen en que la estabilidad no está garantizada al exigir participación, debate y respeto al que piensa diferente; además, siempre existe la posibilidad de fracaso. Pero en Cuba, añado yo, añoran estas dificultades.